lunes, 13 de octubre de 2025

Que mis labios tomen de mis manos la labor - Style


 Todo empezó porque Kenny lo invitó a una fiesta en la casa Broflovski.

—Te lo juro, amigo, va a estar loquísimo. —Aseguró su amigo con una sonrisa en el rostro. Ambos se estaban tomando su debido descanso después de horas de labor en la granja, sentados en el porche mientras se pasaban un porro. Cortesía de la casa.

—No lo sé, hermano. No creo que deba ir yo. —Expresó Stan—. Esa familia casi nos deja sin casa. No quiero arriesgarme.

Stanley no recuerda muy bien lo sucedido, pero lo sabe perfectamente, ya que su padre no deja de mencionarlo. Por supuesto que no. No el orgulloso Randy Marsh.

Fue durante el mismo año en el que Stan cumplió los diez. Su padre había comprado la granja en el lado campal de Colorado, a treinta minutos de South Park, por lo que tuvo que dejar de ir a la escuela en bus y, simultáneamente, ver menos a sus amigos. No consultó a su madre sobre la inversión, lo cuál también llevó a una gran discusión que hace que casi se divorcien por quién-sabe-cuántas-veces, pero Randy terminó convenciéndola con charlas sobre el buen impacto que dejaría a la larga y ella aceptó. Por entonces.

Ni Shelley ni Stan querían esa maldita granja. Sobre todo porque no era una granja común, no; en absoluto. Su padre los ponía a trabajar cultivando y triturando marihuana para tenerla lista para las ventas, las cuáles parecían ser cada vez más exitosas. La verdad Stanley nunca entendió quién le compraba marihuana al loco de su padre, pero quien-quiera-que-fuera al menos ponía comida sobre sus mesas.

También la odiaba porque, gracias a la distancia, dejaba de visitar cada vez menos a sus amigos. Y sus amigos tampoco podían visitarlo. Era horrible.

Todo empezó cuando Randy volvió a South Park y se encontró con Gerald Broflovski en el bar. Ninguno sabe por qué exactamente comenzó la discusión, con los años la historia ha ido cambiando. La versión más probable es esa en la que Gerald había hecho algún comentario sobre la ridícula forma en la que se estaban ganando la vida los Marsh y desde ahí escaló la conversación. Broflovski demandó a Marsh por la legalidad sospechosa de su negocio, argumentando ante la corte que, sin regulación alguna, podría colapsar con el orden a lo largo y ancho del estado, y hasta por todo el país, si continuaba creciendo, por lo que debía de pagar alguna sanción. El negocio familiar casi se acaba. Tendrían que vender la granja, y de ahí, ¿a dónde irían? No tenían la vieja casa en South Park, y no podían arriesgarse a invertir en una de nuevo. Nada parecía estar a su favor.

Pero con un buen abogado, Randy consiguió mantener la granja. Con condiciones, claro. Si quería seguir sembrando marihuana a grandes cantidades como lo estaba haciendo—lo cuál sobrepasaba la legalidad de posesión de sólo cincuenta y seis gramos—, tendría que limitarse únicamente a la venta medicinal del producto. Lo cuál hizo, a regañadientes. Un odio muy denso se formó hacia los Broflovski desde esos días. Y bien se sabía que el odio era mutuo. No había lugar en el que un Broflovski y un Marsh cruzaran caminos sin discordia de por medio.

Lo que más le dolía fue la pérdida de su mejor amigo Kyle. Si ya lo veía poco por la distancia, empezó a verlo todavía menos después del juicio. Sobre todo con que su padre empezó a educarlos desde casa gracias a eso.

No había un día en el que no lo extrañara. Y se preguntaba si el sentimiento era mutuo.

—No te van a reconocer. ¿Hace cuánto no te ven? ¡Hace siglos, viejo! —Insistió Kenny—. Además, va a ser una fiesta de disfraces. Nadie sabrá quién eres detrás del disfraz.

Stan apretó los labios, pensativo. Lo que Kenny decía era verdad, pero aún así tenía miedo. No sabía cuáles eran las consecuencias de sobrepasar los muros que esa familia había puesto para mantener lejos a la suya. No quería saber tampoco.

Sin embargo… con todo y que era verano, apenas y podía salir con sus amigos. Desde la graduación, no hacían más que pasar sus días en la granja; cosechando el producto, triturándolo y envolviéndolo en pacas para enviar a farmacias a lo largo del estado. Randy les estaba pagando un sueldo generoso a Kenny y a Cartman por ayudarle con la mano de obra en la granja, y les servía de mucho para cubrir sus intereses. Los de Kenny, sostener a su familia y reunir dinero para la universidad. Los de Cartman, tener dinero que gastar hasta que empezara la universidad.

Estaban terminando con los productos por entonces, y tendrían la semana siguiente libre en lo que el camionero vendía el producto a las farmacias magistrales de todo el estado. Querían pasar su tiempo libre disfrutando, pero no tenían mucha idea de cómo. Esa fiesta parecía la oportunidad perfecta.

—No será en su casa. Será en el hotel Hilton en Denver. —Explicó Kenny.

Stan soltó un jadeo atónito. —Maldición, ¿tanto dinero tienen?

Kenny se encogió de hombros. —Sí, bueno, no son sólo ellos. Es para homenajear a su papá y otra firma aún más grande en Denver, pero a nosotros en South Park nos consta que son ellos. Y sobre todo porque su mamá anda invitando familias a diestra y siniestra… excepto por ustedes.

—Excepto por nosotros. —Concordó Marsh.

Esperaba que su repentina pena diera fin a esa conversación, pero no era tan sencillo apaciguar a Kenny. Tiró lo que quedaba del porro al suelo y soltó un chasquido exasperado.

—¡Por favor! Será como en los viejos tiempos, ¿sí? —Insistió de nuevo—. Yo iré de princesa, Cartman de hechicero, tú de caballero, creo que Kyle irá de rey elfo de nuevo, y…

—¿Kyle irá de rey elfo?

—Eso había dicho, sí. Creo. No sé. Pero ¡¿No ves?! ¡Será como antes, viejo! ¡Como cuando éramos niños!

Stan recuerda perfectamente. Sus juegos, sus historias, las tardes en las que iban de una casa a la otra llevando noticias inventadas y haciendo tratados de mentiras. Cosas de niños. Cosas infantiles. A él le encantaba ser Stan Marshwalker, la mano derecha del rey elfo. El rey elfo. Su rey.

—Está bien. —Accedió Stan al final, cruzando sus brazos detrás de su cabeza mientras sentía el cosquilleo debajo de su piel que le indicaba que la marihuana estaba haciendo efecto.

Por las risas nerviosas que salían de los labios de Kenny, pudo notar que era lo mismo para él. Soltó un alarido estridente a modo de celebración y se echó para atrás.

—No te vas a arrepentir, te lo juro.

—¡Oigan, par de perras chismosas! ¡¿Cuándo van a dejar de cotorrear sobre chupar vergas con vestidos puestos y me van a ayudar a llenar este camión?!

Ese era Cartman, con las mangas de su jersey arremangadas hasta el codo y una gorra de béisbol puesta al revés. Después de triturar y embalar la cosecha, le dejaron el trabajo de subir doscientos kilos de marihuana en paquetes grandes al camión para la distribución. Era el más fuerte de los tres, después de todo.

En realidad, estaba en una competencia constante contra Stan por quién de los dos era el más fuerte, y él siempre ganaba por su peso, aunque Stanley no iba muy atrás; sólo estaba mejor distribuído que el de Eric. Kenny estaba lejos de ganar esa competencia. Era el más flaco y más bajo de los tres, no había manera de ganar.

—¡Gorda! ¿Vas a ir con nosotros a la fiesta de disfraces de Broflovski? —Preguntó Kenny en un tono divertido.

Cartman soltó un bufido. —¡Ni en tus sueños más degenerados, Kenny! Seguramente es un ritual para sacarnos las sangre a todos y beberselas al final o algo así.

—Sí, Cartman. Todos se mueren por beber tu sangre. —Stan rodó los ojos.

—¡Tú no puedes decir nada, Stan! ¡Ni siquiera vives en el pueblo para saber en lo que andan esos!

—¡Cartman, por favor, no seas tan cuadrado! —Interrumpió Kenny—. De paso puedes desempolvar ese fursuit que sé que tienes en el closet, ¿Mmh?

—Hermano, deberíamos llevar algo de esto a la fiesta. —Comentó Stan, refiriéndose a la mercancía que con tanto orgullo plantaba su padre.

—Si es que pueden hacer crecer cuatro acres de marihuana de aquí a mañana. —Dijo Cartman, posicionándose frente a ellos en el porche—. Mercancía ya no hay, ¿No les quedó rama?

—¿Ya no hay? —Stanley preguntó.

—No, amigo. El viejo sidoso de tu padre nos ordenó que recolectaramos todo. Lo que está en el camión fue todo lo que cosechamos ayer.

—Debió haber escuchado de la fiesta de Broflovski y piensa que vaciando el campo se hará millonario de la noche a la mañana. —Opinó Kenny.

—O que las farmacéuticas le darán un reconocimiento en un Hilton. —Stan suspiró. Su padre de verdad era estúpido.

—No sé. Oigan, ¿no les quedó rama de verdad?

Stan y Kenny se miraron con ojos rojizos y luego volvieron a mirar a Cartman.

—¿Te teníamos que dejar?

—¡¿Es en serio?! —Chasqueó la lengua— ¡Váyanse a la mierda los dos! ¡Ni siquiera quería ese porro lleno de baba sidosa! ¡Me voy a mi casa!

—¡Te queremos, Gordis! —Exclamó Kenny entre risas mientras lo veía partir en su auto devuelta al pueblo.

Stan también se echó a reír. Más por el efecto de la droga que por la situación en sí. Tendría que llevar a Kenny a su casa más tarde, ya que Cartman fue quien lo llevó a la granja, pero no importaba. Mientras más cosquillas sentía y las cosas daban más vueltas, nada importaba realmente.

Imaginó cómo sería la noche siguiente.

Dios, de verdad iba a volver a verlo después de tantos años.

💚💚💚

Su madre estaba haciendo todo lo posible para buscarle novia. Y se estaba volviendo ridículo.

Podía ponerse en sus zapatos por un momento, al menos un momento algo corto. Cuando estaba en primaria, tuvo muchas novias; enamoramientos cortos e infantiles que no duraban más de un día, pero múltiples, aún así. Sin embargo, desde los once años, no volvió a mostrar interés en ninguna chica. Entonces, cuando tu hijo adolescente llega a los dieciocho años sin que encuentres al menos una envoltura de un condón una vez en el bote de basura de su cuarto, algún sostén o alguna pantie arrugado tras la pata de la cama, como padre, empiezas a preocuparte.

Está bien, sí, no le gustaban las mujeres. Sí, era verdad, fue muy enamoradizo de niño. A los once pensó que todo eso era una estupidez, y no hizo paces con su homosexualidad hasta los quince años, edad en la que descubrió que todos esos «noviazgos» que tuvo de niño fueron una necesidad compulsiva de aferrarse a su inexistente heterosexualidad. Pero, aún si hubiese tenido novia, no sería tan tonto como para llevarla a coger en su casa, donde casi siempre había alguien y los gritos de su hermanito jugando videojuegos en el cuarto de junto ya eran suficientemente incómodos para cuando necesitaba masturbarse, mucho más para tener una relación con alguien. Y, de llevarla a casa, tampoco sería tan idiota como para dejar algún rastro. Además, no saldría con una chica tan estúpida como para pasar por alto los detalles; algún sostén o algún pantie. ¿Por quién lo tomaban?

Y sí, era gay, bastante gay. Pero tampoco tenía novio. Así que, ¿a quién le importaba?

A su mamá, aparentemente, quien cada vez estaba más insistente en que se acercaba a la edad para conseguir una buena esposa. Ella estaba lejos de determinar la edad en la que Kyle debería o no casarse, siendo que ella fue bastante promiscua en la mayoría de sus veintes, pero según eso le daba más a su favor. Que era mejor salir con una buena mujer antes de que se convirtiera en una puta usada. Y si a Kyle le gustaran las mujeres, estaba seguro de que no le importaría cuántas parejas pasadas tendría su hipotética esposa. Esas cosas no determinaban su valor. Sheila no estaba de acuerdo.

Una vez, mientras estaban en la sala de espera del doctor por el exámen físico anual de Ike, su madre empezó a hablar de nombres de niños.

—El niño se llamará Itai. —Dijo ella de la nada, parecía más para sí misma que para Kyle.

—¿Qué?

—Y la niña Mazal, como tu bisabuela.

La sonrisa en el rostro de su madre estaba tan llena de ilusión que Kyle no podía siquiera empezar a pensar en el hecho de que un futuro en el que él tuviera hijos sería bastante lejano, por no decir inexistente.

Justo en ese momento, Kyle estaba arreglándose para la fiesta de disfraces que sus papás habían organizado y a la que él iría a regañadientes. La idea de pasar el rato con abogados aburridos y estirados de Denver no le parecía atractiva en lo más mínimo, mucho menos sabiendo que su padre intentaría forzarlo a conversar para «visualizar su futuro». Lo único que parecía emocionante era que irían Kenny y algunos chicos de la escuela. Aunque con ellos ni hablaba.

También le emocionaba la idea de ir disfrazado. Le traía recuerdos de su niñez, cuando sus amigos y él jugaban cada cosa. A ser superhéroes, o reyes, caballeros y princesas en disputa los unos con los otros. Ese juego le gustaba más que ser superhéroe, porque Kyle era el rey de los elfos, y ese poder lo hacía sentir importante. Aunque también le gustaba jugar a ser alienígena.

Comisionó su propio disfraz para que se asemejara al que usaba de niño, sin embargo, se tomó varias libertades creativas. En vez de una túnica larga que cubría todo a la vista, tenía una capa roja que se abrochaba en su pecho, decorada con diseños de espinas doradas y abierto alrededor del cuello al estilo isabelino, sin tanta extravagancia. Debajo tenía un sobreveste color mostaza con bordados de rosas que le llegaba a las rodillas atado a la cintura por sobre una camiseta blanca colonial, y para rematar unos cómodos pantalones de lino café y unas botas. Se veía en el espejo y ya se sentía imponente, importante, real…

Algo tonto, también, pero en el buen sentido. Daba vueltas rápidas frente al vidrio sólo para ver la tela de su capa ser levantada por el ímpetu de sus giros. De un lado a otro, rápido y lento, hasta marearse y reírse de su propia estupidez.

—¿Estás listo, hijo? —Preguntó su madre desde la puerta, lo cuál le hizo componer la postura inmediatamente.

Se sintió apenado porque le encontrara en dicho estado de autocomplaciente indulgencia tonta, pero a Sheila no parecía importarle. Tenía puesto un disfraz de Cleopatra que compró en Walmart, y estudiaba a Kyle de pies a cabeza mientras se ponía un zarcillo demasiado grande para su propio bien.

—¡Oh, bebé te ves muy guapo! —Le elogió su madre al concluir su escrutinio con los ojos.

—Gracias. —Contestó Kyle con tono cohibido.

Su madre le sonrió y enderezó la postura.

—Sabes, Yentl va a ir a la fiesta.

Yentl era la hija del rabino de la sinagoga de Denver a la que fueron para celebrar el Bar Mitzvá de Ike el año anterior. Ya de por sí era bastante tedioso tener que conducir una hora desde casa, pero lo fue mucho más cuando su madre intentaba emparejarlo con las hijas de sus conocidas, eso y que le costaba hacer amigos con el resto de chicos que estaban ahí. No los juzgaba, no mucho. Iban a servicio todos los viernes, oraban y se iban antes de que sirvieran el Kiddush, por lo que no le daba tiempo para hablar con nadie fuera de las obligaciones dentro de la sinagoga. Si Kyle fuera uno de ellos, también estaría extrañado, como mínimo, por sus intentos patéticos de socializar. Pero se sentía estúpido estar solo al final de la ceremonia.

Durante la recepción se sentó, leyendo en una esquina, y ahí fue cuando la muchacha se le acercó. Tenía el cabello castaño, largo y rizado, y un par de lentes descansando en el puente de su nariz aguileña. Lo primero que escuchó en su voz fue un saludo en idioma élfico.

Kyle tardó en entender lo que le había dicho, hasta que ella se explicó.

—Estás leyendo El Retorno Del Rey, creí que…

—¡Oh! —Exclamó al caer en cuenta, y luego soltó una risa nerviosa ante su estupidez—. ¡Tienes razón! Disculpa, ah… Man esselya ná?*

Ella sonrió de oreja a oreja y se sentó a su lado. —Nánye* Yentl. Mucho gusto.

—Kyle. El gusto es mío, —sonrió también—. Me alegra conocer a una Ringer en persona.

Yentl ladeó la cabeza. —¿Ringer?

—Fan del señor de los anillos, así les dicen, no oficialmente creo, pero… —Tartamudeaba y se tropezaba con sus palabras. Estaba siendo un idiota y posiblemente ya había ahuyentado a la chica.

Pero no fue así. Yentl soltó una carcajada amena y empezaron a hablar de todo tipo de cosas. Relacionadas al universo de Tolkien y a la vez no. A ella también le gustaba el deporte, aunque era más de fútbol que de basketball, y también quería aplicar a una buena universidad. Era hija única y se llevaba mejor con su madre que con su padre, el rabino de la sinagoga. Kyle pensó que las siguientes horas hasta que se terminara la fiesta serían bastante aburridas, pero agradecía a Yentl que no fueran así.

Su madre lo fulminó con la mirada varias veces en el transcurso de su conversación, y al llegar al auto le dio una sonrisa cómplice.

—¿Te cae bien Yentl, Kyle?

—Sí, supongo.

A decir verdad, no sentía que conectaba con ella por muchas cosas que compartieran en común. Fue una agradable compañía en la fiesta, pero no se veía estableciendo una amistad a largo plazo con ella.

Y mucho menos lo que sus padres tenían en mente. Por Dios, todo menos eso.

Kyle deseaba que Ike llegara a su edad lo más rápido posible para que la atención sobre noviazgos y futuras esposas le quedara única y exclusivamente a él y que Kyle pudiera ser el tío soltero exitoso que en realidad es gay en secreto.

No creía casarse nunca, ni siquiera con un hombre. Dudaba que existiera alguien que lo volviera tan loco como para considerar un matrimonio.

—¿Ah sí? —dijo mientras se ponía sus orejas prostáticas. Tal vez si se mostraba ocupado, llamaría menos la atención de su madre.

—Sí. Hablé con su mamá por facebook y le envié la invitación. —Explicó la mujer—. ¿No te emociona volverla a ver?

¿Le emocionaba…? No realmente. Si quisiera hablar con alguien podía hablar con Kenny. Si Kenny hubiese asistido al Bar Mitzvá de Ike, hubiera hablado con él en su lugar. Yentl no era indispensable.

—Seguro.

Sheila parecía demasiado ilusionada con los posibles acontecimientos que implicaba aquella fiesta como para notar el tono monótono en su voz. Salió de su habitación con prisa y se fue a la propia. Kyle soltó aire que no sabía que retenía.

Se miró al espejo, como estaba quedando. Lo único que faltaba era su corona de espinas.

Un rostro que no había visto hace años lo miró de vuelta cuando fue a buscarla en su tocador. Unos ojos azules, un cabello negro y unos dientes blancos que le sonreían desde el marco junto al espejo. Ese sí era un rostro indispensable. Ese sí era alguien a quien le emocionaría ver de nuevo. Al menos por un segundo.

Si tan solo fuera posible…

💙💙💙

—Amigo, ¿de dónde sacaste esto? —Preguntó Stan.

Entre su dedo índice y su dedo pulgar había una pequeña pastilla blanca con el dibujo de un corazón en el medio que oscilaba de un lado a otro para estudiarla con una mano mientras la otra estaba en el volante del auto que le regalaron en su cumpleaños dieciséis.

Dividieron el transporte en dos: La Tacoma de Cartman y el Nissan Altima de Stan, para así poder regresar directamente a la granja y no tener que pasar la noche o en la casa de Eric o en la de Kenny; las dos parecían malas opciones. Según sus padres, Stan estaba justo en ese momento jugando videojuegos y atascandose con frituras en el sótano de la señora Cartman, pero tampoco les importaba tanto como para cuestionar más allá. Dijo que volvería, y aún así se llevó una bolsa, y ninguno cuestionó nada. Mientras más crecía, más indiferentes se volvían. Por lo que se cambió a su disfraz de caballero sin ninguna preocupación.

El disfraz era bastante diferente a lo que solía usar de niño. En ese momento, usaba una armadura brillante que refulgía debajo de la luz de la luna y un casco que dudaba ponerse. Lo único que se mantenía verdaderamente fiel al original era su capa verde y su espada. Pero el resto no era más que plástico barato que encontraron en Party City de último momento. Aún así, se sentía genial. Le traía bastante nostalgia sobre tiempos más simples.

—No te voy a decir eso, hermano. —Contestó Kenny, llevándose la pastilla a la boca y pasándola sin agua. Tenía puesto un disfraz de princesa que consistía en una peluca del largo de un edificio y un vestido morado estilo medieval. Ya no tenía la parka naranja que siempre usaba. No la necesitaba. Sería tedioso.

—Ken…

—Clyde y Craig estaban hablando de un paletó blanco en Wyoming que vende Smarties* por pepa.

—¿Fueron hasta Wyoming por unas pastillas?

—Yo no fui. Ellos pararon en las tres esquinas. Dicen que el tipo vive en un Malibú ‘85 en plena montaña de los pinos, y que tiene sexo con alces.

—Qué asco, Kenny. —Contestó Stan, arrugando la nariz.

—Sí, bueno, no importa. Lo que importa es que a Craig le caigo bien lo suficiente como para que me regalara unas cinco. Y voy a compartir parte de mi mercancía contigo, para que veas lo benevolente que soy.

Stan frunció el ceño. —No voy a tomar eso. ¿Por quién me tomas?

—Amigo, tu papá tiene una granja de marihuana.

—¡No es lo mismo!

—¡Por favor, viejo! ¿De verdad quieres estar en ese hotel escuchando discursos de viejos abogados estirados sobándosela mutuamente mientras bailan canciones de Abba y creen que por eso es una «fiesta»?

—Pues no, pero me hiciste venir por una razón.

—¡Por una razón! ¡Para hacernos mierda! Vamos, amigo, te juro que vas a sentirte en el séptimo cielo después de esto.

—Ken, no quiero meterme en problemas con esa gente.

Kenny se encogió de hombros. —¿Y qué dije? ¿Qué robaramos el hotel? ¿Que besaras a la señora Broflovski en la boca en frente de todo el mundo? ¿Que mearas en los cócteles? ¡No! Sólo tómate una, una sola pepa, y no te pediré nada más, ¿Sí? Es para sintonizarnos, amigo.

Stan apretó la boca. —¿Estás seguro de que no voy a hacer nada estúpido?

—No si yo estoy ahí. Además, a Cartman no le di una. Va a estar sobrio.

—Qué esperanza.

—Bueno, va a haber otra gente del pueblo. Tal vez podamos apoyarnos en Butters, o en Tolkien, no sé. Vamos, amigo, hagamos esto juntos.

—Dios, está bien. —Bufó exasperado para luego pasarse la pastilla a seco.

Tomarse esa pastilla había sido un error.

Los efectos pegaron en el hotel, al cuál no sabía cómo había entrado—Kenny se arregló de alguna forma con el portero. Las luces eran demasiado brillantes y la música demasiado ruidosa. Gente de un lado a otro bailando y bebiendo. Se encontraron con Cartman a la hora de quedarse enredados en un grupo de chicas disfrazadas de flappers bailando canciones de Rihanna y de Christina Aguilera hasta que pudieran salir, con cuerpos sudorosos y el cabello despeinado. Eso le pasaba por quedarse codo a codo con Kenny, pero la verdad le asustaba ir a cualquier otro lado; perderse en la multitud de gente que al moverse parecían manchas borrosas y coloridas de luces intermitentes… le aterraba. Especialmente en ese estado. Especialmente con lo poco querido que era.

Al dar con Cartman, empezaron otra secuencia de eventos confusos, extraños y entrelazados los unos con los otros en nubes borrosas de luces, colores, sonidos y sensaciones. Se atascaron de comida en la mesa a la esquina del salón y empezaron a inventar anécdotas a cualquier chica que caminaba frente a ellos, muchas de ellas ex-compañeras de la preparatoria. Cartman intentó ligarse a una Gwen Stacy al mismo tiempo que Kenny intentaba con Sailor Moon y los dos se pelearon por Susan Storm, quien Stan estaba casi seguro que era Bebe, sin éxito. Luego empezaron a hacer apuestas por quién vomitaba primero en la pista de baile al ritmo de alguna canción Europop de la que no recuerda el nombre. De verdad, ¿qué clase de fiesta de homenaje era esa? No importaba, porque había ganado dos rondas de piedra, papel o tijera contra Craig, a quien se habían encontrado por ahí junto a Tweek, Clyde y Tolkien, y lo hizo tomarse una botella de sangría entera por perdedor, lo que resultó en que fuera él quien terminara vomitando en un matero cerca de la pista de baile. Y entonces Stan y Cartman le debían veinte a Kenny.

No podía dejar de reír. Se sentía tan extraño y eufórico. Sentía que podía lanzarse y balancearse en el candelabro de cristal colgado en el techo sobre las dos escaleras que abrían las puertas al lobby del hotel y volar por sobre todos los cuerpos danzantes que se restregaban los unos con los otros en un baile obsceno de ardor y éxtasis. Estaba sudado, sobreestimulado y confundido. Su cabello estaba hecho un desastre.

A la tercera hora el efecto de la droga se fue disipando y el ambiente se iba calmando. Entonces, se dio cuenta de que habían pasado tres horas y no había visto a Kyle todavía. Tal vez sí había sido un error ir a aquella fiesta.

💚💚💚

Después de horas conversando con abogados estirados y empresarias soberbias, Kyle finalmente pudo escapar de las garras de la presión social y familiar y encontrar la paz en un rincón del hotel donde reinaba el silencio y la tranquilidad. No podía culpar a sus padres por cómo había acabado la fiesta. Al principio, era bastante tranquila y reservada; el dueño de la firma Jean-Johnson en Denver había dado un discurso y había abierto paso a su padre, quien dio el suyo y recibió su homenaje por décadas de trabajo arduo en South Park. Sin embargo, a medida que iban pasando las horas, el ambiente se tornó más y más agitado, como una fiesta de verdad. Una fiesta de Hollywood, llena de sudor y euforia. Era abrumador, pero al menos mantuvo a la gente entretenida por un rato. Sólo por un rato corto.

Y muy corto. Su madre no dejaba de intentar emparejarlo con la pobre Yentl quien muy convenientemente iba vestida de la princesa Arwen de Rivendel. Parecía esperar una reacción de parte de Kyle ante su elección de disfraz, y realmente le parecía impresionante—se veía hermosa, pero no podía ofrecerle lo que ella pedía de él. No sabía de qué hablar. Se estaba poniendo de los nervios. Todo, todo lo estaba poniendo de los nervios. La música, las luces. Intentó bailar al principio y se mareó tanto que tuvo que sentarse. Repentinamente quiso irse de ahí y tuvo que disculparse con Yentl para respirar aire fresco y despejar su mente.

¿Dónde estaba Kenny? Prometió que iría y no lo había visto en toda la noche. Vio a Wendy,  a Bebe, y al grupo de Craig, pero no veía a Kenny. Ese hotel no podía ser demasiado grande… ¿O sí?

Como sea, todo hubiese sido diferente con sus amigos ahí. Tal vez se habría animado a bailar, o a cantar, o tal vez habrían inventado cualquier otra cosa qué hacer. Extrañaba mucho tenerlos cerca. Todo se sentía más solo sin ellos.

Suspiró profundamente. Estaba haciendo cualquier cosa más que despejar su mente.

En aquel rincón aislado del área más recreativa del hotel había una pecera. Era una clase de pasillo, o algo así. Quedaba subiendo las escaleras, cerca de un ascensor. La decoración era elegante y glamourosa. Candelabros de luz tenue que rebotaban en los detalles dorados en las paredes. Y entonces, estaba esa pecera. Quedaba casi en pleno pasillo, de no ser por un pequeño espacio de junto que daba paso a los caminantes, y estaba decorada por detalles fantasiosos a sus alrededores. Era casi como si estuviera dentro de un muro puesto sólo por decoración. Después de que el ambiente bajara su cadencia… aquello le transmitía una paz indescriptible.

Había cada clase de peces. De todos los colores. Grandes, pequeños, azules y corales. Rodeados de algas y de piedras para peceras. Nadaban de un lado a otro, raudos y lentos. Kyle se acercó al vidrio para admirarlos con atención. No sabía de especies de peces, apenas y reconocía al característico pez dorado, pero aún así estaba conmovido por su belleza. Por sus escamas lisas y desordenadas, uniformes y extravagantes. Habían corales falsos decorando el hábitat como si fuera de verdad. Kyle se agachó un poco para admirar mejor la casa de aquellos peces. La estructura hermosamente despareja del coral. Miró fijamente a través de uno de sus huecos, y un ojo lo vio devuelta.

Un ojo. Un ojo humano. Uno que lo miraba fijamente. ¿Me estoy volviendo loco?

Se levantó de golpe, desconcertado, y un ojo se convirtió en dos. Dos ojos azules que se convirtieron en un rostro que lo miraba devuelta del otro lado del cristal. ¿Acaso no es…?

No, sí es. Y lo podía ver en todo su esplendor. Sus ojos azules, su cabello negro, su piel blanca, enrojecida levemente por el calor del lugar. Estaba tan sorprendido como él de verlo. ¿Qué hace aquí?

Era él. Era él. Era Stanley Marsh, Dios, es él…

Kyle desvió la mirada, medio cohibido, y fingió ponerle atención a la multitud de pececitos azules que navegaba rápidamente por la extensa pecera. Stan no le había quitado la mirada de encima, poniéndole delicada atención, y eso le ponía los pelos de punta. Su piel cosquilleaba y una ráfaga de mariposas revoloteaba salvajemente en el fondo de su estómago.

Subió la mirada de nuevo, dando cara a cara con él. Había un espacio para el habla, pero ambos parecían temer que sus torpes palabras arruinarían el momento que estaba floreciendo entre los dos. No había nada qué decir. Ya habían cientos de cosas dichas de ojo a ojo. De sonrisa a sonrisa.

Stan sonreía como si el mundo se hallara en tinieblas y fuera menester iluminarlo con una luz refulgente y cegadora que sólo se encontraba en las hileras de sus dientes. Hacía tantos años que no lo veía. Lucía tan guapo, crecido unos centímetros, con los hombros anchos y la postura de un hombre. Tenía ganas de acercarse a él y… conversar. Recuperar el tiempo perdido…

¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? ¿Por qué los separaron tan repentinamente?

—¡Kyle! ¡Kyle!

No había reparado en la presencia de Ike hasta que dijo su nombre. Primero fulminándolo a él con la mirada, luego a Stan con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa?

—Mamá te está buscando ¡Vamos! —Dijo en un tono cargado de fastidio.

Kyle dedicó una última mirada hacia Stan y una sonrisa penosa antes de retirarse, arrastrado por la fuerza de su hermano. De verdad no quería que ese momento terminase nunca, pero, sería un milagro el día en el que el destino estuviese en su favor… y en el de Stan.

💙💙💙

—Amigo, ¿dónde estabas? Te estaba buscando. —Preguntó Kenny mientras se acercaba a él. Tenía el rostro sudado y habían manchas en varias partes de su vestido, pero su peluca seguía impecable, por alguna razón—. No encuentro a Cartman y… ¿Estás bien?

¿Lo estaba? Stan no estaba seguro de eso. ¿Estaba bien? ¿Estaba bien al cien por ciento? ¿Lo estaba? No sabía distinguir si su reciente encuentro con Kyle Broflovski después de años sin verlo era real o una alucinación. ¿Estaba bien?

—¿P-Por qué lo dices? —Tartamudeó.

—Tienes una cara como de loco. Ya se te pasó el efecto, ¿verdad? Se te tuvo que haber pasado. No fueron muchos miligramos los que te di.

—¿El efecto…? Sí. Sí. Creo que sí.

Kenny ladeó la cabeza. —¿Y entonces…?

—Acabo de ver a Kyle.

—¡Oh, mierda, Kyle! ¡Ni siquiera lo he saludado! Maldición, me pasa por pasar la noche con ustedes.

—Era tan… creí que era una alucinación. O una aparición divina. Tiene… tiene esos ojos. Y el cabello, y…

—¿Te dijo algo?

—No. No. Yo tampoco le dije nada. —Stan sacudió la cabeza—. Tengo que encontrarlo.

—¡Espera!

La voz de Kenny se hizo sorda a sus oídos en lo que bajaba de las escaleras con prisa y buscaba por Kyle en algún lugar del salón. Lo buscó por todos lados con la mirada, y sólo dio con él en medio de la pista de baile, bailando con una muchacha…

¿Tiene novia? Claro, claro que tiene. ¿Por qué no la tendría? ¿Y por qué a Stan le importaba tanto? Debía superarlo. Aún si gustaba de él desde que eran niños... Muchos años pasaron y no tenía oportunidad … Dios, qué estupidez.

—Oh, wow. Mejoró el disfraz del rey elfo al cien por ciento. Estoy impresionado. —Dijo Kenny a su lado. Apenas se había dado cuenta que estaba ahí.

—Sí, sí. Mira lo bien que combinan juntos. —Escupió Stan con tono desdeñoso. Eran pocas las veces que llegó a estar celoso en su vida, y gran parte tuvo que ver con Kyle. Ya sea por estar celoso de él o de la persona que captaba su atención en lugar de Stan.

—Amigo, ¿estás celoso? —Preguntó Kenny en un tono divertido.

Eso le hizo sentir aún más estúpido. Porque, realmente, ¿por qué estaba celoso? Hacía años que no lo veía. Apenas y sabía algunas cosas de él por lo que Kenny le decía. Sus padres se odiaban, y eran dos chicos. Las posibilidades de que pudieran siquiera imaginar estar juntos eran mínimas. Paupérrimas.

Además… Kyle seguramente buscaría a una chica. Y una chica muy inteligente. No a Stan.

—No, no. No te lo tomes así, amigo. Simplemente es gracioso, porque no tienes qué. —Se corrigió Kenny al ver la expresión en el rostro de Stan. ¿Por qué no tenía que sentirse celoso?— No son novios.

Stanley parpadeó varias veces viendo a Kenny, luego a la pareja en la pista bailando la canción lenta que cantaba el grupo musical, luego a Kenny de nuevo.

—¿No lo son? ¿Estás seguro?

—Sí, sí. Mira, Kyle me habló de esto. Su mamá está loca por conseguirle novia, y como se habló con esta chica en el cumpleaños judío que le celebraron a Ike… en fin, es sólo la insistencia de su mamá. No pueden ser novios. Y si lo fueran, aún tendrías oportunidad.

—¿Oportunidad…? ¿Qué?

—Amigo, es gay.

Oh.

¡Oh!

—¿Estás seguro?

—Por supuesto, soy casi que la única persona con la que habla. Yo y Wendy, a veces, si querías saber eso. —Explicó Kenny—. ¡Anda, anda! La canción está por terminar, ¡ve por tu hombre!

Stan bufó con gracia. —Mi hombre.

💚💚💚

La canción finalmente concluyó y una ronda de aplausos fue dedicada a la cantante. Kyle fue atrapado incómodamente en un baile lento con Yentl, dando vueltas lentas y penosas por el salón a petición de sus madres.

Quiso excusarse con que no sabía bailar, lo cuál no era mentira del todo. No sabía bailar muy bien, pero podía intentarlo si quisiera, lo cuál no quería en ese momento. Yentl parecía entender su disconformidad, por lo que le dedicó una sonrisa simpática e intentó hacer la situación más amena conversando con él. Kyle apreciaba eso, de verdad que sí, pero le era difícil mantener una conversación con cualquier persona cuando lo único que llenaba su mente era Stan Marsh.

Qué… cómo… ¿Cómo había entrado? ¿Qué hacía ahí? Bueno, lo mismo que todo el mundo, posiblemente; emborracharse y bailar hasta desmayarse de un ataque de calor. Pero Stanley parecía lúcido y sereno, y el disfraz lo hacía ver genial. Era diferente al que solían usar de niños, ¿él se acordará de todo eso? ¿Se acordó al ver a Kyle? ¿Podrían volver a ser amigos y dejar sus diferencias de lado?

Se habían sonreído, ¿no era esa respuesta suficiente? Dudaba que Stan siguiera las leyes de Randy religiosamente. En realidad, todo lo contrario. Entonces, sería bueno que tuvieran la oportunidad de convivir de nuevo. Volver a ser amigos que juegan videojuegos y miran películas juntos en las tardes. Había tanto de qué conversar. ¿Cómo era la granja? ¿Qué quería hacer en el futuro? ¿Iría a la universidad? ¿Su hermana sigue viviendo con ellos? ¿Sientes lo mismo que siento yo?

No, eso último no, apenas y podían ser amigos de nuevo. No lo arruinaría con preguntas imbéciles.

Una mano tomó la suya desde atrás y contuvo un grito al levantar la mirada y encontrarse de nuevo con el mismo par de ojos azules que vio a través del vidrio de la pecera. Mordió sus labios y lo siguió hacia la columna que había detrás de él.

Un hombre estaba por dar un discurso, y su madre parecía entretenida con eso. Yentl y su madre también. Perfecto.

Stan soltó su mano y le habló del otro lado de la columna.

—Si profano con mi mano tan divino altar, perdonadme. Mis labios, cuán ruborosos peregrinos, están dispuestos a borrar la mancha con un beso.

Kyle arqueó las cejas por un momento. Aún extrañado por tan repentino cambio de tono, estaba dispuesto a seguirle el juego. Después de todo, tuvo que actuar para Romeo y Julieta en onceavo grado, y se memorizó todo el guión al pie de la letra, aún si quedó sólo como Mercucio.

Se dio la vuelta para quedar cara a cara con Stan. Ambos portaban sonrisas bobas en el rostro.

—Peregrino, subestimas el valor de tus manos. Sólo el roce es suficiente muestra de devoción, ya que los santos tienen manos que los peregrinos tocan. Y mano con mano es el beso santo del Palmero.

—¿Y los Santos no tienen labios, así como los Palmeros? —Continuó Stan en un susurro, inclinándose como con segundas intenciones. Kyle desvió el rostro y siguió caminando.

—Sí, peregrino. Labios que han de ser usados para rezar. —Contestó a sus espaldas, acercándose a las escaleras.

Stanley tenía plasmada en el rostro una de esas sonrisas que llegaban a los ojos. Habían dado tantas vueltas que quedaron frente al elevador del segundo piso, aquel que llevaba a la gente a las habitaciones del hotel a unos pasos del punto de su reencuentro. El discurso había terminado, la música comenzó otra vez, y la gente se había disipado por todos los lugares del hotel a su alcance. Kye perdió de vista a su madre y a Yentl. Mejor. Estaba distraído con algo que llamaba mucho más su interés.

No podía creer lo que estaba pasando. Era bobo, como muchos de sus juegos de niños, mas había una travesura que sólo podía ser expresada a través de la madurez y el deseo de dos personas de estar juntas a mayores niveles que uno.

—Entonces, majestad, rey mío. —Dijo Stan con una de sus manos capturando las suyas frente al ascensor—. Deja que mis labios tomen de mis manos la labor. Ellos rezan para que concedáis lo que os piden, o sino habrá desesperación.

—Los Santos no se mueven ni para cumplir oraciones.

Stanley se acercó, inclinándose sobre su rostro. Su piel cosquilleaba con anticipación. —Entonces no os mováis mientras cumplo mi oración.

Antes de que Kyle pudiera decir cualquier cosa, o dar paso a que cualquier acción fuese cumplida, la voz de su madre, quien estaba corriendo de lado a lado no lejos de ellos se hizo presente, y provocó que desviara la mirada. Había un grupo de personas reunidas frente al elevador, y la buena Sheila, tan social como siempre, estaba presentando a la madre de Yentl con sus amigas de South Park a las que invitó.

Kyle temió ser descubierto y apartado nuevamente de su viejo amigo. El ascensor se abrió de repente, y entre su torpe intromisión y la sensación de las manos de Marsh en su rostro todo sucedió muy rápido. Antes de darse cuenta, antes de poder decir palabra, cortar el juego, saludarlo bien y comenzar una conversación informal y natural; antes de poder respirar, siquiera, los labios de Stan se abrían contra los suyos. Y él se sometió.

¿Cuántas veces había soñado con ese momento en los últimos años? ¿Cuántas veces había imaginado el tacto de sus labios contra los suyos, la sensación, el calor, el olor, el sonido, todo? Todo, todo. Como todo invadiría cada uno de sus sentidos. Soñó con la voz de Whitney Houston de fondo, con las luces envolviéndolos, con el olor fuerte a colonia y ambientador que llenaba su nariz dentro de aquel ascensor. Cerró los ojos y se dejó llevar, como soñó que lo haría.

Se separaron y se miraron fijamente por unos segundos. Azul y verde. Verde y azul.

Dos risas tontas salieron de los labios de ambos.

—Hola, —susurró Stan.

—Hola, —contestó Kyle en el mismo tono.

Creyó que había cesado su jueguito de Romeo y Julieta, hasta que Stanley irguió la espalda y carraspeó.

—Por tus labios mi pecado ha sido purgado.

Kyle soltó una risa. —¿Y quedó en mis labios la marca?

—¿Del pecado de mis labios? Nos arrepentimos enormemente, puedes devolverlo.

Se inclinó para otro beso. Y otro. Y otro. Era todo milagroso. Algo que nunca pudo imaginarse. No, no así. Algo que únicamente podía imaginarse. Algo que sólo podía ser producto de sus más locas fantasías, y no podía nunca llevarse a la realidad. Como parte de los disfraces, y los juegos de niños, y aquel acto shakesperiano entre los dos.

—Besas al pie de la letra. —Elogió Kyle al separarse.

Stan sonrió con sorna. —Como si supieras distinguir la diferencia entre alguien que sabe besar y alguien que no.

Kyle parpadeó varias veces. El sofocante hechizo del romance se cortó, sin embargo, no fue suficiente para romper la burbuja en la que habitaban los dos. La burbuja de Stan y Kyle, aquella que hacía casi una década que no se formaba.

—¿Y cómo sabrías tú eso?

—Te conozco. Y apestas en el amor.

Broflovski abrió la boca con asombro, formando un jadeo ofendido. —¡No, no apesto!

—Sí apestas.

—¡No apesto!

—¡Sí que sí!

—Bueno, amigo, perdóname. No todos tenemos espantapájaros con qué practicar como tú en esa granja.

Stan soltó una risa. —Espantapájaros.

Kyle fue envuelto de la cintura por los dos brazos de Stanley. Se sentía alegre, eufórico, casi borracho, mientras Marsh se acercaba a él y le besaba el cuello.

—No sabía que leías a Shakespeare. —Masculló tras un suspiro, dejándose llevar por el calor y la humedad de los labios ajenos en su cuello y su rostro.

—No sabes nada de mí. No mucho. —Dijo Stan mientras continuaba su camino de besos.

—No seas injusto, amigo. Algo de ti sí que sé. —Contestó Kyle—. Además, siempre podemos ponernos al día, ¿no crees?

Stan le dedicó una sonrisa de esas que remueven todo en tu interior y provocan cortocircuitos en tu mente. La puerta del elevador se abrió y salieron caminando entre risas, siguiéndose el uno al otro. Era un secreto. Una chiquillada. Una jugarreta. Era su momento. Únicamente de los dos.

—¡Kyle! ¡Kyle! —Llamaba la voz de su madre por todo el piso de arriba.

Apresuradamente, y con ganas de salir de ahí lo más pronto posible, Kyle tomó a Stan del brazo y lo arrastró de nuevo al ascensor. Los gritos de su madre se volvieron más exasperados, pero no se detuvo. Tenía que escapar de ella lo más pronto posible. No quería envolverse en otro baile incómodo de nuevo.

Y mucho menos con los labios de Marsh atrapando los suyos tan pronto como entraron al elevador. Soltó un suspiro de alegría al corresponder su intromisión. Todavía no podía creer que eso estuviera pasando. No había tocado ni una sola gota de alcohol en toda la noche, pero se sentía más ebrio que nunca, envuelto por el calor y la dulzura que tanto anhelaba.

—Esto es tan tonto. —Dijo tan pronto como se separaron, sus frentes apoyadas la una con la otra.

—Crees… ¿Crees que estamos cometiendo un error?

—¡No, no! O sea… Bueno, tal vez. Pero no en el sentido qué crees.

—No… no te estoy entendiendo.

—Es sólo que… —Kyle chasqueó la lengua—. ¡Dios! No sabes cuánto te he extrañado, y siempre me imaginé que nuestro reencuentro sería diferente, ¿no estamos yendo demasiado rápido?

—¿Eso piensas tú?

—¿Y tú no?

—No lo sé. Es que no creo que hayamos sido así antes… ya sabes.

Kyle ladeó la cabeza. —¿«así»?

—Así como… esas personas que dejan de hablar e intentan recuperar la amistad y todo comienza siendo tan incómodo con esas conversaciones pequeñas e insignificantes y… no sé, —se encogió de hombros—. No creo que tú y yo funcionemos así. Las cosas siempre fueron más naturales contigo. Todo esto se sintió natural para mí, ¿para ti no?

Kyle negó con la cabeza y soltó una risa. —No me refería a eso… no quería dar a entender que…

—¿Y entonces?

—¡No sé! ¡Es muy rápido! ¡Es raro! ¡Es tan tonto! —Empezó a reír, incrédulo—. Por Dios, ¿Romeo y Julieta?

—Oye, nos queda, ¿no crees?

—Sí. Sí, tienes razón. —Dijo, y envolvió los hombros de Stan con ambos brazos, acercando ambos rostros para enfatizar. Su pareja, por impulso, lo tomó de la cintura—. Romeo, Romeo, ¿por qué tienes que ser Romeo? Rechaza a tu padre y cambia tu nombre. O, si prefieres, di que me amas y yo dejaré de ser Capuleto.

—¿Ves? Para mí todo esto es natural. Me es natural amarte.

Stanley sintió menos peso encima tan pronto como Kyle soltó sus hombros y desvió la mirada al suelo.

—¿Por… por cuánto…? ¿desde cuándo… ya sabes?

—Desde que nací, posiblemente. Estoy seguro que el primer latido de mi corazón susurró tu nombre.

Kyle alzó la mirada y rodó los ojos. A pesar de su reacción, estaba rojo de las mejillas a los pedazos de piel de su cuello que se asomaban por la capa.

—Amigo, estoy hablando en serio.

—Yo también. —Stan rió—. No lo sé. Creo que desde que dejamos de hablarnos me di cuenta, un poco… o sea, fue difícil asimilarlo al principio, y creo que por eso ahora no me resulta tan raro. Menos mal que hicimos esto ahora y no hace, no sé, dos años. Ahí hubiera perdido la cabeza.

—Estás muy tranquilo.

—¿Sí? Yo siento como si el corazón me estuviera por salir del pecho, —dijo—. Kenny me dio una pastilla de éxtasis, y me siento como ligero ahora que pasaron los efectos. ¿Te imaginas si los dos estuviéramos perdiendo la cabeza? Amigo, sería un desastre.

—No sería raro entre los dos.

—No lo sé, también creo que gané confianza en mí mismo al descubrir que no me odias.

—¿Creías que…?

Fue el turno de Stan de desviar la mirada, cohibido. ¿De verdad creía que Kyle lo odiaba?

—Por supuesto que no te odio, súper-tonto. ¿Cómo podría odiarte?

Stan alzó los hombros, mas no subió el rostro.

—No lo sé. Creo que tu papá me odia, o al menos odia a Randy. Lo cuál es justo, yo también lo odio. Pero… no sé. Temí quedar mal con ustedes.

—No, no, no. Ven acá.

Kyle lo envolvió con ambos brazos y lo atrajo hacia sí mismo para besarlo. Stan correspondió, y por un momento creyó que empezaría a llorar. No podía creer que la idea de que Kyle lo odiaba pudiera tan siquiera pasársele por la cabeza. Había poca gente a la que amaba tanto como a Stan. Tal vez no amaba a alguien como lo amaba a él.

El ascensor dio su última parada, de nuevo en el pasillo que abría paso a las escaleras. Stan y Kyle se separaron tan pronto como se abrieron las puertas y los recibió el rostro sorprendido y hastiado de Ike.

—Ike, yo… —Intentó corregirse tan pronto como lo vio. ¿Cómo podía explicar una situación así? ¡Nadie siquiera sabía que era gay!

—Mamá te busca. Apúrate. Estoy cansado de que me mande a buscarte.

Kyle no tuvo tiempo para reaccionar ni para despedirse de Stan cuando Ike lo empezó a jalar por todo el pasillo hasta bajar por las escaleras. Le dio una última mirada a Stan por sobre su hombro. Esperaba volverlo a ver pronto. Había tanto de qué hablar todavía.

💙💙💙

Lo primero que le recibió tan pronto bajó las escaleras fue la mano de Kenny sobre su hombro.

—Amigo, tenemos que irnos lo más rápido posible.

Stan parpadeó múltiples veces. El nuevo golpe de música y luces después de un rato de calma lo había desorientado. Al menos no era tan intenso como unas horas antes, y la gente empezaba a irse del lugar.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿De qué hablas?

—Cartman la cagó y ahora tenemos que salir corriendo, ¡pero ya!

—¡Yo no cagué nada! ¡Simplemente estás celoso porque yo sí tuve jale esta noche y tú no! —Gritó Eric desde afuera del hotel. Varias personas a su alrededor se estaban yendo.

Kenny y él salían a paso rápido y el golpe repentino de aire frío del exterior le otorgó una lucidez de la que no sabía que era capaz después de todo. Estaba intentando analizar la situación y los eventos que abrieron paso a ésta. Estaba con Kenny en su granja, tomó éxtasis…

¿Cartman hizo qué?

—¿De qué están hablando?

Kenny rodó los ojos, caminando hacia el estacionamiento. —Lo encontraron en los baños haciéndole sexo oral a la chica con la que Kyle estaba bailando. La madre estaba toda escandalizada y empezó a gritar un montón de cosas en inglés y Húmgaro y estamos seguros de que lo quieren denunciar.

—¿Qué? ¡¿Qué?!

—¡Esa vieja perra estirada no sabe nada de la vida! —Bramó el aludido mientras abría su camioneta—. ¡Que me denuncie, ya lo quiero ver, eso no quita que le atasqué la lengua hasta el fondo a su hija!

—¡Amigo, qué maldito asco, cállate! —Gritó Kenny.

—Sí, gordo. Nadie quiere imaginarte en esa situación. —Vociferó Stan para luego dirigirse a Kenny—. Entonces, ¿qué hacemos ahora?

—Es mejor que nos vayamos a casa antes de que nos metan a nosotros también en el desastre. ¿Dónde estabas?

Stan desvió la mirada, recordando exactamente donde estaba hacía nada más minutos. Todavía podía sentir sus labios en su piel.

Ante el repentino silencio y la tranquilidad de la noche, todo aquello parecía surreal. No podía creer la tranquilidad con la que procesó todo. Pero estaba tan feliz. Estaba tan, tan, tan feliz.

—Yo… te cuento mañana, ¿sí?

Kenny le dedicó una mirada de arriba a abajo, luego una sonrisa pícara.

—Está bien, Don Juan, ya me contarás lo tuyo. Suerte en tu viaje, ¿sí? Yo espero llegar vivo a mi casa antes de que un ejército de los esbirros de esa mujer nos persiga para matarnos. De verdad, tenías que ver cómo hablaba. Dios. —Negó con la cabeza y se subió al asiento trasero de la camioneta de Cartman— ¡Cuídate! ¡Nos vemos!

Stan se despidió de él con un gesto rápido de su mano derecha y los siguió con los ojos en lo que partían del estacionamiento. Tenía curiosidad por saber los detalles sobre Cartman y aquella chica. Todos menos… esos.

Subió a su auto y cerró los ojos, pensando en los eventos de una hora hasta entonces. En los besos, las caricias, mejillas cuyas pecas se confundían en el tintado rosáceo que las tenía. Ojos verdes pestañeando cohibidos en hileras de pequeños cabellos cobrizos. Sonrisas cómplices. Suspiros. Abrazos. El calor de un cuerpo que le resultaba de lo más familiar y, simultáneamente, completamente extraterrestre.

Fue tan rápido, tan repentino, ni siquiera se habían dicho hola cuando ya tenían sus labios encima del otro. Pero era correcto, se sentía natural. Era lo que debía pasar, lo que estaba destinado a suceder entre Stan y Kyle. Siempre lo fue. Desde noches de pijamada, chistes internos y aventuras juntos hasta los siete años de distancia que se firmaron entre los dos. Todo estaba estructurado perfectamente para llegar a ese momento.

Y no se quedaría así como así. Sólo en un momento que compartieron los dos dentro de un ascensor. Sólo en un recuerdo y nada más.

Abrió los ojos, se miró en el espejo, tomó el volante con ambas manos y salió al lado opuesto de la granja Tegridad.

Las cosas no se quedarían así. No iba a permitirlo.

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1* : "¿Cómo te llamas?"

2*: "Me llamo Yentl"

3*: Los Smarties son estos caramelos gringos que parecen pastillitas y los drogos lo usan como modismo para referirse al éxtasis. Yo no creo que Kenny sea drogo constante, sólo social lol mi #headcanon

Yo no creo que Kenny sea drogo constante, sólo social lol mi #headcanon

CANCIONES ALTERNATIVAS QUE QUEDAN CON ESTO:

(Featuring Stan viendo a Kyle bailar con Yentl):

11 de Agosto del 2025

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