—Tu hijo malandrín le pidió una cita a mi hijo para mañana en la tarde y no quiero que le meta ideas malas en la cabeza así que necesito que me ayudes a separarlos.
Aquiles parpadeó lentamente, intentando descifrar si las palabras que había escuchado realmente eran griego, o si siquiera él sabía hablar griego; tal vez en realidad sólo sabía hablar español y por eso lo que Odiseo le acababa de decir sonaba como un mejunje sinsentido de palabras dichas al azar con una rapidez absurda. O tal vez sólo eran las diez de la mañana de un sábado—su día libre, fíjate—y él se acababa de levantar de la cama.
Sea lo que sea, ¿qué carajo hacía Odiseo en su casa?
—¿Qué haces en mi casa?
—¿No me…? —Odiseo chasqueó la lengua— ¿Dónde está Patroclo? Quiero hablar con alguien que sí tenga neuronas funcionales.
—Mis neuronas funcionan lo suficientemente bien.
—Entonces puedes ayudarme a evitar que Neo y Telémaco salgan juntos.
Aquiles entrecerró los ojos, como intentando procesar lo que Odiseo acababa de decir.
¿Por qué habría de evitar que su hijo fuera a una cita con su novio? ¿Qué sentido había en eso? Si los dos se gustan… ¿Por qué no dejarlos ser?
¿Acaso Odiseo era homofóbico? No parecía importarle que saliera con Patroclo los años que él estuvo en el equipo de Béisbol de la ELAU. Incluso lo invitaron a su boda y asistió. ¿Acaso se había vuelto homofóbico los últimos años?
—Vamos, Odi, no seas así. Biden es el presidente, sé más tolerante.
Fue el turno de Odiseo de pestañear con confusión. ¿A qué carajo se refería con eso?
—¿Qué?
—Es decir… O sea, ya sé que los últimos años estuvimos bajo un gobierno republicano, pero ya no, así que ¿Cuál es el punto en ser tan intolerante?
—¿Qué se supone que estás diciendo?
—¡Que no seas homofóbico, hombre!
—¡¿Qué…?! ¡No soy homofóbico, maldita sea!
—¿Ah sí? ¿Entonces por qué no quiere que nuestros hijos sean novios?
—¡Por qué tu hijo es un maldito malviviente!
—¡Mi hijo no es nada de eso, viejo mal-cogido y estúpido!
Su discusión es interrumpida repentinamente por el sonido de la puerta de la habitación principal abriéndose y un quejido sonoro.
Patroclo salió de está acomodándose las gafas e intentando adaptar su vista a la repentina claridad del exterior.
—¿A qué se debe tanto ruido, maldita sea? —Se quejó.
—¡Corazón! ¿A qué no adivinas lo que sucede? Me levanto para ver quién toca la puerta y resulta que es el bueno para nada de Odiseo llamando al fruto de nuestra pasión un malviviente.
Patroclo parpadeó varias veces, intentando procesar las palabras escuchadas.
—¿Te…? ¿Te refieres a Pirro?
—Mira, Patroclo, prefiero hablar de esto contigo que con… él. —Empezó de nuevo Odiseo.
—Pues aquí estoy ¿No? En contra de mi voluntad…
—Siento despertarte, de verdad. No tengo nada en contra de ustedes. Estoy seguro de que al menos Patroclo es un buen padre.
—Deidamía también es una buena madre. —Añadió Patroclo.
—¡Ah, Dei! Un amor. Desearía que Neo fuera más como ella.
—¿En lugar de…?
—Ya sabes.
Por supuesto.
Odiseo terminó de entrar a la casa—invitado por Pat. De ser por Aquiles se podía morir encima de los arbustos salvajes de su porche—y se hizo en uno de los sillones de la sala de estar con una taza de café que Patroclo le invitó en las manos—¡Eran griegos, por el amor de Dios! ¿Qué clase de anfitriones serían si su invitado se iba de la casa sin la boca adormecida por el dulzor de un buen café preparado con un briki ya llevado?
Aquiles se había recogido el cabello en una coleta baja y veía la conversación tomando lugar desde una esquina con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—Creo que puedes simpatizar conmigo, Patroclo, —dijo Odiseo—. Tú también eres padre, después de todo.
«¡El maldito niño ni siquiera es de él, por amor a Dios! Si quería humillar mi paternidad de una forma tan descarada, tan siquiera pudo haber traído a Deidamía.» Pensó.
—¿Cuál es tu preocupación, exactamente?
Odiseo puso su taza de café en la mesita frente a él.
—Seré sincero y me ahorraré la diplomacia. No quiero que mi Telémaco y su Neoptólemo estén juntos porque quiero que mi hijo vaya a una buena universidad y termine en el senado como representante del estado de California y no en un centro de rehabilitación para adictos a la ketamina a los treinta.
Ketamina, por el amor de Dios. Lo más duro que Neo ha llegado a consumir es Percocet… dentro de lo que a Aquiles concierne.
Patroclo se apresuró a defenderlo.
—No diré que me sorprende la impresión que tienes de Neo, pero te aseguro que no tienes nada de qué preocuparte. Neoptólemo es un muchacho tranquilo y reservado, además de ser buen estudiante. Él no hace esas cosas.
—Ah, tienes razón, gracias. No tengo que preocuparme porque convierta a Tele en un drogadicto, sino porque tengan sexo en la oficina de alguien más.
Patroclo quedó boquiabierto; ¿qué se supone que contestaría a eso? Todavía estaba avergonzado por el incidente de años atrás, después de ese juego de béisbol contra USC. Eran jóvenes y estaban cachondos… pero las consecuencias de sus acciones lo acecharían hasta su muerte. Era el momento perfecto para que Aquiles le confrontara.
—¡¿Sigues resentido por eso?! ¡Hombre, han pasado once años!
—¡Y todavía no puedo entrar a esa maldita oficina sin sentir sus hormonadas presencias acecharla! ¡Tal comportamiento sólo puedo esperarlo de un sucio Eácida como tú o el degenerado de tu hijo! ¡No va a meterle ideas en la cabeza a mi pequeño y punto!
Aquiles rodó los ojos.
—Lo infantilizas demasiado, ¡sepa las andadas del maldito muchacho! Tal vez es él quien le mete ideas en la cabeza a Neo. —Luego, pinta una sonrisa descarada en su rostro—. Sí, tiene cara de ser uno de esos. De los que son santos frente a sus padres pero que no la piensan dos veces antes de ponerse de rodillas entre tus piernas y chupártela al fondo de una sala de cine llena.
—Por el amor de Dios, Aquiles… —Murmura Patroclo.
—Tal vez es genético. Debería ponerme en contacto con Diomedes y confirmar.
—¡Aquiles, cállate, maldita sea!
Ninguno de los dos se sorprendió particularmente al escuchar a Patroclo gritar; hasta el hombre más paciente tiene sus límites. Odiseo se cubrió el rostro con ambas manos—tal vez si lo restregaba lo suficiente podría deshacerse de la cólera que enervaba debajo de su piel.
En ese momento se preguntaba, realmente ¿cuál fue el punto de conducir hasta la casa de estos dos hombres? ¿Cuál era el objetivo final? Como siempre, el peso de proteger a su pobre retoño caía exclusivamente sobre él. Ni siquiera Penélope terminaba de entender la gravedad del asunto. ¿Es que nadie veía todo el aura de maldad que rodeaba a ese muchacho? ¿Acaso su cabello pelirrojo no servía suficiente como signo de advertencia?
—¿Saben qué? Fue un error venir aquí. Que tengan un buen día los dos. Ya me tengo que ir.
De camino a casa se disculparía por mensaje de texto o un email. Sería demasiado vergonzoso hacerlo en ese momento.
—No, Odi. Espera.
Odiseo rodó los ojos. —¿Ahora qué quieres, Aquiles? ¿Acaso se te ocurrió otro insulto de chica de preparatoria que soltarme?
—No, no, nada de eso. Mira, ¿qué te parece si dejamos que tengan su cita y los monitoreamos en secreto?
—...Te escucho.
—Neo planea llevarlo al único Longhorn Steakhouse en Cali, el cual está a veinte minutos de aquí. Podemos ir disfrazados y ver qué hacen. De esa forma tú tendrás tu paz mental y yo te podré demostrar que Neoptólemo es un muchacho de bien. ¿Qué piensas?
La pregunta iba dirigida a Odiseo, por supuesto. Pero, si le preguntasen a Patroclo, él diría que era una idea terrible, y que Aquiles debería estar avergonzado por siquiera sugerirla. Sin embargo, Odiseo reaccionó como si hubiese recibido siete millones de dólares en efectivo.
Claro que los dos estaban de acuerdo con ese plan. Al final del día eran más parecidos de lo que pensaban.
(...)
El sábado había llegado más rápido de lo que él esperaba y, simultáneamente, tortuosamente lento. Quería que todo saliera bien entre él y Telémaco. Quería dejarle una buena impresión y que pudieran ser novios formales como él tanto deseaba. Tal vez no fuera un príncipe de reluciente corona como Pisístrato, ni tampoco era la mitad de inteligente que Policaste, pero tenía cosas buenas… esperaba.
Neoptólemo venía de una familia rota, rota, rotísima. Tanto su padre como su madre estaban mal de la cabeza, y Neo heredó los demonios de ambos. Su madre era la más estable de los dos, mientras que Patroclo era el único capaz de mantener a su padre en la línea. Estaban mejorando como personas, él era testigo de eso. Sostuvo a su madre entre sus brazos mientras se disculpaba lloriqueando por todos los gritos, la negligencia y las peleas, así como pudo ver a su padre sincerarse con él con un porro entre los dedos y las mejillas empapadas. Ese fue el primer paso de un camino rocoso hacia la tranquilidad. Y todos los años parecía hacerse cada vez más largo, maldita sea.
Ellos estaban envejeciendo, madurando, aprendiendo a soltar y perdonar. Años de terapia y kilos de Valium y Xanax los han amansado. Pero ¿qué quedaba de él? Él todavía explotaba. Él todavía lanzaba veneno. Siempre a la defensiva como un veterano de guerra con una escopeta debajo del brazo.
Ojalá tuviera una de esas, ahora que lo piensa. Si en algún momento de esa cita abre la boca y escucha la voz de Aquiles salir de ella prefiere volarse la cabeza.
Su tren de pensamiento fue interrumpido por la puerta de su habitación abriéndose y la mata de rizos rojizos de su madre asomándose.
—Pirro, hijo, ¿ya te vas? —Preguntó con voz suave.
—Sí, sí. Ya mismo ¿por qué?
—Ah, bueno, era para decirte que cerraras la puerta con llave al salir ¿Sí? Oneiros se va a quedar a dormir a donde un amigo y yo decidí hacer unos planes con tus tías para no estar sola en la casa. —Explicó. Luego, frunció el ceño—. ¿Vas a ir así?
¿Había algo de malo con la forma en la que estaba vestido? Se preguntó, entonces, Neo mientras se veía en el espejo y estudiaba su apariencia. Una camisa abotonada, planchada y perfumada, unos pantalones caquis ajustados con un cinturón de cuero y unos zapatos formales. Creía que se veía perfecto para una velada así.
—¿Así… cómo?
—Oh, nada, es sólo… Parece que vas a la iglesia. ¿Es cristiano el muchacho?
—Creo, no estoy seguro. Pero no sé, ¿debería cambiarme?
—No dije eso, es sólo… —Pausa—... diferente a como usualmente te vistes.
—Bueno, esto es algo bastante serio para mí.
—Claro, y lo entiendo, mi amor. Sólo me preocupa que estés forzándote a ser alguien que no eres sólo para caerle bien.
Neo no lo había pensado así, pero quizás era verdad. Quizás la necesidad de alejarse lo más posible de la imagen de su padre lo estaba carcomiendo tanto que estaba perdiendo genuinidad.
—Voy a ponerme la chaqueta de cuero.
Su madre sonrió.
—Y unos aretes ¡ah! Y suéltate el pelo.
(...)
Odiseo revisó su reloj. Habían acordado llegar al restaurante a las tres para estar antes que los muchachos, quienes llegarían a las cuatro. Odiseo, siempre tan puntual—no realmente—, llegó a las dos y media, haciéndose pasar por un pordiosero. O algo así. A decir verdad, sólo se puso una barba falsa de un disfraz de Halloween, ropa andrajosa, y una manta vieja que ensució en el patio. Su dulce Penny lo miró con desconcierto, mas se guardó sus comentarios para sí misma.
Tenía que estar funcionando. Mientras llegaba, un hombre le regaló veinte dólares. Lo único que recibe de estadounidenses cuando está en sus ropas normales son escupitajos en la cara.
—Perdón por llegar tarde. El tráfico es horrible a estas horas. —Saludó Aquiles mientras se sentaba junto a Odiseo en la barra de bebidas del restaurante.
—No sería tan horrible si hubieses llegado una hora antes como yo.
—Pues acordamos a las tres, no a las doce.
—Llegué a las dos y media, no a las doce. ¿Qué carajos traes puesto?
Y qué carajos, su piel bronceada brillaba del mismo tono que el vestido de cóctel dorado que tenía puesto. Ceñido a su piel, un poco más arriba del muslo y abierto coquetamente en la espalda. Con piernas depiladas que acababan en un par de sandalias de tacón plateadas y rostro suavizado con maquillaje. Parecía otra persona completamente.
—Es mi disfraz. Tengo un montón de vestidos así en mi armario.
—Pareces una prostituta.
—Gracias. Esa es la idea.
—Okay, tú vienes como prostituta y yo como vagabundo. Qué plan.
—Pues nunca concordamos en coordinar disfraces. Además, vivimos en Los Ángeles, se ven prostitutas y vagabundos tomando juntos en cada esquina.
—No antes de las diez de la noche.
—Lo que sea ¡Hey! —Llamó al bartender, quien se dio la vuelta para atenderlo, e inmediatamente cambió el tono de voz—. Hola, guapo, ¿qué tiene que hacer una chica para obtener una limonada con vodka en este lugar?
El bartender se carcajeó.
—Ya te lo traeré, muñeca, pero necesito ver tu identificación primero.
—Claro.
El hijo de puta sacó su tarjeta de un bolso de mano. Por supuesto. Un bolso de mano.
—Vienes preparado para todo, por lo que veo.
—No es la primera vez que hago algo así.
—¿Tienes como hábito espiar a la gente vestido como cualquiera?
—No, idiota, simplemente voy así cuando hay noche de bebidas gratis para señoritas en los bares de West Hollywood. —Explicó—. Tengo dos IDs, el mío y el de Pirra.
—Ah, claro, también tiene nombre.
—¿Por qué te importa tanto? ¿Siquiera te sorprende que esto sea algo que hago?
—... Ahora que lo mencionas, no mucho.
—¿Ves? ¿Cuánto le falta a los muchachos?
—Deben estar por llegar, son las tres y cincuenta y cinco.
El bartender dejó la bebida de Aquiles frente a él y Odiseo aprovechó para ordenar un vaso de whiskey borbón.
—¿Cuántos años tenías cuando llegaste aquí?
Aquiles se sobresaltó por la pregunta. ¿Desde cuándo estaban Odiseo y él en los términos para tener una charla amistosa?
—Trece.
Odiseo soltó una carcajada.
—Eras un niñito. Seguramente no recuerdas nada ¿verdad?
—Mi mamá vive en Atenas. La visito de vez en cuando.
El mayor de los dos negó con la cabeza mientras recibía su vaso de borbón.
—No es lo mismo. No hay mucha diferencia entre Atenas y esto. Y tú eres de Lamía ¿Verdad? Las ciudades grandes no cuentan. Tienes que meterte en la región rural para experimentar la verdadera Grecia.
—Por favor, tú eres isleño, ¿qué sabes tú?
—Más que tú, mocoso mimado. —Escupió Odiseo para luego darle un trago profundo a su bebida—. Sólo quería comentar que mi padre tenía una licorería en Kioni, cerca del puerto, que siempre estaba llena de pescadores, nativos y forasteros.
—¿Ah, sí?
—Sí. Sólo… recordaba esos días de mi adolescencia en los que me gustaba escabullirme con una petaca llena de ouzo dulzón y beber con mis amigos en el muelle.
—Vaya, miren al muchacho problemas; ¿quién me ayudará a alejar a mi pobre hijito de alguien criado por ti?
Odiseo frunció el ceño.
—Vete a la mierda. No te contaré más nada. —Dio un último trago a su whiskey con un suspiro ronco—. En fin. El alcohol estadounidense es una mierda. Esa es la moraleja.
—Felicidades.
(...)
Neo llegó al restaurante con el corazón dándole martillazos dentro del pecho. Telémaco se veía hermoso con su camiseta y la camisa a cuadros que la cubría. Su cabello parecía haber crecido un poco más desde que lo vió. ¿Acaso tenía más lunares en el rostro? Ah, estaba pensando de más.
Estaba nervioso, nerviosísimo. Honestamente, Telémaco y él no iniciaron en los mejores términos, por decirlo de una forma. Se odiaban muchísimo. Siempre hubo peleas, discusiones, golpes y llamadas a la dirección. A Neoptólemo no le importaba, él era el problemático después de todo; votado en su clase como “el más propenso a terminar en la cárcel después de la preparatoria”. Pero Neo… él tenía cosas que hacer; un futuro al que aspirar. La estaba cagando causándole tantos problemas.
El pasado es el pasado, y el presente era aquello; esa cita de ensueño debajo de las luces tenues del restaurante de carne preferido de sus padres. Había mucha decoración de vaqueros por todos lados, y una mujer linda los guió hacia su mesa. Nada podía arreglar ese momento.
—Salmón… ¿Quién ordena salmón en un restaurante de carne? ¿El paciente de un psiquiátrico? —Pregunta Telémaco para romper el hielo con el menú entre las manos.
Neo se encogió de hombros. —¿Tu papá no es pescador? Tal vez deberías ordenarte eso. Te recordará a casa.
—Ush, cállate. No arruines mi buen humor. ¿Vas a pagar o nos dividiremos la cuenta?
—¿Qué? Perdón, fue una pregunta muy repentina… Yo te invitaré ¿Por qué?
—Bien, sólo para saber que tengo que pedirme el platillo más caro y hacerte enfurecer.
Neo sonrió. —No puedes hacerme enfurecer.
—Ahora resulta… ¿Y lo de antes qué era?
—¿Las peleas? Oh, nada, simplemente eras más molesto que la mierda y me hacías enojar. Pero ¿Enfurecer? Nah. No me has visto genuinamente enfurecido.
—Wow.
—Sí.
—Bueno, si toma tanto esfuerzo hacerte enfurecer, lo mejor sería que lo reserve para algo que me beneficie…
El tono de Telémaco era pausado, juguetón, alargando las sílabas con intenciones de seducción. Neo sonrió e inclinó su rostro hacia él.
—¿Y eso sería qué en particular…?
Telémaco rió. —Oh, ya sabes… ese tipo de situaciones en las que me gustaría que me hicieras cantar hasta el amanecer.
Fue el turno de Neo de carcajear.
(...)
Mucho jijiji y mucho jajaja para el gusto de Odiseo, y ni siquiera podía ver de qué estaban hablando. Era todo tan insoportable. Tenía que hacer algo.
A su lado, Aquiles los miraba de reojo con su bebida en la mano, y sonrió.
—Te dije que tu hijo era una puta.
—Cállate. Ni siquiera puedes escuchar qué dicen, ¿cómo puedes decir eso?
—Mmm, no tengo que escuchar nada para saber por dónde va la conversación. Hay que serlo para reconocerlo. —Explicó para seguido darle un trago a su bebida—. Y no fue mi hijo quién lo empezó, fíjate.
Odiseo apretó los puños con rabia viendo como carcajeaban mientras ordenaban su comida.
—Ya estuvo, hay que arruinar su cita.
—¿Qué? No, no fue para eso que vinimos.
—No me importa. Ese era mi objetivo inicial y eso haremos.
—Dios, alguien tiene que sacarte el palo del culo, hombre.
—¡Coopera, por Dios! Acércate a su mesa y di que Neo te pegó el herpes o algo.
—¿Qué? ¿Por qué Neo?
—¿En serio estás haciendo esa pregunta?
—Pues no voy a decir eso sobre mi propio hijo. ¿Estás loco?
—Jesús… está bien, iré yo.
Antes de que Odiseo pudiera caminar hacia la mesa de los muchachos, Aquiles lo tomó del brazo. —¡Relájate un momento, Odi, dales tiempo! No querrás hacer una escena tan temprano, apenas llegan al local.
Odiseo cerró los ojos, inhaló profundamente y suspiró antes de sentarse de nuevo en su banquito.
—¿Eso quiere decir que estás dispuesto a intervenir más tarde?
—Sí, tómalo así si quieres. Sólo déjalos en paz por ahora.
(...)
Para el criterio de Neo, la cita estaba yendo bastante bien. Los temas de conversación sólo fluían y fluían y la comida era bastante buena. Decente. Estaba bien. Comida sureña, a fin de cuentas.
Telémaco y él llevaban viéndose casi un año, y esa era su primera cita, así como el primer paso para llamarse novios. Novios. Ah, su novio. Su hermoso novio de cabello tan oscuro como sus ojos y piel morena adornada de adorables lunares.
Desearía que no estuvieran tan lejos para poder inclinarse y besarle la mantequilla de los labios.
—Me estás mirando.
—¿Ah sí? Es casi como que estamos en una cita. Si quieres puedo mirar el juego.
Telémaco sonrió a medias.
—Me estás mirando como si quisieras comerme.
¿Era eso verdad? Tal vez ¿Cuando no lo estaba mirando así?
Neo correspondió la sonrisa con las mejillas sonrojadas. —Pues me abstuve de ordenar postre por una razón
Eso hizo a su (casi) novio carcajear. Acto seguido, se limpió los labios con una servilleta y dejó sus cubiertos caer en su plato con un estrépito.
—¿Qué harás después de la graduación?
El cambio de tema dejó a Neo aturdido por un momento.
—¿Yo? Pues ELAU me ofreció una beca deportiva después del juego de la semana pasada, así que supongo que eso haré.
—¿Y eso es lo que quieres hacer o…?
—¿Béisbol? Por supuesto. Siempre me ha gustado. Sólo… no sé. No sé qué estudiar. Tal vez sólo me meta a literatura o algo así.
Telémaco suspiró. —Al menos tú la tienes sencilla. Mi papá quiere que me meta a estudiar derecho.
Neo soltó una sonora carcajada.
—¿Qué? ¿Mi miseria te resulta graciosa?
—No es eso, sólo… Dios ¿Derecho? ¿Tú?
—¿Por qué? Sería un increíble abogado.
—En lo más mínimo. Un poco de presión y te echarías a llorar en el tribunal.
—Jódete. Eso es mentira.
—Ah, no, tienes razón. No llorarías, sólo te pondrías rojo como si estuvieras a punto de llorar.
—Jódete, de verdad. Estaba buscando una forma de cambiar la opinión de mi papá pero ahora me voy a meter a derecho sólo para borrarte la sonrisa de la cara.
—¿Y por qué no te gusta derecho? Ser abogado paga bien.
—Sí, pero mi papá no quiere que sea sólo abogado, sino que quiere que sea senador en el futuro. No es, tipo, uno de esos trabajos que pagan bien y puedes dejar al rato; como revisar la página del restaurante de sushi y darte cuenta que pagan veinticinco la hora como mesero. Esto es algo serio.
—Mierda.
—¿Lo ves?
—¿Y qué pasa si haces otra cosa? Tienes dieciocho ahora y nos graduamos en un mes ¿Qué puede hacer él?
—Pues… No lo sé.
—¿Tienes miedo de que te eche de la casa?
—¡De ninguna manera! Sólo… no sé. No creo que lo superaría. El fantasma de su eterna decepción me acecharía por el resto de mi vida, o algo.
—¿Entonces no vale la pena?
—No.
—¿Qué te gustaría estudiar en lugar de derecho?
—Teoría musical, al cien por ciento. Me gustaría ser un gran músico algún día.
—Oye, pues mírale el lado bueno: con tu influencia como senador y tu dinero podrías iniciar una carrera musical.
Tele parpadeó varias veces. Neo lo encontró encantador.
—¿De verdad?
—Así lo veo yo. La única manera en la que te podrías costear una carrera musical sería con dinero del estado, de todas formas.
Telémaco frunció el ceño. —¿Senador y músico?
—Se han visto casos ¿No era Jimmy Carter una estrella de rock?
—No… pero tengo tantas ganas de besarte que lo dejaré pasar.
—¿Acaso te prendió la idea?
—No realmente, pero creo que puedo encontrar cómo convencer a mi papá. —Sonrió de vuelta. Sus ojos brillando con picardía—. Pide la cuenta, rápido. Si no te pongo las manos encima lo más pronto posible creo que moriré.
Neo estaba de acuerdo. Llevaba horas estando de acuerdo. Tal vez toda su vida.
(...)
Odiseo dio un manotazo contra la barra con tanta fuerza que hizo que Aquiles levantara la mirada de su celular inmediatamente. Los chicos se habían ido. Estaban saliendo. Entre risas y agarrados de las manos. Ah, lo que es ser joven y enamorado.
Pues el hombre junto a él no parecía compartir el sentimiento. Tenía el ceño fruncido y los puños apretados.
Odiseo se levantó con determinación. —Eso es todo. Hay que intervenir.
—¿Qué? No. Espera.
Aquiles lo tomó del brazo e intentó jalarlo de nuevo al asiento, pero Odiseo logró zafarse. Para ser un hombre tan pequeño, sí que tenía bastante fuerza.
Entonces, no le quedó más que empezar a perseguirlo. Perseguirlo por el restaurante, hacia la salida. Claro. Algunos ojos curiosos los siguieron a su destino, mas a ninguno le importó.
¿Estaban haciendo una escena? Casi lo parecía. Tal vez estaban a punto de hacer una escena.
«¿Pagué el vodka limonada? No recuerdo… Bueno, soy muy lindo como para que importe.»
—¡Hey! ¡Odi, espera!
—¡¿No los ves?! ¡Sepa Dios lo que van a hacer en ese carro! Sólo déjame ir y detenerlos.
Los chicos estaban al otro lado del estacionamiento, pero Odiseo y Aquiles estaban gritando tan fuerte que fue inevitable para ellos levantar sus miradas. Gran error.
—¡Pero todo fue bien! ¿Por qué te importa tanto?
—No lo entiendes.
—¡Pruébame! Tal vez no lo entienda, pero al menos lo sé. Soy chismoso.
Odiseo chasqueó la lengua y soltó un sonido de frustración.
—¡Dios, todo para ti es un chiste! ¿No es así? ¡Vas por ahí como si nada importara!
—Pues ¿Me debería importar la relación de dos estudiantes de preparatoria? No, no creo.
—¡No son sólo dos estudiantes de preparatoria! ¡Son nuestros hijos!
—¡Amigo, relájate! No es como si Neo le fuese a dar ácido a tu hijo o algo mientras le chupa la verga en el asiento del conductor. Es demasiado gallina para eso.
—No, ese muchacho es igual a ti. Y sé muy bien cómo son los hombres como tú. ¡Sólo quieren una cosa, la toman y se van!
—¿Ahora de qué carajos hablas?
—¿Vas a preguntar como si no lo entendieras? Por favor. Siempre es lo mismo con ustedes. Se acercan a ti con su espíritu libre y su actitud de desinteresado, te coquetean un rato hasta tenerte contra las mesas de atrás de la licorería de tu padre ¡Y luego no te devuelven las llamadas!
—Mierda, aguanta.
Al otro lado del estacionamiento, así como el resto de la gente, Neoptólemo y Telémaco se habían quedado viendo la escena frente a ellos. Una prostituta y un indigente discutiendo sobre quién-sabe-qué-cosa. Nada fuera de lo común en la ciudad, realmente, pero sí lo suficientemente entretenido para salir de la rutina.
Había una pausa. Parecía que la conversación estaba por tomar un rumbo diferente
—Esto no es sobre Neo, ni sobre mí, aunque no sé por qué me metiste a mí en esto… Es sobre Diomedes. ¡No superas a Diomedes!
—Santo cielos, cállate. —Escupió Odiseo, a pesar de ser incapaz de mirar a Aquiles a los ojos.
—Claro, tiene sentido. Nada más te estabas proyectando. Mierda, hombre, necesitas un montón de terapia.
—¿Puedes parar?
—No, o sea, es lindo. Tu relación con Diomedes te hizo pasar un mal rato y no quieres que Telémaco atraviese lo mismo. Es dulce. —Dijo Aquiles con voz sincera sólo para rematarlo con una sonrisa descarada—. ¿En las mesas de atrás de la licorería de tu padre? Perrita sucia.
—¡Suficiente! No necesito esto. Yo amo a mí esposa.
—Oh, tranquilo, de eso estoy bastante seguro. Te juro que he visto las fotos que tienes de ella en tu billetera más de lo que he visto a mi madre en toda mi vida. —Masculló—. Tienen un matrimonio hermoso, hombre, lo puedo notar, y lo último que quiero hacer es poner eso en duda. Pero, o sea, ¿te es tan difícil creer que amaste a otra gente además de ella? Específicamente a otro hombre.
Odiseo chasqueó la lengua. —Esa cosa a duras penas era amor, sólo nos acostábamos de vez en cuando.
—¿Estás seguro? Porque, basándome en la rabieta que estás haciendo justo ahora, no me parece que fuera «a duras penas amor.»
Maldita sea, ¡¿ese era su papá?! ¡¿qué carajo hacía vestido así?! ¡¿y con quién mierda estaba hablando?!
Neo quería encender el carro y lanzarse mientras estaba en movimiento. Esto no podía estar pasando.
—¿Estás bien? —Preguntó Telémaco a su lado, pero él apenas podía escuchar sobre el desorden en su cabeza.
Claro, tenía que arruinarle la velada. Tenía que arruinar todo. Cómo siempre.
Odiseo, por su parte, se hallaba mudo, incapaz de mirar a otro lado que no fuera el asfalto del estacionamiento. La gente a su alrededor se aglutinaba en pequeños grupos para ver la discusión. Pequeños murmullos aquí y acuyá, pero a Odiseo no le importaba. Ya nada le importaba, en ese instante. Estaba siendo un imbécil.
El sol se estaba poniendo. Casi. ¿Cuánto tiempo llevaban ahí?
—No sé cómo fue tu relación con Diomedes. —Continúo Aquiles—. Me parece que algo difícil, si es que te tiene así todavía. Deberías hablarlo con él, hombre. Hacer las paces. Cerrar ese capítulo de tu vida.
—No contesta mis llamadas… —Susurró Odiseo con voz lastimera.
—Seguramente hay otras formas en las que puedes comunicarte con él ¿No? No puedes asumir que fuiste el único que salió herido de la relación. Dale su tiempo. Tal vez cambió de número. Un montón de cosas pudieron haber sucedido.
Hay una pausa. Un silencio. La gente a su alrededor se empieza a disipar, lo cuál hace que Odiseo se sienta más tranquilo. Incluso si todavía está en un espacio público hablando de sus sentimientos mientras está vestido como un indigente con un hombre vestido como prostituta.
Suspiró. —Fue mi culpa. Yo fui quien cortó contacto. —Confesó—. Es sólo que… Era demasiado ¿Sabes? Y no había nada que pudiéramos hacer. ¿Qué podíamos hacer Diomedes y yo? ¿Si sabes a lo que me refiero? No había futuro ahí, incluso si nos queríamos mucho. No era como si pudiéramos casarnos. Mis padres y yo nos mudamos aquí, y después conocí a Penélope. Ella… fue como mi ángel de luz en la oscuridad ¿Sabes? Con ella no había confusiones ni nada. Sabía que me quería casar con ella, sabía que quería tener hijos con ella. Fue todo tan claro y simple.
Tragó saliva, como si estuviera al borde de llorar y lo estuviera reteniendo.
—Prometimos mantener el contacto, pero no lo volví a ver hasta ese partido; hace trece años. Todo fue tan raro. Me trató amistosamente entonces pero… No lo sé. —Suspiró—. Me recuerdas mucho a él. Siempre lo hiciste. Cuando tenía la edad de Neo era igual de relajado; yendo por la vida sin ataduras ni compromisos. Así como terco y soberbio. Justo como tú.
—Pues… Neo y yo somos dos personas diferentes.
—No, no, tienes razón. Neo no es Aquiles. —Concordó derrotado, más para sí mismo—. Neo no es Aquiles. Tengo que recordarme eso.
—Y Aquiles no es Diomedes. —Añadió Aquiles—. Recuérdalo.
Odiseo se quejó audiblemente.
—Sí, sí. Aquiles no es Diomedes…
Aquiles dibujó una sonrisa triunfante en su rostro.
—¡Bien! Ya que tenemos eso resuelto, ¿nos podemos ir? La noche es joven y quiero aprovechar este vestido.
—No quiero que me digas para qué. Pero, sí.
—Tienes que contarme todo, hombre, ¿cómo se conocieron?
—Su papá es rico y un verano le picó por pasarla pescando en Ítaca con su hijo. Se hizo amigo de mi papá y nos la pasábamos o en el muelle o en su casa en Argos con su entrenadora de béisbol.
—Diantres ¿Y lo hacían en el muelle?
—... Sí.
—¡Maldita puta!
(...)
Telémaco se quedó viendo a medida que la prostituta y el vagabundo se adentraban más al estacionamiento. Viéndolo mejor, le resultaban familiares.
… Espera.
—Mierda ¿Ese es tu papá? Mierda ¡¿Ese es mi papá?!
Neoptólemo apretó con fuerza el volante y cerró los ojos. Esto no estaba pasando. Esto era un sueño febril. Esto no estaba pasando…
Pero sí que era real, maldita sea. Maldita sea. Maldita sea. Por supuesto que era real. ¿Acaso Dios lo odiaba tanto?
Telémaco se salió del auto y Neo no vió otra opción más que seguirle a confrontar a ese par de idiotas y exigirles explicaciones.
Su padre fue el primero en reaccionar.
—¡Hola, muchachos! ¿Cómo estuvo todo? ¿La pasaron bien?
Neo frunció el ceño, empezando a enfurecerse.
—Pa ¿Qué carajo haces aquí? ¡Y así vestido!
—¿Qué tiene? El bartender no me cobró el vodka limonada qué pedí. Valió la pena
Dios, Neo quería gritar y morirse y gritar y morirse una y otra vez.
—¿Nos estaban espiando? —Telémaco interpeló.
—¡No! —Se apresuró Odiseo en responder—... ¿Sí…?
—Jesucristo. —Masculló Neoptólemo.
—Sólo queríamos asegurarnos de que todo estaba yendo bien ¿Sí?
—¿No confían en nosotros?
Aquiles interrumpió. —Yo confío plenamente en ustedes. Fue más tu padre el que tenía miedo de que terminaras en la calle o algo así.
Tele parpadeó con confusión.
—¿Qué…?
—¿Y por eso tenías que hacerme pasar vergüenza? —Vociferó Neo.
Aquiles ladeó la cabeza. —¿Cómo? Ni siquiera sabías que estaba aquí.
El pelirrojo chasqueó la lengua. —Clásico. Cuando todo parece que me está yendo bien siempre buscas una manera de venir y arruinar todo.
—¡Pero si las cita les fue perfecta!
—¡Y aún así te las arreglaste para arruinarlo, Pa! ¡Felicidades!
—Oh, por el amor de Dios, Neo, estoy cansado ¿Por qué no guardamos esta conversación para más tarde?
Justo cuando Neoptólemo estaba a punto de contestarle, Telémaco lo tomó de la mano, callando inmediatamente todo su tren de pensamiento. Lo vio, y sus ojos oscuros le transmitieron la tranquilidad que necesitaba, como un balde de agua extinguiendo el fuego en su interior.
Tomó una profunda respiración y suspiró con derrota.
—Está bien. Supongo que este estacionamiento ya tuvo suficientes escenas por hoy.
Aquiles sonrió.
—Vaya, lo tienes totalmente controlado ¿No? ¡Sigue así campeón! —Felicitó a Telémaco—. Bueno, me voy a mi auto. Ustedes hagan lo suyo. Adiós.
Habiéndose ido Aquiles, quedaron Telémaco, Odiseo y Neoptólemo en el estacionamiento.
Era casi como una pesadilla. De pronto, Neo empezó a sentir una maraña de nervios aglutinándose en el fondo de su estómago y esparciéndose por todo su cuerpo. Presentarse oficialmente ante los padres era el segundo paso y no estaba listo aún.
El ceño fruncido de Odiseo no lo ayudaba a calmarse en lo absoluto. Se veía intimidante incluso con su disfraz puesto.
Neo se aclaró la garganta.
—Señor, es un placer verle. —Tartamudeó.
Odiseo se quedó de brazos cruzados por unos segundos. Tanto que Neo creyó que le iba a escupir en la cara. Sin embargo, sonrió.
—El placer es mío, muchacho. Me alegra que hayan tenido una buena cita.
Neo pestañeó, sorprendido. Bueno, no era la reacción que se esperaba, ¡pero eso era algo bueno, sin duda!
Según había escuchado, Odiseo era un hombre bastante estricto y sobreprotector. De ser así, agradecía que se estuviese restringiendo. Siquiera para el momento.
Dirigió su atención a Telémaco, quien parecía igual de desconcertado—pero no menos contento—que él.
—¿Quieres irte en mi auto o te irás con él? —Le preguntó.
Telémaco ahuyentó su tren de pensamiento con varios parpadeos y miró a su novio. Luego, asintió con la cabeza.
—Sí, me iré con él. Hay mucho de qué hablar.
—Y que lo digas. Tengo mucho que hablar con el mío también.
—Entonces… —Masculló Tele con aire cohibido— ¿Te veo después?
Neo asintió con una sonrisa. —Por supuesto.
Odiseo tomó a su hijo de la muñeca y se despidió de Neo con un gesto de la mano.
—Buenas noches, muchacho. Cuídate.
—¡Igualmente, señor!
Había sido una tarde llena de caos, discusiones, y sentimientos encontrados. Odiseo desenterró los huesos de algo. Algo que creyó que había superado hace años, y cuyo fantasma no paraba de acecharle. Tenía que confrontar esas emociones, ya que era claro que no lo estaban dejando vivir tranquilo, y dejar ir lo que no pudo ser. Desde la semana entrante empezaría terapia, sin duda.
Ah, pero a la final todo fue bien. Ese muchacho, Neoptólemo, resultó ser un caballero. Se comportó bien durante toda la velada, pagó por la comida de ambos, y se refirió hacia Odiseo con formalidad. Lo había juzgado mal. Era obvio que las personas más destacadas en su crianza fueron Deidamía y Patroclo. No había forma que Aquiles hubiese participado en tal caballería.
Su hijo parecía feliz, que era lo más importante. Y no quería nada más que la felicidad de su Telémaco.
—Papá.
—¿Sí, hijo?
—¿Sabías que Jimmy Carter fue cantante de rock antes de ser presidente?
Fecha: 8 de Junio del 2025
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