Lo peor que pudieron haber hecho, realmente, fue subestimar a Aquiles.
Aquiles nunca había sido un muchacho soberbio, no abiertamente. Y no por nada que no lo ameritara. Podría ser presumido, y le gustaba lucirse, ya que sabía que era bueno. En todo lo que se propusiera, en todo lo que lo retaran, él lo sería. Los deportes y la música era en lo que más destacaba. Desde las tardes de verano de entre el 97 y el 99 en las que, junto con Antíloco y Automedonte, Patroclo y él pasaban los días soleados jugando béisbol en el patio de la casa de Peleo en Lamía, antes de que se mudaran a Estados Unidos—Con los pies descalzos y copias baratas de las camisetas de uniforme de los Yankees sobre camisetas blancas sin mangas empapadas de sudor—, hasta aquél show de talentos del 2001 en el que interpretó Bohemian Rhapsody él sólo con una guitarra acústica que le habían regalado para navidad en su primer año en Los Ángeles. Siempre destacaría. Siempre brillaría.
Patroclo fue el primero de los dos en entrar a la universidad en el 2003 y, desde entonces, supo que el béisbol universitario no sería para él. Al menos no en ELAU, y definitivamente no con su beca académica para la carrera de medicina veterinaria. Aquiles entró dos años después con una beca deportiva. El equipo de béisbol de ELAU ganaron la temporada de la NCAA en el 2006 después de un lustro de derrotas con Aquiles de bateador. Estaba hecho para el juego. Su altura era una ventaja—Llegó al metro noventa a finales del doceavo grado de la preparatoria. Las puertas eran un enemigo común, pero fue de beneficio para confundir al pitcher de la USC que medía uno con sesenta y ocho—además de su velocidad. Su promedio era de ocho a diez metros por segundo, lo que hací que anotara una carrera en menos de treinta segundos. Ridícula y estúpidamente veloz. Lo suficiente como para confundir a los jardineros del equipo contrario y reducir la cantidad de outs por entrada.
Todo fue bien los primeros dos años. Patroclo se graduó de la escuela de medicina y consiguió trabajo como veterinario en una clínica cercana. Aquiles dejó la fraternidad y se mudaron juntos a un apartamento no muy lejos de la escuela. Ganaron la temporada del 2006 y la del 2007. Los días de celebración parecían interminables, y nunca podía faltar su monedita de oro. El mejor jugador. Su bateador estrella.
En tan poco tiempo se ganó el respeto y la adoración del equipo. Lo amaban. Y Aquiles no tenía ningún problema con complacer a sus compañeros presentándose a las fiestas que organizaban, así como Patroclo no tenía ningún problema con acompañarlo y asegurarse de mantener su cantidad de pacientes lo más baja posible en al menos una noche. Pero, a decir verdad—y era una preferencia personal de parte de ambos—la celebración perfecta sucedía en los confines del hogar que habían creado. Preparando la cena juntos con los éxitos noventeros de Anna Vissi llenando el silencio y una mala comedia romántica qué ver acurrucados en el sofá frente al televisor. Ni siquiera tenía que ser eso. Sólo la compañía silenciosa del otro era recompensa suficiente.
El 2008 fue el año en el que todo se fue en picada.
No era culpa de Fénix. Nadie le echó la culpa. Era un hombre anciano, y su retiro era un derecho federal. Le sostuvieron un homenaje por sus años trabajando en la ELAU en un restaurante de pizza cercano al que siempre iban después de un juego amistoso. Todo el mundo le quería. Todo el mundo le adoraba.
El verdadero problema llegó cuando la universidad contrató a los Atridas como nuevos entrenadores.
Bueno, en realidad a Patroclo no le gustaba señalar culpables. Pero al menos Agamenón era objetivamente un mal entrenador. Si tuviera que señalar a uno—siquiera un sólo culpable, definitivamente sería él. Y su novio definitivamente estaría de acuerdo.
Todo había estado bien al principio, dentro de lo que cabía. Recordaba a Aquiles comentarle que no le caían bien, y que eran griegos. Eran de los pocos del equipo que Patroclo sabía con certeza que eran griegos después de Antíloco y Odiseo. Eso había sido lo único que tenía su novio para comentar de ellos al principio.
Después vinieron más quejas. Que si Menelao había dicho que su técnica era mediocre y quería cambiarla, que si las estrategias de Agamenón no funcionaban. Que si no se organizaban. Como resultado, Aquiles llegaba todos los días al apartamento con un humor de perros. Y eventualmente Patroclo dejó de preguntarle el porqué de su estado. No había un porqué. Podía suponerlo fácilmente.
Ocasionalmente los acompañaba en sus entrenamientos y podía entender el desagrado. Agamenón era un entrenador deplorable. Sus estrategias no eran malas, pero su plan para ejecutarlas era inestable, y el espíritu del equipo se hacía pedazos. Las discusiones eran más comunes entre los miembros. Ganaron las regionales contra UCLA por muy poco. Y la temporada apenas empezaba
Patroclo y Odiseo no eran muy amigos. Apenas se veían cuando Patroclo atendía a las prácticas y Odiseo convenientemente estaba ahí, en el campo en lugar de su pequeña oficina de coordinador de eventos. La última vez que acompañó a Aquiles a una de sus prácticas, se sentó junto a Odiseo y mantuvieron una conversación. En medio de su conversación se escuchó una barahúnda al otro lado de las gradas—una maraña de gritos entre Agamenón y el bateador estrella—seguido del estrépito del metal contra la grama después de que Aquiles lanzara el bate contra el suelo y saliera del campo dando zancos furibundos. No era la primera vez que algo así sucedía, y todos sabían que no sería la última. A su lado, Odiseo suspiró profundamente y vocalizó lo que todos—o al menos Patroclo—pensaban.
—Tal para cuál, esos dos; igual de tercos y ninguno se da cuenta, —murmuró—. Si siguen así las cosas habrá que programarles una lobotomía en pareja antes de las súper regionales. Cambiarles la química del cerebro por completo.
Y sí, Agamenón era un entrenador detestable, amargado y cuyas estrategias apenas y funcionaban, pero nada de eso era lo que causaba la enemistad entre Aquiles y él. No, en absoluto; sino su parentesco. Ambos eran testarudos, orgullosos y tercos. Si uno gritaba, el otro buscaba gritar más fuerte, y así sucesivamente. No había rumbo para ninguna de sus discusiones. Sin importar qué, nunca llegarían a un acuerdo.
Hubo una vez en la que Patroclo intentó explicarle eso a Aquiles, lo cuál los llevó a una discusión que concluyó con él durmiendo en el cuarto que tenían para Tetis cada que visitaba Estados Unidos. Eso también se volvió más frecuente en ellos, las disputas, los desacuerdos. Como Aquiles llegaba al apartamento todos los días con un humor horrible, se hacía cada vez más sencillo que éstas salieran a flote. Por cualquier cosa. Por los trastes, por la ropa, por la cena. Eventualmente las tardes cocinando y escuchando la música que les inculcó la hermana mayor de Aquiles o viendo comedias románticas en el sofá se convirtieron en una rareza. Los silencios y las horas distanciados los reemplazaron. Y era bastante lamentable. Ninguno de los dos se merecía eso.
—Pues a mí me parece que actúa igual. —Respondió Briseida cuando le contó sobre la situación.
Acababan de esterilizar a una gata y se tomaron un descanso para ponerse al día. Patroclo la miró con incredulidad. Como si le acabara de decir algo en chino.
—¿Qué? No... Ese... Ese no es Aquiles. Aquiles no es así.
—Contigo.
Patroclo suspiró.
—Sí pues... supongo que estás en lo correcto.
—Mira, Pat, escúchame ¿Sí? No quiero que suene a que le estoy quitando peso a la situación, sino que no es anormal que tenga esa actitud tan nefasta. Es decir... Ha sido así desde que la preparatoria.
—No lo sé, Bri. Esta semana se suponía que Neo nos visitaría, iríamos a Malibú, vería a su padre en las súper regionales y veríamos películas juntos; ahora Dei tuvo que buscar una manera de llevárselo a Esciros con su novio porque Aquiles está aparentemente demasiado enojado como para pasar tiempo con su hijo ¿Qué puedo hacer? Él nunca había hecho eso.
—Tal vez deberías confrontarlo. Pero no lo hagas solo.
—Y ¿Con quién?
—Con alguien de confianza, qué sé yo. Su mamá, su papá, su mejor amigo...
Para la siguiente práctica, Patroclo llevó su arma secreta. Una de sus personas favoritas en el mundo. La más indicada para sacar a Aquiles de su estado anormal.
—Entonces, no entiendo ¿Sospechas que te está poniendo el cuerno o algo así?
—¿Qué? ¡No!
—¿Y qué es eso qué crees que le pasa?
—Ya lo verás. Está de un humor terrible.
—...O sea, lo normal.
Patroclo suspiró. —Polidora...
La mujer soltó una carcajada burlona y vivaracha. A sus treinta y seis años, Polidora se veía mejor que nunca. Con frescura jovial, y aún después de haber dado a luz a su primer hijo. Se veía justo como la hermana veinteañera genial de Aquiles que visitaba la casa de Peleo de vez en cuando en Lamía.
Para Patroclo ella siempre fue como una hermana mayor. Era muy bonita, muy agradable y le ayudó a lidiar mejor con el trauma de un padre negligente. Mucho después descubrió que también fue víctima de los celos de Aquiles. Un tema para otra ocasión, pero bastante gracioso aún así.
Aún no entendía por qué no se llevaban tan bien. Eran tal para cuál. Ambos con una viva imagen de Peleo reflejada en el brillo pícaro que refulgía en sus ojos verdes.
—Ya, ya, perdón. Él siempre fue así conmigo ¿Okay? Así que para mí esto es como si estuvieras preocupado porque despertaste, miraste por la ventana, y el cielo era azul. Si están peleados está bien, es normal, es natural, papá y Tetis se peleaban todo el tiempo.
Patroclo la miró con una ceja enarcada.
—... Tal vez no fue el mejor ejemplo. Pero va a pasar, te lo prometo.
Cuando llegaron al campo, los chicos ya estaban en sus posiciones, y Aquiles esperaba en la banca por su turno de batear con un ceño fruncido que se suavizó al ver a Patroclo y se volvió a formar cuando avistó a su hermana.
—¿Qué hace ella aquí?
—No te preocupes ¿Estás esperando tu turno?
Asintió. —Si es que siquiera se acuerdan de dármelo.
Sí se lo dieron, después de que Antíloco anotara una en el tercer intento. Era el turno de Aquiles. Patroclo y Poli se sentaron en las gradas a observar la práctica y ponerse al día. Pero no quedó mucho para que las cosas fueran en picada.
Aquiles golpeó la pelota al primer intento. Un movimiento flojo pero útil, aparentemente. Lo suficiente como para anotar un primer golpe, siendo que Antíloco apenas había anotado uno después de los dos strikes. Eso sólo reforzaba su papel como jugador estrella. Al menos ese fue el tren de pensamiento de Patroclo. Aparentemente, no todos pensaban así.
Antes de correr por las bases Agamenón pausó el juego para retroalimentar su desempeño.
No, retroalimentar suena como un verbo demasiado diplomático; hay respeto en las retroalimentaciones. Lo que Agamenón hizo se alejaba de eso.
—Eácida, bateas como marica. Hay que hacer esto otra vez. Empezar de nuevo ¿Está bien?
Patroclo sabía que Aquiles estaba hirviendo por dentro sólo con verlo de pie ahí, en silencio, su mente trabajando incansablemente para evitar no golpear al Atrida.
La paciencia de Agamenón no ayudaba.
—¿Qué esperas? ¿Estás sordo? ¿Te hablo en otro idioma? Éla, agóri! éla, éla, éla!
A su lado, Poli hizo una mueca de disgusto.
—¿Ese es el tipo del que estabas hablando? Qué insoportable.
Patroclo asintió. —Es uno de los entrenadores. Aunque no veo a su hermano por ningún lado.
—¿Qué pasó con el anterior?
—¿Fénix? Se retiró.
—Ya veo...
En el campo, Aquiles obedeció las órdenes sin rechistar. Se puso en posición de nuevo; brazos y manos separadas, el bate a veinticinco grados de su cuerpo. Al otro lado del campo, Eurídamo arrojó la pelota a su dirección y Aquiles se aseguró de batear con más determinación. La pelota voló al otro lado del campo.
Fue un buen jonrón. Patroclo no podía encontrarle un error. Polidora a su lado se levantó y empezó a alentarle a gritos. Él sonrió. No podía esperar menos de su jugador estrella.
Agamenón no parecía concordar con ninguno de ellos. Cuando Aquiles llegó a Home, éste se la acercó negando con la cabeza.
Poli frunció el ceño. —¿Pero cuál es el problema de ese viejo?
En el campo, Aquiles se cruzó de brazos mientras el hombre se le acercaba.
—¿Cuál es tu problema ahora, viejo? —Preguntó— ¿Qué hice mal esta vez?
Agamenón suspiró profundamente. —Mira, sé que crees que soy muy exigente, pero...
—¿Y no es eso lo que eres?
—Simplemente quiero que aspiren a la excelencia.
—Pues ya me tienes a mí. No necesitas nada más.
Esa respuesta sacó una jadeo desagradable de asombro de la garganta de Agamenón. Chasqueó los dedos y empezó a señalarlo mientras miraba al resto del equipo.
—¡¿Ven?! ¡¿Ven?! ¡Esto es de lo que les estaba hablando! Es un muchacho soberbio y malcriado. Se cree más importante de lo que realmente es.
—¡Dime cuántos juegos hemos perdido desde que llegué al equipo, maldito perro anciano!
Estaba enojado ¿Quién no lo estaría? Cualquiera, en una situación así, se enfurecería. Pero Aquiles era demasiado voluble. Lo que en cualquier ser humano sería mera exasperación se multiplicaba por mil en él.
—¡Y me falta el respeto! Mira, prinkipikó, jáctate de esos logros todo lo que quieras, pero eso fue antes de que viniera yo a bajarte de tu nube ¿Oíste? Agarra el maldito bate y empecemos de nuevo hasta que yo decida que lo has hecho bien.
—Para lo único que agarraré el bate será para romperte el crán...
—Bueno, ya fue suficiente con ustedes dos.
Patroclo no había reparado de la presencia de Odiseo en el campo. Pero sí, ahí estaba, en la banca con un termo de agua al lado. Se había levantado a interrumpir la disputa.
Se preguntaba cuántas veces tenía que hacer eso. Interrumpir las discusiones entre esos dos antes de que se salieran de control y alguien terminara con una nariz rota.
—¡Siempre es lo mismo contigo! —Vociferó Aquiles a una distancia prudente de Agamenón—. No puedes admitir que soy lo mejor que este equipo tiene. Si no fuera por mí, USC los hubiera usado de trapeador hace muchos años. Y ellos concuerdan conmigo ¿No es así?
Eso último fue dicho al aire, en espera de una respuesta de sus compañeros de equipo. Pero nadie concordó con él. Todos se quedaron en silencio.
Patroclo se preguntó si era su momento para salir e irrumpir. Incluso Poli se retorció a su lado. Pero ninguno hizo nada.
Agamenón soltó una risotada sin gracia. Acompañado de unos aplausos escandalosos.
—¿Y ahora? Todos estamos de acuerdo. Tienes la cabeza en las nubes Y ¿Por qué? No eres lo suficientemente bueno para ser tan soberbio.
Aquiles apretó los puños. —Ya veo. De ser así, entonces no veo por qué no debería dejar el equipo ¿No?
A Patroclo eso le había sentado como un balde de agua fría; ¿Dejar el equipo? ¿Estaba Aquiles drogado? ¡No podía! ¡Era su pasión! Desde pequeño quiso aspirar a las grandes ligas. Se emocionó tanto cuando la ELAU, una universidad número uno en el ranking de la NCAA, le dio una beca deportiva que llevó a Patroclo a comprar docenas de comida chatarra en plena madrugada y le contó a todos los que se encontraba en el camino. A la señora que estaba fumando en su porche, al hispano que se encontraba fumando hierba frente a la gasolinera, a la cajera, a medio mundo. Incluso llamó a Polidora con el teléfono fijo y los gritos de ambos despertaron a Peleo quien compartió su emoción antes de mandarlos a callar.
¿Cómo podría, siquiera considerar la idea de dejarlo todo? ¿En su penúltimo año, nada menos? ¿Por algo tan insignificante?
—Aquiles...
—No, Odiseo, se acabó. No pienso aguantar ni un día más esta falta de respeto. Ni de Agamenón ni de ninguno de ustedes. Estaré al tanto para ver desde casa como los Príamidas los arrastran por el campo. Me voy.
Y así fue.
Ese día Patroclo tuvo que despedirse de Polidora antes de lo planeado. Le prometió ponerse en contacto con ella otro día y la llevó a su casa. Realmente esperaba poder reunirse con ella y Aquiles en un café. Hacer la charla más amena. Pero no parecía que podría darse pronto.
Cuando llegó a su apartamento fue recibido con el sonido de una guitarra acústica viniendo de su habitación. Sonidos incoherentes que de pronto se convertían en No Surprises de Radiohead y volvían a ser notas aleatorias. Aquiles intentaba distraer su mente con algo y estaba fallando.
Patroclo pensó en ir a verlo y hablar sobre lo que pasó ese día, pero decidió que lo mejor era dejarlo ser. Esperar a que el fuego se apagara por completo. Dejó las llaves en su lugar, se sirvió un vaso de agua, se sentó en el sofá y encendió la televisión. Cada que Tetis los iba a visitar encontraba un canal donde daban exclusivamente novelas turcas. Ellos nunca lo encontraban, por más que lo buscaran. Se preguntaba si podía encontrar Hatırla Sevgili con subtítulos en inglés.
Después de rendirse y entender que nunca daría con ese canal, decidió dejar uno de esos reality shows estúpidos de MTV. My Super Sweet Sixteens estaba al aire y una chica rubia suburbana hacía un berrinche por el pastel que le eligieron. Eso serviría lo suficiente como para mantener su mente despejada.
Sin embargo, su mente no estaba totalmente despejada; ¿por qué Aquiles dejaría el béisbol? Había razones del porqué Patroclo decidió no jugarlo más después de la preparatoria. Su escuela tenía un buen equipo de béisbol, y era divertido y emocionante, pero hasta ahí; no quería saber nada más después de aquello—tal vez un partido amistoso y nada más. Pero Aquiles planeaba jugar para los Yankees algún día. Las grandes ligas. ¿Cómo podía dejarlo todo por un ataque de cólera que seguramente se había pasado ya? ¿Estaba loco?
Era muy tarde para cambiar de escuela. Perdería la beca. Abandonaría su pasión. Había tantas implicaciones malas tras su renuncia.
Sin embargo, ahí estaban.
Después de un rato—tal vez una o media hora—Aquiles apareció en el marco de la puerta de la habitación que ambos compartían.
—Agapité mou.
Su voz salió quedita, apenas más estridente que un murmullo. Tan distinta a los bramidos de más temprano. Patroclo sonrió y levantó la vista.
—nai, zoí mou, psychí mou, kardiá mou?
Aquiles sonrió de vuelta. Aún con el jersey de los Aqueos de ELAU, desfajado y abotonado a medias. Su cabello en una coleta baja casi deshecha.
—¿Qué estás viendo? —Preguntó.
—Un reality basura.
—¿Ah sí?
—Sí. My Super Sweet Sixteens o algo así. En este episodio, Haysleigh quiere una fiesta de cumpleaños temática del Gran Gatsby, pero su mamá Susan cree que esa temática es muy promiscua para una niña de la edad de su hija. Entretenimiento de calidad, ya sé que te va a gustar.
—Esa vieja es una idiota. El Gran Gatsby ni siquiera es tan hedonista.
Patroclo sonrió e hizo espacio en el sofá para Aquiles. Sin embargo, en vez de sentarse, borró su sonrisa y desvió la mirada. De repente se veía cohibido. Una expresión en él que Patroclo creía imposible.
—¿Llevaste a Poli a su casa?
—Así es.
—¿Y no vas a hablar de lo que pasó?
Patroclo inhaló profundamente y tomó el control remoto para bajar el volumen del televisor. De todas formas no le estaba prestando mucha atención.
—Tú ya sabes lo que pienso.
—Crees que estoy loco.
—Sí.
—Y que estoy tomando una decisión impulsiva.
—Sí.
—¿Y entonces?
Patroclo suspiró. —También creo que eres un adulto y confío en qué sabes qué es lo mejor para ti. No hay nada que yo te pueda decir que tú no sepas y como tu novio lo mejor que puedo hacer es estar para ti y apoyarte en el lugar en el que te encuentres.
Eso pareció tranquilizarle. —¿Entonces no me vas a sermonear?
Patroclo negó con la cabeza. —En absoluto. Ahora, ¿por qué no vienes a ver la televisión conmigo, kardiá mou?
Los próximos días fueron bastante rutinarios. Él seguía trabajando de nueve de la mañana a cinco de la tarde en la clínica de mascotas. Aquiles no atendía a las prácticas entonces llegaba más temprano a casa y pasaba más tiempo con la guitarra y el teclado que Patroclo olvidó que tenían en el armario. La verdad la carrera de teoría musical la tomó para llenar su lugar en aquella universidad como estudiante, mas no era el más comprometido. No era algo a lo que quería dedicarle la vida, después de todo. El béisbol sí.
Para satisfacción de Patroclo, cada que llegaba a su apartamento durante los próximos días lo encontraba limpio y la comida hecha. O un intento. A veces se resignaba y compraba la cena. Otras veces lo que lo recibía era un cuerpo desnudo en las sábanas listo para consentirle. Eso también se volvió bastante usual, de repente. Era como si estuviera intentando compensar por su silencio y hostilidad los días anteriores.
—Te veo contento, —observó Briseida en uno de sus descansos—, ¿se arreglaron los problemas en el paraíso?
—Algo así. Dejó el equipo y está más contento que nunca.
—¿Ah sí? Pues bien por él. Por ustedes, más bien.
—Gracias. Hay que ver cuánto nos dura.
No mucho, aparentemente. Pero no era culpa de Aquiles. Esa vez no. No por completo.
Odiseo y Automedonte llegaron a su apartamento personalmente el sábado de esa semana. Aquiles practicaba una interpretación de una canción de Nirvana, o algo así. La última canción que interpretó Kurt Cobain en su MTV Unplugged, Tell Me Where Did You Sleep Last Night. Se encontraba en su habitación desde el mediodía cantando «My girl, my girl, don't lie to me. Tell me where did you sleep last night». Al entrar Odiseo preguntó quién estaba muriendo.
—Kurt Cobain, de nuevo, aparentemente.
—Pues dile que salga. Tenemos que hablar con él.
Aquiles salió de su habitación y les ofreció comida y bebida que disfrutaron amistosamente en la mesa de su humilde hogar. Era agradable saber que Aquiles no sentía rencor ni desdén hacia ellos. Que éste estaba únicamente reservado para Agamenón. Le daba consuelo. No era tan problemático.
Odiseo puso un precio sobre la mesa. Dijo que las super regionales ya habían empezado, que habían perdido los primeros dos partidos y que si perdían el siguiente estarían descalificados. Entonces, Agamenón estaba ofreciéndole dinero para que siguiera jugando. Que se arrepentía y que necesitaba que volviera.
Parecía algo simple de aceptar. Aquiles no necesitaba el dinero, pero ansiaba su arrepentimiento. No veía porqué no accedería a la propuesta puesta sobre la mesa.
Pero era Aquiles al final del día. Y si había algo sobre él es que era terco como una mula.
—Si quiere ofrecerme disculpas tendrá que hacerlo en persona.
Odiseo se resignó y dejó de insistir. Automedonte, quien se había mantenido callado durante toda la conversación, dijo: «Te dije que sería inútil» mientras se limpiaba salsa de pizza de la boca. Aquiles volvió a encerrarse en su habitación y Patroclo concluyó que sería prudente despedir a ambos hombres a la salida. Disculparse también, quizá.
Cuando abrió la puerta del apartamento, estrechó la mano de Odiseo.
—Me disculpo en su nombre.
—No te preocupes, ya sabemos cómo es.
—Me gustaría poder compensarlo de alguna forma. ¿No queda más esperanza? ¿Algo más por hacer?
Odiseo estaba a punto de decir algo, pero fue interrumpido inmediatamente por Automedonte.
—Si quieres ser de ayuda en algo ponte ese uniforme tú y juega en su lugar. Mi primo iba a la misma preparatoria que tú y tu rubia. Te he visto jugar un par de veces. Eres bueno.
Patroclo negó con la cabeza. —Estoy oxidado.
—¿Qué mejor aceite que la práctica?
—Lo voy a pensar ¿Sí?
—Pues piensa rápido, por favor. El partido es el lunes contra USC y ni siquiera tenemos una estrategia preparada. —Automedonte chasqueó la lengua. —Al final del día ese maldito tenía razón ¿No? No somos nada sin él.
Patroclo no concordaba, y Odiseo tampoco. Pero a esas alturas ¿Qué más quedaba?
Convencer a Agamenón no fue sencillo. Tuvieron que organizar un juego amistoso en la universidad el sábado. Patroclo tuvo que tomarse días libres del trabajo e inventarle a Aquiles una excusa de dónde estaría esa tarde. Quedó de bateador contra Antíloco. Y, a pesar de que barrió el suelo con su derrota, le invitó una cerveza después del juego y se pusieron al día. Agamenón parecía estar satisfecho con ese desempeño. Y Patroclo estaba listo para darlo todo contra Tampa el día siguiente.
Otro día en el que Patroclo le mentía a Aquiles. Le dijo que haría una pijamada con Briseida esa noche, pero en realidad se iría al otro lado del estado a jugar un partido de béisbol contra la universidad de Tampa. Le avisó que tal vez volvería a casa en la madrugada. Aquiles empezó a sospechar, pero no lo hizo más grande de lo que él creyó que lo haría. Estaba ocupado con un proyecto de la facultad, después de todo.
Ganaron ese partido con diez carreras enteras. Celebraron con una pequeña fiesta en un club cerca de la universidad. Agamenón hizo un brindis por ser capaz de llevarlos a la victoria sin Aquiles y Odiseo y Menelao pasaron el resto del viaje cantando canciones griegas de borrachos sobre sirenas vagabundas y pasados hedonistas.
Patroclo estaba orgulloso de su desempeño. Era su primer partido en años, y lo había hecho excelente. La mañana siguiente le explicaría todo a Aquiles y seguramente él lo entendería.
Esa madrugada, llegó cansado a su apartamento, sudado y agotado. Pero, después de bañarse y ponerse ropa más cómoda, encontró serenidad en su cama y el aroma familiar que la acompañaba. Aquiles notó su presencia y lo abrazó. Y eso fue suficiente.
La mañana siguiente, sin embargo—cuando Patroclo terminó de contarle a Aquiles el porqué de sus ausencias—, no recibió abrazos cálidos.
No recibió desdén tampoco, ni una de sus explosivos ataques de cólera; sólo silencio. Silencio y una expresión de sorpresa y decepción. Casi podía escuchar un: "et tu, brute?" salir de su boca.
—¿Por qué no lo consultaste conmigo?
—Supuse que no estarías de acuerdo. Quería ayudarlos a ganar un partido antes de hacértelo saber.
—Pues... no. Pero... si no obstruye con tu trabajo...
—Es sólo un favor ¿Sí? Las súper regionales están por acabar y no tendremos que saber más de béisbol hasta nuevo aviso.
Aquiles suspiró. —Bien.
Esa misma noche hubo otro partido. Y las cosas se fueron hacia abajo.
Era el segundo partido de la semana de súper-regionales. Patroclo estaba listo para reemplazar a Aquiles, quien se había quedado en casa a esperar por él. Le prometió ver el partido por televisión, y Patroclo apreció eso.
En cualquier deporte, es de buena suerte jugar los partidos en el campus. Un augurio del cual la ELAU se ha beneficiado muchas veces. Ese partido sería una de esas. El juego contra USC sería en el campo de ELAU, con sus banderas azules y plateadas ondeando en cada esquina y el estudiante con botarga de soldado Aqueo motivando al equipo.
Tal vez eso les dio más confianza de la que realmente debieron de haber tenido. Tal vez fue el partido de la noche anterior. Eso les hizo bajar la guardia, seguro.
O tal vez sólo estaban destinados a perder.
Les estaba yendo decente. Era obvio que con jugadores como los Príamidas tendrían dificultades sobresaliendo, pero eso no les impidió dar buena pelea. Antíloco era un excelente bateador, Automedonte su mejor pitcher, y su estrategia estaba más que pulida.
Los Atridas tenían unas sonrisas anchas y refulgentes en ambos rostros, incluso Odiseo parecía metido en espíritu deportivo. Si Aquiles lo estaba viendo todo desde casa, seguramente él también estaba orgulloso del desempeño de su equipo, incluso en su ausencia.
Después quedó él cara a cara con Héctor Príamida. El jugador estrella de su equipo, excelente pitcher. Y Patroclo estaba seguro de eso. Ya que la fuerza con la que lanzó la pelota se desvió por completo de su bate y, en su lugar, lo golpeó en la cabeza con la ímpetu de una bala.
Patroclo había leído los síntomas de una concusión en la escuela de medicina, sólo que los documentos que leyó se enfocaban en gatos, perros o incluso roedores. No eran muy diferentes a lo que sintió cuando se despertó. Antes de siquiera ser lo suficientemente consciente de dónde estaba, se dio la vuelta al otro lado de la camilla y vomitó en un balde que, para su conveniencia, estaba ahí.
La cabeza le dolía con una fuerza que nunca creyó capaz. Debió recostarse para enfocar su vista y asimilar su entorno. Se hallaba en un hospital, en una camilla, con otro cambio de ropa, un pijama que no parecía ropa de hospital. Las cortinas estaban, dando paso al sol de la mañana, era de día. Había una pantalla frente a él junto a un pizarrón con garabatos inteligibles, pero estaba apagada. Había tres controles junto a él en una pequeña mesita. No recordaba cómo ni qué fue lo que lo llevó ahí.
Sólo sabía que le dolía la cabeza, sentía náuseas y tenía hambre (Aunque dudaba ser capaz de comer cualquier cosa sin vomitar).
Unos minutos después entraron a la habitación dos enfermeras con papeles, medicamentos y una botella de agua. Ambas tenían una actitud bizarramente burbujeante y lo hicieron tomar dos pastillas. Al menos beber agua lo hizo sentir mejor. Un poco.
—Nos alegra mucho que desperataras. —Dijo una de las enfermeras—. En una escala del uno al diez ¿Qué tanto dolor estás sintiendo ahora?
Patroclo sintió una punzada de dolor en la cabeza. Cerró el ojo con fuerza y se llevó una mano a ella. —Siete... Ocho.
—Eso es bastante alto ¿Crees que puedes contestar unas preguntas o preferirías que te dejaramos descansar?
—Sólo... acabemos con esto ¿Bien?
—Está bien. Es sólo para asegurarnos que está todo en orden ¿Okay? Tienes una concusión y es importante asegurarnos de que estás bien para darte de alta.
—Alguien lleva esperando por ti muy ansioso desde la noche anterior.
Su cabeza palpitaba y pensó. Aquiles.
Las preguntas vienen y van y vienen y van. Sí, su nombre es Patroclo Menoitiades. Sí, nació el 25 de Febrero de 1985 y tiene veintitrés años de edad. Sí, nació en Grecia Central, en Lamía, la capital de Ftióde. Sí, vive en Los Ángeles, California. Sí, conocía al loco que se quedó dormido en el lobby del hospital después de pelearse con un enfermero por no dejarlo dormir en su habitación. Por supuesto que lo conocía. Era su novio.
Eso pareció convencer a las enfermeras de que su herida no fue la peor. No sufrió de pérdidas de memoria y podía formular bastante bien las respuestas que le pedían. Sólo se mareaba de vez en cuando, y su cabeza palpitaba con puyazos fuertes. Las enfermeras le recetaron medicamentos e instrucciones específicas para los siguientes días y reposo, mucho reposo.
Su novio efectivamente lo esperaba en el lobby del hospital; con el cabello desaliñado y el rostro hinchado por pasarse la noche llorando, posiblemente. A su lado se hallaban Briseida y Odiseo, quienes parecían haber llegado recientemente al hospital. Aquiles fue el primero en reparar su presencia, y por ende el primero en levantarse y saltar a sus brazos antes de que Patroclo pudiera dar un paso más hacia las recepcionistas.
Ah, ¿A quién engañaba? Las recepcionistas podían esperar. Nada más importaba cuando tenía a su chico en sus brazos.
Entonces rompió el abrazo y lo besó en los labios sin previo aviso. Luego siguió con sus mejillas, su nariz y sus párpados. La clase de desesperación que viene con el alivio.
—Aquiles, mi vida, te aviso que vomité hace no mucho.
—No me importa. —Masculló con voz rasposa—. No me importa, Pat. Casi te pierdo y todo porque soy un estúpido y no pude afrontar mis propios problemas solo y el maldito imbécil ese...
—Ya. —Fue Odiseo quien interfirió—. Cálmate, Eácida. Anoche casi le rompes la nariz a Antíloco por esa actitud tuya.
Patroclo vio a Aquiles rodar los ojos y a Briseida detrás de él hacer una expresión de disgusto.
Sostuvo su rostro entre sus manos con aire rendido y suspiró.
—Esto nunca va a volver a pasar. Te lo prometo, Pat. Nunca voy a ponerte en una situación así de nuevo. Lo juro.
Patroclo sonrió ante el tono sincero de su voz y asintió. No importaba lo que sucediera, de ahí en adelante no se podía poner sino mejor para ellos dos. Estaba seguro.
El 2009 fue su año. Patroclo lo sabía. El resto del equipo lo sabía. Incluso los Atridas podían sentirlo. Se sentía en la atmósfera, en el aire que respiraban y los murmullos que se pasaban por los pasillos de la universidad. Ya habían tocado fondo y lo único que quedaba era tomar ímpetu y subir lo más que pudieran.
Agamenón y Aquiles hicieron las paces, a pesar del escepticismo persistente del entrenador. Menelao parecía aceptar mucho más el papel de Aquiles en el equipo, pero a su hermano le tomaba tiempo dejar de lado totalmente sus diferencias. No importaba en absoluto. Eso no anularía el momento de brillar del bateador estrella. Todos lo sabían.
Patroclo lo sabía más que nadie, sin lugar a duda. La noche antes del partido de las súper regionales contra USC el equipo organizó una fiesta de fraternidad. Habían dejado de asistir a esas fiestas con la misma constancia; a medida que pasaban los años el ambiente se volvía menos disfrutable. Pero habían ganado todos los partidos previos a ese, y era algo que celebrar después de todo el desastre del año pasado. La noche era joven, Patroclo tenía la vista enturbiada por dos botellas de vodka con limonada. No solía beber mucho, así que se dejó ser indulgente esa noche—sólo un poco. Su novio, por otro lado, fue mucho más indulgente. No era recomendable en lo más mínimo que los deportistas consumieran tales sustancias seguido, pero a Aquiles no le importaba. No era un alcohólico, pero sí tenía una botella de Whiskey que abría una o dos veces al mes. No era un fumador, pero en el mismo bolsillo que guardaba sus llaves tenía una cajetilla de Marlboros medio llena. Y así.
Esa noche tenía tres tragos de tequila encima y una margarita en la mano cuando se acercó a Patroclo con una sonrisa ebria. La sala se encontraba casi completamente oscura a excepción de algunas luces led y la gente a su alrededor bailaba al ritmo de una canción cuyo nombre Patroclo no podía identificar—una de Rihanna, o algo. Aquiles se sentó en su regazo a tropezones y rodeó sus hombros con un brazo.
—Mañana… Tú y yo seremos ganadores.
Su voz salió ronca y humedecida por el alcohol. Patroclo sonrió; ver a su novio borracho era bastante divertido. Rodeó su cintura con una mano y plantó un beso en su sien.
—Apuesto a que sí, amor. Apuesto a que sí.
Una sonrisa decoró el rostro enrojecido de su Aquiles.
—No entiendes. —Rió—. Vas a ver mañana. Todos van a ver mañana.
Y así fue.
Fue su juego más anticipado en mucho tiempo. Incluso Deidamía, quien había reducido cualquier interacción con ellos a acuerdos para la custodia de Neo, decidió atender el partido con su hijo en brazos. Patroclo recuerda que siempre fue una fanática del béisbol desde la preparatoria, así que el estadio no era extraño para ella. Le alegraba verla tan feliz después de tanto tiempo.
El ritmo del juego fue normal. La estrategia de esa vez era mucho más fuerte que la del último juego el año anterior. El equipo de USC había llegado con el ego en las nubes desde esa derrota, lo que hizo más sencillo que trapearan el suelo con ellos. Paris era un bateador incompetente, de todas formas, y todo el mundo lo sabía. El menos eficaz de los Príamidas, alguien que sólo permanecía en el equipo por mero nepotismo al ser hijo del director de la universidad. Y aún así tenía el descaro de entrar al campo con una sonrisa en el rostro. Una que mantuvo incluso después de que Automedonte le ganara en su ronda.
Era como si estuviera seguro de que ganarían después de todo. Sea por suerte, o por arte de magia, Patroclo no terminaba de entender. Pero eso no importaba. Lo único que sabía es que fue ridículamente satisfactorio ver como esa sonrisa soberbia se borraba cuando Aquiles anotó su décima carrera contra su hermano Héctor. Otra victoria para ELAU.
Patroclo recuerda los gritos, los aplausos, los cantos y los chiflidos. Todavía quedaban otro dos partidos para terminar las súper regionales, mas según su desempeño hasta ese momento el trofeo sería suyo. De todas formas, su celebración se debía más a la victoria ante la vergonzosa derrota del año anterior. Para ellos aquello ya era ganar.
Había un montón de gente amontonada a los pies de las gradas. A pesar de eso, no fue difícil encontrarlo. Se hallaba en el centro, con la ropa empapada en sudor y Neo sentado en sus hombros con su gorra puesta. La gente a su alrededor lo llenaba de elogios, felicitaciones y chistes. Su atención estaba puesta sobre todos ellos, sonriéndoles con aires principescos. Su Aquiles.
En una noche milagrosa como esa, podía suceder lo imposible. Y así fue. Agamenón se acercó a Aquiles y lo felicitó por su desempeño en el partido de ese día con un apretón de manos amistoso que el jugador correspondió. No significaba que eran amigos, ni que se arrepentía por su trato anterior, pero era un avance.
El grupo se había disipado, Deidamía se había despedido y sólo quedaban ellos. No tomó mucho para que los ojos verdes de Aquiles se posaran sobre él; su rostro enrojecido por el calor y la adrenalina del juego anterior. Le sonrió, Patroclo correspondió la sonrisa. Y ambos se unieron en un abrazo.
—Tenías razón. Ambos somos ganadores.
Aquiles negó con la cabeza y rompió el abrazo.
—Aún no.
Patroclo ladeó la cabeza.
—¿A qué te refieres?
Un brillo vivaracho iluminó sus ojos. A su alrededor el equipo estaba partiendo el campo para ir a la fiesta de celebración en la casa de fraternidad. Los ojos de Aquiles se dirigieron a la oficina de Odiseo al otro lado del campo y arrastró a Patroclo hacia allá.
Estaba confundido; ¿cuáles eran las intenciones de Aquiles? Mareó la posibilidad de que tuviera un regalo escondido dentro de la oficina esperándole, pero descartó totalmente la idea el momento en el que entraron a la habitación y Aquiles cerró la puerta detrás de él para empezar a besarlo.
Había mareado esa posibilidad, también, pero creyó que esperaría hasta llegar al apartamento. Hasta limpiarse el sudor de encima y poder relajarse frente al televisor. Sin embargo, Patroclo había subestimado la impaciencia de su novio una vez más.
El beso fue tranquilo, al principio, nada del otro mundo. Sólo el roce flujo entre dos bocas que anhelaban encontrarse. Como si nunca lo hubieran hecho. Aquiles lo besaba con ternura y paciencia. A veces separando su unión para plantar piquitos por todo su rostro. Patroclo tenía el corazón lleno de algodón. Los besos de su novio siempre le hacían sentir suave y calentito por dentro, y se intensificaban esas sensaciones con los besos suaves en el cuello que Aquiles plantaba y la forma en la que perfilaba su barbilla con los labios. Se sentía mimado, pero era capaz de reciprocar también con besos y caricias desde su cabello rubio y largo hasta su cintura.
Claro, a eso se refería. El descarado. Creía que podía hacer lo que se le diera la gana.
Pues Patroclo le demostraría que no siempre sería así. Entre besos y traspiés dieron con el escritorio de Laertida y mientras Patroclo se sentaba a tropezones Aquiles entrelazaba sus piernas mientras balanceaba las caderas con aires cohibidos. Cómo quien no quiere la cosa. El descarado.
—No podía dejar de pensar en esto. —Confesó mientras plantaba besos jadeantes por el cuello de su novio—. Pasé todo el juego reprimido mientras pensaba en ti.
—¿Ah sí? —Cuestionó Patroclo en el mismo tono; jadeante, sin aliento, sosteniéndose en el cuerpo de su novio en busca de estabilidad.
—Sí… —Gimió Aquiles en un tono desesperado—. Sí, sí…
Patroclo casi se reía al verlo tan desesperado. Restregando su pelvis paulatinamente contra su muslo mientras intentaban acomodarse en el escritorio. Tan reprimido que sólo bastaba la voz de Patroclo para hacerlo retorcerse. Tan necesitado que cualquier roce podría llevarlo al borde de su clímax.
Y Patroclo lo sabía. Claro que lo sabía; ¿Quién podía saberlo mejor, además de él? Tantos años y no habían explotado más cuerpos además del otro, no habían amado a nadie más que el uno al otro.
Estaba sentado a medias sobre el escritorio con su novio sentado a horcajadas en su regazo, restregando sus caderas y besando su cuello. Mirándolo con ojos vidriosos, llenos de urgencia.
—Estás muy impaciente hoy ¿Qué sucede, agapito?
—Quiero que me empotres contra el escritorio y me digas lo bueno que fui hoy, lo bueno que he sido, lo perfecto que siempre soy.
Patroclo se guardó una risa en lo profundo de su garganta y volvió a besar a su novio con vehemencia. Acariciando su cuerpo y bebiéndose los sonidos que salían de su boca con labios hambrientos.
Aquiles posiblemente traía consigo un botecito de lubricante en el bolsillo—conociéndolo, el muy descarado—mas no lo sacó, ni siquiera hizo el ademán, sólo siguió restregándose contra Patroclo. Contra sus caderas. Contra su rostro. Todo. Todo su cuerpo. Todo de él.
Ah, pasarían los años y nunca se cansarían del cuerpo del otro. Todo siempre se sentía como si fuera la primera vez. La misma electricidad. La misma vehemencia. El mismo calor.
Aquiles ciertamente hacía los mismos sonidos. Los mismos gemidos obscenos. Las mismas maldiciones al aire, mezclando el griego y el inglés. Los mismos jadeos, las mismas caras y los mismos tembleques.
—Te amo, ngh… —Gimió, aferrándose a la camiseta de su uniforme mientras seguía montando su regazo con la ropa puesta—. Te amo tanto, Pat… Pat… Pat, mi amor… ah…
Patroclo le acompañaba en urgencia con gemidos y resoplidos mientras arremetía contra la pelvis de su novio. Su hermoso novio, maldito fuera. Su cabello rubio como el sol, su cuerpo delgado pero fornido y sus ojos verdes tan hipnotizantes siempre lograban cautivarlo como ningún otro. No había nadie más para él en el mundo. Sólo su Aquiles. Su hermoso Aquiles.
Ah, era un deleite verlo romperse; ¿Cómo es que logra cambiar de ese semblante estoico impenetrable en el campo mientras juega, a la maraña de gemidos obscenos, rostro enrojecido y pupilas dilatadas que buscaba desesperadamente venirse en su regazo?
—Debería tomarte una foto así. —Jadeó—. Mostrarle a todos en ese equipo lo que realmente eres.
—¿Qué soy, eh…? ¿Tu putita sucia?
Patroclo negó con la cabeza y sostuvo su rostro entre sus manos. —No. Mío. Sólo mío. Mi amor. Mi cielo. La mitad de mi alma. Sólo mío.
Aquiles soltó un lloriqueo con los labios apretados y se inclinó para besar a su novio. Patroclo podía sentirlo cerca por la forma en la que aceleraba sus embestidas y como se tensaban los músculos de sus muslos.
—¿Te vas a venir así en serio, mi Aquiles? —Susurró Patroclo contra su oreja—. Tan desesperado que no puedes esperar a llegar al departamento ¿Verdad que sí?
Aquiles gimió y asintió.
—Mm, debí haberlo supuesto. —Se lamentó Patroclo con tono fingido—. No puedes pasar ni un minuto lejos de mí ¿No?
—N-No… ngghh…
—Vaya, escúchate, apenas puedes hablar.
—P-Pat… mfggh… Patroclo…
—Está bien, amor. Déjalo ir. Vente por mí.
Y eso fue suficiente. Aquiles empezó a temblar eléctricamente con el rostro escondido en su cuello mientras se aferraba a la camisa de su novio con fuerza. Patroclo lo sostuvo, acariciando con cariño su espalda y besando su sien.
Eran momentos así que Patroclo apreciaba más que el propio sexo; sentir como la tensión se disipaba del cuerpo de su Aquiles y como se dejaba ir en sus brazos. Amaba, más que nada en el mundo, apreciar la forma en la que sus pulmones se contraían naturalmente otra vez y como los latidos de su corazón encontraban su ritmo natural de nuevo.
—E-Eres imposible… —Murmuró Aquiles.
Patroclo sonrió. —Mira quién habla.
—No es justo. Me distraiste. Tenía planeado una sesión fogosa durante horas aquí y tú me retuviste con tus manos en mis caderas.
—Yo no hice nada. Tú no sabes aguantar. —Contraatacó Pat y luego soltó una risa—. Quién diría que te vendrías tan fácil; ¿Acaso no practican resistencia en los entrenamientos?
Aquiles chasqueó la lengua. —Cállate. Me tenías a mí, objetivamente un partidazo, en tu regazo gimiendo y restregándome y no te viniste; ¿Debo reportar un caso de disfunción eréctil al hospital?
Patroclo volvió a reírse para luego tomar la mano de su novio y llevarla a su empalmada entrepierna.
—Para nada.
Aquiles se mordió el labio.
—De verdad que eres imposible.
—¿Por qué? ¿Por qué no te di como querías? No te preocupes, todavía puedes tenerme si tanto lo deseas.
Aquiles lo pensó mientras acariciaba su erección todavía aprisionada por su ropa. Patroclo sentía como su respiración se entrecortaba.
—Sabes, no sé si lo quiero todavía.
—Por el amor de Dios, ponte de rodillas y deja de quejarte.
Fue su turno de sonreír. No dijo nada y fue diligente en su labor. Bien. Así le gustaba.
Aquiles se puso de rodillas frente a él y la vista pudo haber sido suficiente para hacer a Pat venir; con los ojos vidriosos, el cabello desordenado, la ropa mal puesta y el rostro rojo como un durazno. Era aún peor la forma en la que lo miraba con las pupilas dilatadas y su expresión de fingida inocencia. El descarado.
Restregaba su rostro contra su erección, aún dentro de los confines de su pantalón, y lo veía con los ojos bien abiertos y una sonrisa ebria en el rostro. Patroclo se aferraba al escritorio detrás de él como si su vida dependiera de eso. En parte así era.
—Deberías tomarle una foto a esto.
Patroclo no estaba de humor para seguir hablando, pero aún así indulgió a Aquiles.
—¿Ah sí?
—Sí, para recordar este momento.
—Mm, tienes razón.
—Al fin te das cuenta.
—Deberíamos ponerla en el comedor, dejar que todo el mundo vea lo obsesionado que estás conmigo.
Eso hizo sonreír aún más a su Aquiles. Sin más preámbulos y dejando de lado las vacilaciones, deshizo su cinturón y bajó sus pantalones y su ropa interior, dejando libre su miembro. Erecto, hinchado y húmedo ante todo el restriego de hace unos minutos atrás.
Su respiración se atoró en el momento en el que Aquiles lamió lenta y tortuosamente de abajo a la cabeza, viéndolo desde abajo con una expresión burlona. El muy descarado. Patroclo reprimió un gemido y se llevó una mano al cabello de su novio. Nada de agarres todavía. Sólo la dejó descansar ahí.
Empezó a chupar la cabeza sin quitarle la mirada de encima, volviendo a esa expresión de fingida inocencia mientras más se lo metía en la boca y cubría con los dedos lo que no le cabía. Patroclo apretaba los labios y acariciaba su cabello para evitar dejarse llevar. No quería darle el gusto todavía.
Aquiles parecía darse cuenta de aquello, por lo que se apartó de su erección con un jadeo obsceno y se limitó a masturbarlo con una mano húmeda.
—Okay, me estás fastidiando. Puedes gemir ¿Sabes?
—No te daré el gusto.
—Ah ¿Así que de eso se trata?
Si algo le gustaba era un desafío. Y su pequeña… aventura—por llamarlo de alguna forma—no tenía porqué serlo. Pero Patroclo conocía a su novio, y sabía que se lo tomaría personal.
Por supuesto que lo sabía ¿Cómo no saberlo? La última vez que Aquiles se tomó algo personal, Patroclo terminó en el hospital. Habría que rezar a Dios para que eso no se repita esa noche.
¿Alguien alguna vez murió por una mamada? ¿Eso no pasaba en un episodio de South Park?
Tal vez Patroclo moriría por la manera en la que Aquiles lamió los lados de su miembro, o por la forma en la que bombeaba su cabeza hacia delante y hacia atrás y viendo la forma en la que éste encontraba cada vez más cavidad dentro de su boca. Dios, tenía que aguantarse las ganas de tomarlo del cabello y embestir por completo hasta su garganta.
Aquiles podía ver sus deseos a través de aquellos ojos verdes tan sabiondos. Por eso tenía esa expresión vivaracha en el rostro, aún mientras lamía por la base y entre sus testículos. Dios. Maldita sea. Habría que matarlo.
Estaba tan cerca. Sus piernas temblaban, y podía sentir como se acumulaba en la base de su estómago, como una bola eléctrica lista para explotar. Aquiles lo sabía, y por eso mismo se dió la tarea de succionar lo más profundo que pudiera. Una y otra vez. De arriba a abajo. Mientras más se acercaba a la base con los labios, volvía de nuevo a su cabeza y lo masturbaba con su saliva. Qué obsceno. Maldito descarado.
Patroclo sólo se limitaba a gemir mientras se aferraba a su largo cabello y hacía un moño a desastroso con una mano. Aquiles seguía con sus movimientos mágicos de garganta y lengua que lo llevaban cada vez más al borde.
No podía seguir así. Era demasiado. Aquiles era demasiado, en todos los sentidos, de todas las maneras. Cómo jugador, como amigo y como amante.
Y Patroclo lo sabía tanto como que sabía que el sol saldría todas las mañanas; ¿Por qué se hacía el loco, si al final siempre cedía?
Y cedió, viniéndose en la boca de su muy insistente novio con un gemido estridente. Aquiles zumbía por lo bajo mientras se lamía las gotas restantes de los labios.
Ya relajado, Patroclo lo miraba desde arriba con los párpados pesados.
—Eres imposible.
Aquiles dibujó una sonrisa felina en su rostro y se levantó para darle un beso, Patroclo desvió su rostro.
—No me vas a besar con la boca sucia, qué maldito asco.
Su novio ladeó con la cabeza. —¿No pruebas lo que vendes? Qué negocio poco confiable.
—Lo que digas. Aún no quiero darte el gusto.
Aquiles rodó los ojos y le besó la mejilla en su lugar, envolviéndolo con un abrazo.
—Te amo, Pat, demasiado. —Confesó. Aunque no era realmente una confesión, sólo una reafirmación. Se llevaban amando demasiado desde que aprendieron el significado de la palabra.
Patroclo soltó un sonido complacido. —Yo también, corazón mío.
—Gracias por estar ahí cuando soy insoportable.
—Eres mi novio. No hay una sola parte de ti que no pueda soportar.
Aquiles sonrió y se inclinó para besarlo de nuevo. Esta vez, Patroclo lo dejó, rodeando su cintura con los brazos.
Siempre estaría para Aquiles, así como sabía que Aquiles estaría para él. En sus altas y sus bajas. En las buenas y en las malas. Aún cuando todo el mundo se ponga en su contra, Patroclo tendría un lugar para Aquiles. Su pequeño departamento o su oficina veterinaria. No había un lugar en la tierra con su nombre escrito sin el nombre de su novio acompañándolo. Y sabía que era correspondido.
Aquiles y Patroclo y Patroclo y Aquiles y Aquiles y Patroclo. Por siempre, para siempre, contra viento y marea.
Luego de separarse, Aquiles pegó su boca a su oído.
—Sabes, chupártela me empalmó de nuevo… ¿Te parece si vamos con todo esta vez?
Patroclo suspiró. —Espera a que lleguemos al departamento.
Fecha: 2 de Abril-11 de Mayo, 2025
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