jueves, 24 de julio de 2025

Cosas que no significan nada - Style +18



 A: Ok, me disculpo de antemano


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Todo esto es culpa mía, Dios ¿Cómo puedo ser tan imbécil?

Los ojos de Stan alternaban del licor descansando entre sus manos al otro lado del bar en cortos intervalos de tiempo. Quince segundos, los había contado. Parte de esos quinces segundos se concentraba en lo que tenía de cerca; el vaso de whisky irlandés en la barra; los hombres, jóvenes y viejos, a su alrededor platicando; la colección de mercancía de Los Broncos de Denver esparcida como decoración al otro lado de la barra junto con las múltiples bebidas y vasos con los que se ocupaba el bartender; etcétera.

A veces se obligaba a mirar cualquier otro lado por más de quince minutos. Cualquier otro rostro. Cómo el de la mujer de cabello azul presumiendo sus tatuajes bohemios a su grupo de amigos que tenía detrás de él. O el del anciano robusto con sombrero de vaquero que se inclinaba sobre la mesa de pool para meter un punto mientras se quejaba del artista que habían elegido para el medio tiempo ese año. Cosas triviales. Lo que fuera. 

Stan no era un hombre de bares. Lo fue, durante sus veinte y tantos, cuando los bares en el pequeño centro estilo colonial cerca de la CSU eran los lugares que más frecuentaba después de las clases y su apartamento. Luego los bares se convirtieron en los únicos lugares a los que iba cuando dejó el Football y le cortaron el dinero de la beca, por lo que tuvo que dejar la universidad, encontrar un empleo y un apartamento más barato en el que vivir de forma estable. Al final, los únicos lugares que acababa frecuentando eran los bares, su trabajo como representante de servicio al cliente para American Homes 4 Rent, y su apartamento. A los veintiséis se cansó de ellos, por lo que su mal hábito de beber lo guardaba para la casa, solo; el sonido de la televisión y su sillón de segunda mano siendo sus únicos acompañantes.

Ese día, no obstante, se hallaba de buen humor. No sabía si era porque no trabajaba, por el Domingo de Super Bowl—dejó de emocionarse por ellos cuando cumplió dieciséis—, o porque Los Broncos estarían jugando ese año, pero decidió pasar por el bar para ver el juego. Se compró un servicio de alitas con salsa búfalo—servicio que se acabó antes del medio tiempo—y una cerveza para empezar.

El bar estaba lleno. Repleto. Era sencillo perderse en el mar de visajes que se movían acá y acullá. De un lado a otro...

Pero Stan no podía. Era incapaz.

Entonces, cuando ya tenía casi un minuto sin mirar al otro lado del bar, su curiosidad lo traicionaba otra vez, y su atención se concentraba, de nuevo, en esas mesas, pegadas a dos ventanales abriendo paso a la oscuridad del exterior.

Era una buena esquina—una de las tantas repletas de gente ruidosa y odiosa que disfrutaban del juego atragantándose con cerveza y alitas de pollo. Su atención podía centrarse en ellas. Como en el grupo de adolescentes colados compartiéndose una botella de ron y una caja de pizza en una de las mesas, o la pareja de ancianos sonriéndose mutuamente con copas medio llenas de vino y palitos de pan con ajo descansando entre ellos. Tal vez tenía hambre. Sí, seguramente era eso. Tal vez ya bebió de más y lo mejor sería salir del bar e irse al Wingstop más cercano. O al que esté a más de setenta kilómetros de ese bar.

Y aún así se hallaba incapaz.

Era como si su presencia—o la posibilidad de ésta, más bien dicho—lo estuvieran jalando al suelo. Al subsuelo. Como si Stan estuviese hecho de toneladas de metal en lugar de carne, y debajo del suelo hubieran millones y millones de imanes controlando sus movimientos, manteniéndolo en su lugar.

Por un momento creyó que estaba viendo cosas; que el aislamiento voluntario lo había enloquecido finalmente. Tal vez el alcohol estaba haciéndole pasar un mal rato, a pesar de que no había venido más que esa primera cerveza y el vaso de whisky que ordenó después y que no se atrevía a terminar. Tal vez. Tal vez. Tal vez.

Tal vez sí era él, maldita sea. Kyle Broflovski, en toda su gloria, listo para torturarlo hasta su muerte.

Pero, ah, qué muerte más gloriosa. Como esa canción de The Smiths, «La forma más celestial de morir». Estaba en aquella mesa, solo, sentado, con la mirada perdida en los autos que iban y venían a través de la ventana; una copa de vino medio vacía descansando en su mesa. Cada tanto revisaba su reloj, o su celular, o a veces se quedaba absorto en el televisor. Stan se preguntó si había reparado de su presencia y decidió ignorarlo. Tal vez eso debía hacer él.

Y sin embargo, carajo, no podía. No podía.

Porque Kyle se veía tan diferente, y a la vez no había cambiado nada. Ni un sólo pelo. La última vez que lo vio, tenía el cabello más largo, y la sombra débil de una barba apenas y texturizada sus mejillas. En ese momento, aquella textura se hallaba mejor recortada; limitándose a su barbilla, con un pequeño bigote como compañía que formaba una bien detallada barba de ancla. Dos patillas bermellón de lado a lado y sus rizos lo suficientemente largos como para caer en pequeños tirabuzones rojizos a la mitad de su frente. Los mismos ojos verdes. Un saco y unos caquis que lo abrazaban bien. Fueron más de quince segundos.

Stan pensó en todas las veces en las que se imaginó a ese hombre al otro lado del bar, cuando tenía veinte años y estaba en el séptimo cielo. Cuando los límites del mundo se hallaban en su cama y los brazos pecosos de su mejor amigo. Las veces en las que soñaba con un futuro en el que ambos envejecen juntos y forman una familia feliz. En el que tienen mañanas preparando el desayuno entre besos robados y risitas de recién casados y noches bailando lento bajo la luz del refrigerador. En las que despierta con ese mismo rostro todos los días de su vida, viendo como su cabello se hace cada vez más gris y a diario aparecen nuevas arrugas que perfilan el contorno de sus ojos. Todas las mañanas, por siempre. Hasta que la muerte los separe.

Sin embargo, eso nunca sucedió. 

«A la mierda.» Pensó. Se bebió el resto del whisky y se levantó de sopetón.

El medio tiempo acababa de terminar y los jugadores habían retomado sus puestos. Los Broncos contra los Titanes de Tennessee, dos equipos mediocres, si acaso uno menos que el otro. Stan caminaba dando zancos hacia el otro lado del bar con su bebida en la mano, procurando no tropezar con nadie. Y en menos de lo que creía, estaba frente a la mesa del hombre al que alguna vez llamó súper mejor amigo.

—¿Kyle? —Una pregunta retórica, por supuesto. No es como si le costara reconocerlo en un millón de años—. ¿Kyle Broflovski?

No había planeado bien cómo se le acercaría. Cómo lo saludaría, o cómo empezaría a hablarle. Qué le diría, o para qué le vería. Tan siquiera... maldita sea, ¿qué hacía ahí?

Kyle parpadeó una vez, luego otra. Con un desconcierto cargado de inocencia, de manera que, a ojos de Stan, no parecía haber envejecido ni un sólo día. Eso le inundó de alivio. Lo último que quería era hablar con un completo extraño. 

—¡Stan! —Sonrió y se levantó como un resorte, inclinándose para envolver a Stan en un fraternal abrazo— ¡Carajo, amigo, eres tú!

Marsh correspondió la sonrisa, apartándose del abrazo. —Tú no te ves tan mal tampoco.

Kyle soltó una risa. —Sabes que no me refería a eso, es sólo... Diablos, ¿cuánto ha pasado?

—¿Catorce años? No lo sé, tú dime.

Esa respuesta pareció interferir un poco en el buen humor de Broflovski, provocando que su sonrisa se retorciera en algo similar a una mueca. Desvió la mirada por unos segundos y suspiró.

—¡Siéntate, amigo! Yo me siento de este lado. ¿Quieres algo de beber?

—Así está bien, creo. Bebí un poco de whisky hace rato.

Kyle carraspeó. —Claro, claro. Yo estoy intentando no beberme este vino demasiado rápido.

Había algo de tensión en ellos, y Stan lo odiaba. Porque no tenía porqué haber. Porque nunca antes había existido. Esas tensiones, esa incomodidad, esa necesidad por caminar de puntillas sobre piedras calientes para prevenir iniciar con un fuego incontrolable que se propagaría y convertiría en cenizas los restos de su relación... lo odiaba.

Y él no entendía por qué Kyle se comportaba así. Si estaba enojado con él, que lo muestre. Que muestre sus verdaderos colores, que deje salir esa frustración que Stan bien sabe lo agobia por dentro. Que arremeta contra él en vez de intentar proveerle una amabilidad que no se merece.

—¿Cómo has estado? ¿Qué ha sido de tu vida?

—Estoy trabajando como uno de esos tipos del servicio al cliente en AMH.

Soltó una carcajada. —¿En serio? ¿Y te pagan bien?

—Ah, pues sí... Tengo un apartamento en el centro y a veces vengo acá o salgo a comer o... eso, ya sabes.

—Claro, claro. Pues yo sigo viviendo en South Park. Vine a Denver a buscar a Ike del aeropuerto y me dijo que su vuelo se atrasó y que el próximo sería para la semana entrante. —Explicó—. Me notificó tarde, como cosa rara, y como ya estaba en la ciudad decidí venir a beber algo mientras veo como le patean el culo a Los Broncos una vez más en mi vida.

—¿Dónde vive Ike?

—Toronto. Con su esposa.

—Con su esposa, claro. Creí que estaba en Nueva York.

—Estaba. Después del exámen de leyes se mudó a Toronto y está trabajando en una firma allá.

—¿Y tú de qué trabajas? ¿Al final te quedaste en la firma de tu padre allá en la vieja South Park o...?

Kyle sonrió y desvió la mirada, como cohibido. —No, nada de eso, yo... Dejé la escuela de derecho y me mudé a psicología. Soy terapeuta.

—Ah, claro...

Hubo una pausa incómoda que hizo que Stan se enfureciera más; pero, realmente, ¿qué diablos esperaba? Tantos años sin hablarse el uno al otro. Ese vínculo que una vez tuvieron no podía resurgir así como así. Y tal vez ni siquiera estaba destinado a resurgir en absoluto.

Ambos miraron hacia la ventana. Fue entonces que Stan se dio cuenta—al mismo tiempo que Kyle, aparentemente—que estaba nevando. Copos diminutos como granos de azúcar definían masas de blanca nieve gigantesca. Eso explicaba el frío previo.

Kyle observaba su copa, ignorando el juego sobre su cabeza. Estaba por terminar, y no parecía irle nada bien a los Broncos. Con un demonio, ¿todavía cuando estaban contra los patéticos Titanes de Tennessee? ¿Es en serio?

—Tú... Stan... —Masculló, cohibido.

Otra cosa que Stan odiaba. Odiaba que se pusiera así. No era la primera vez. Las veces anteriores, esa actitud repentinamente amedentrada anticipaba la llegada de una bomba. Detonaba una explosión mortífera. Su última discusión comenzó con esa actitud y terminó en gritos e insultos que provocó su propio desplazamiento forzado.

—Estás... ¿Te está yendo bien?

Sus ojos, un par de esmeraldas que refulgían sinceridad. Su boca, una mueca de incertidumbre, esperando su reacción, inseguro de si sería positiva o negativa. Pero había preocupación, preocupación verdadera. Y Stan se preguntó si había surgido de su última conversación o si su apariencia—las ojeras perfilando sus párpados, su ropa de tres días sin lavar, su barba cerdosa y desprolija—lo había delatado.

Y eso también le enojaba. Porque Kyle no tenía ningún derecho a velar por su bienestar después de todos esos años.

—Considerablemente, creo. No lo sé, amigo, o sea... No ha cambiado mucho mi situación desde la última vez que nos vimos. ¿Por qué preguntas?

Kyle frunció el ceño y abrió la boca como para decir algo, sólo para cerrarla y volverla abrir abruptamente. 

—Pues, disculpa si quiero asumir que te está yendo bien en la vida antes de sacar mis propias conclusiones, amigo. Perdón por asumir lo mejor de ti.

—Gracias. 

—Aunque, claro, conociéndote debí suponer que seguirías hundido en tu miseria, solo. Como ahora. ¿Qué haces aquí?

Ah, eso era lo que Stan quería. Una reacción sincera. Una actitud honesta. Nada de simpatía fingida, ni amistades de mentira. 

Y, sin embargo, no le trajo ninguna satisfacción.

—No lo sé, sólo... —Chasqueó la lengua—. Sólo te vi al otro lado del bar y creí que... No sé, con un demonio.

Con una mano revolviendo su cabello, se preguntó: «¿Qué hago aquí, realmente?» «¿Para qué vine en primer lugar?»

—Claro, claro. Tú nunca sabes nada.

—¿Y qué carajo quieres que te diga, eh? ¿Que vine para arreglar las cosas y ya? ¿Pedirte disculpas de rodillas?

—Pues sí, sería lindo, gracias. Y bastante apropiado, ahora que lo mencionas.

Stan soltó una carcajada tosca. —De verdad no te puedo creer. Tú me echaste del apartamento, ¿y quieres que te pida disculpas?

—Oh, no. No retuerzas mis palabras a tu antojo. Dejaste la universidad por Dios sabe qué razón y sin tus ayudas financieras todos los gastos recayeron en mí. —Explicó—. Yo tenía que pagar la luz, y la comida, y la renta. Y tú no estabas haciendo nada.

—¡Estaba en un mal lugar! ¡¿Sí?! No sabía qué hacer. No quería quedarme jugando football, no sabía qué estudiar, no sabía qué quería hacer con mi vida. Quería tener una oportunidad para pensar en vez de tomar decisiones apresuradas sin saber qué era lo que quería.

—¿Y ahora sabes qué es lo que quieres? Dime. Me gustaría escuchar.

Stan frunció el ceño. Porque no, no sabía qué era lo que quería hacer con su vida. Pero no era justo que Kyle se lo echara en cara así cómo así.

—Es muy fácil para ti decirlo, ¿no? Tú siempre tuviste el apoyo de tus papás. No sé cómo puedes compararnos. Ellos te pagaban todo, y...

—De verdad que no sabes nada. —Su voz estaba tomando un tono exasperado y desdeñoso.

—¿No sé nada? ¿Te estoy mintiendo ahora? Ha de ser que el recibo de todos tus gastos no salía al nombre de Gerald.

—Cuando creía que iba a ser abogado, claro, pero no cuando cambié de carrera. —Dijo con voz firme—. Me cortó el dinero. Tuve que sostenerme únicamente con el FAFSA y préstamos estudiantiles que hasta el sol de hoy sigo pagando. Durante un tiempo no podíamos cruzar caminos sin pelear. De vagabundo y vividor no me bajaba.

—Honestamente, ni siquiera yo entiendo por qué cambiaste de carrera. Creí que te gustaba derecho. 

—Ay, ¿ahora te interesa? Pues yo sí puedo cambiar de parecer y no joder ni mi vida ni la de los demás en el proceso.

Stan parpadeó azorado, como si se recuperara del impacto de un cachetón. Era verdad, pero aún así dolía.

—Yo...

—¿Qué? ¿Ahora qué? —La voz de Kyle temblaba, como a punto de llorar, pero se negaba a mostrarlo.

—No quita que me echaste.

Parpadeó múltiples veces, incrédulo, como diciendo: «¿De verdad esa es tu respuesta?» Cerró los ojos con fuerza y desvió el rostro hacia la ventana. Luego hacia Stan otra vez.

—Lo único que te pregunté era si estabas buscando trabajo. Tú fuiste el que sacó las cosas de proporciones, como siempre.

—Pues por supuesto que estaba buscando trabajo, ¿cómo no querías que lo tomara a mal? Me hacías sonar como un parásito que se aprovechaba de tu dinero.

—Esa nunca fue mi intención. Tú eras quien te hacía sentir así. Tú y tu complejo de inferioridad.

—¡Pues sí! ¡¿Cómo no?! —Vociferó exasperado— ¡Siempre pareciste tener toda la vida hecha! ¡Nunca parecías dudar! ¡Tenías dos padres que te apoyaban indispensablemente! ¡¿Yo qué tenía?! ¡¿Qué tenía, Kyle?! ¡¿Al maldito Randy Marsh?! 

—¡Pudiste quedarte jugando football!

—¡No era lo que quería hacer!

—¡Ni siquiera sabías lo que querías hacer! ¡¿Por qué no hacer eso mientras pensabas mejor las cosas?!

—¡Porque... ugh! —Chasqueó la lengua—. ¡Porque no y ya! ¡¿Sí?!

Kyle se echó para atrás con un resoplido exasperado. Tomó un sorbo de su copa, mirando la nieve caer en mayores cantidades y con más fuerza, volviéndose densa en la acera, mientras mascullaba cosas para sí mismo. La almidonada masa se reflejaba en sus ojos, haciéndolos brillar como un verde de Dresde al chocar con la luz. Largas pestañas rojizas abanicaban alrededor de sus párpados. Pequeñas pecas tachonaban sus mejillas, dándole un deje infantil a su piel cerdosa por la barba. Barba de un color tan rojo como su cabello.

Stan soltó aire que no sabía que estaba reteniendo, asimismo dejando ir la tensión de sus hombros. El fuego de la ira se había disipado con la nieve.

—Te extraño, —admitió sin un deje de enojo—, te extraño mucho.

Recibió una mirada de ojos bien abiertos, movido por la sorpresa y el desconcierto. Stan quería creer que también compartía el mismo sentimiento que él. Que también lo extrañaba tanto que le entraban ganas de arrancarse la piel.

Cerró ambos ojos con fuerza y negó con la cabeza.

—Eres un imbécil, Stan. —Suspiró. Su enojo también se había disipado. Ninguno de los dos sabía cómo estar enojado el uno con el otro por mucho tiempo. 

Un alarido de fuerte decepción unísona hizo evidente que los Broncos habían perdido el partido. La gente empezó a abuchear con más fuerza que antes, tirando cosas e insultando al televisor. Stan miró la pantalla por sobre su hombro. Ya ni siquiera le importaba.

Kyle se bebió lo último de su vino y se levantó de la mesa, dispuesto a salir del local, por más tedioso que fuera en medio de la explosión repentina de furia colectiva. Stan lo siguió con la mirada, preguntándose mentalmente si lo dejaría ir una vez más.

Pero la última vez fue él quien se fue.

Aunque cualquiera lo haría bajo la presión de tu mejor amigo-casi-que-novio-pero-es-complicado-¿sí? echándote de su apartamento. El apartamento que antes pagaban los dos pero terminó pagando él solo, motivo de la disputa en primer lugar.

Y aquella desastrosa discusión, por más que le haya herido, fue suficiente para hacerle caer en cuenta de lo mucho que extrañaba a Kyle. Lo mucho que extrañaba su compañía.

Entonces, lo siguió.

La nieve caía con más prisa que nunca, dispuesta a cubrir cada esquina con su densa masa. La mayoría de la gente salía en sus autos, otros corrían debajo de ésta hacia sus hogares. Stan sería uno de los corredores de no ser por su nueva prioridad. Vivía bastante cerca de ese bar como para no necesitar un auto.

Kyle llevaba un suéter cuello de tortuga debajo de su saco que se subió hasta la nariz mientras inspeccionaba el lugar.

—¿Vas a volver a South Park así? —Preguntó Stan en un tono cohibido. Sentía pena, repentinamente, por haber arruinado el tono de su conversación anteriormente.

—No sé. —Dijo Kyle con los brazos cruzados en un tono tajante—. No te importa.

—Ya de por sí habría que conducir con precaución. La nieve se pondrá peor, sobre todo si conduces más arriba, y South Park queda a hora y media.

—No quiero rentar una habitación de motel llena de ratas, ¿sí? Estoy dispuesto a arriesgarme. —Se mordió el labio inferior y ojeó su auto al otro lado del estacionamiento—. Tal vez duerma en mi auto.

—¿Qué? No, amigo, por favor. —Stan negó con la cabeza—. Ven conmigo. Mi apartamento no está muy lejos, yo vine caminando.

—Stan, no...

—Por favor. —Suplicó, y esperaba que la mirada que le estaba dedicando transmitiera toda la sinceridad que tenía por dentro—. Déjame hacer esto por ti, ¿sí? Te lo mereces, después de todo.

Kyle apretó la boca y vaciló por un momento antes de ceder. 

Insistió en llevarse su auto, pues ni loco lo dejaría a las afueras de ese bar mugriento, tan propenso a ser robado. Y así fue como Stan recordó que Kyle necesitaba lentes para conducir legalmente, lo cuál le trajo recuerdos divertidos de su adolescencia, cuando apenas iban aprendiendo a conducir; seguía viéndose igual de adorable. La nieve iba agarrando fuerza y densidad a medida que conducía. Había mucha más gente a su alrededor de lo que usualmente solía haber cualquier otro día, especialmente un Domingo. Suerte que no les llevaría mucho llegar a su lugar.

Stan estaba nervioso. No podía creer que Kyle estuviera realmente ahí con él, ni mucho menos que dormiría en su apartamento. Tal vez... No. Definitivamente no.

O tal vez...

—¿Cómo estás trabajando? —Preguntó una vez llegaron al complejo.

—¿Mhm? ¿Cómo? 

El rostro de Kyle había esfumado todo rastro de enojo o desdén. Aquello le brindaba tranquilidad. Al menos no tenían que pasar la noche apretando los dientes con el otro en la memoria.

—O sea, ¿tienes tu propio consultorio o trabajas en un hospital? Porque he oído que hay gente que trabaja de una u otra forma.

—Pues empecé en un hospital pero tengo mi propio consultorio justo ahora. —Contestó Kyle mientras se aguantaba una sonrisa—. Y cómo es... ya sabes.

Subieron por las escaleras, demasiado flojos como para esperar por el ascensor. Por suerte su apartamento quedaba en la segunda planta.

—¿AMH? Trabajo aburrido de oficina. Ya te puedes imaginar. 

—¿En serio? Había escuchado que los dejan trabajar de casa.

—A veces. No todo el tiempo. Pero, ahora que lo mencionas, si te preguntas porqué tengo un teléfono fijo, es de ellos.

—Claro. 

Stan pensó que la conversación quedaría ahí en lo que habría la puerta. Su lugar no era muy espacioso, realmente, pero resistía. Tenía una sola habitación y algunas otras cosas. Una cocina, algunas cosas en el refrigerador, un sofá y un televisor. A veces dormía en su cuarto y otras veces en el sofá, y se sustentaba con fideos instantáneos y comida congelada. 

Esperaba la reacción de Kyle ante su penosa cueva-de-hombre, pero estaba distraído con la conversación.

—¿Sigues manteniendo contacto con alguno de los chicos?

—Sé que a Kenny le está yendo bien, leo noticias de él de vez en cuando. Vi que estaba dando clases en el MIT.

—Sí, sí. Hemos mantenido contacto, le está yendo de maravilla. Lo he visitado una que otra vez, pero ambos tenemos cada vez menos tiempo libre. —Explicó—. Me ha invitado a algunas fiestas pero... no sé. Es raro. ¿Qué haría yo entre tanta gente exitosa e importante?

—¿De qué hablas? Creo que encajarías perfectamente.

Estaba siendo un adulador, y Kyle lo notó por la forma en la que rodó los ojos. Pero tenía una sonrisa boba y un rubor en las mejillas, por lo que la misión había sido completada.

—Si hiciera algo revolucionario, tal vez, pero no soy el maldito Freud. Sólo escucho los problemas de la gente y les doy consejos. —Dijo mientras caminaba hacia el sofá—. Además, conociendo a Kenny, no creo que sea mi ambiente. Creo que lo dice para actuar de casamentero conmigo y atarme a uno de esos profesores o físicos.

—¿Estás soltero?

Entre tantas cosas nuevas que aprendía sobre Kyle, esa era la que más le sorprendía, genuinamente. Incluso más que su cambio de carrera o lo que sea. Y ni siquiera sabía darle un porqué.

Kyle entrecerró los ojos.

—Amigo, tú también lo estás.

—No, o sea. —Se aclaró la garganta—. Quiero decir...

—¿O me equivoco? —Jadeó con sorpresa—. ¿Está dormida? ¿Los estoy molestando? 

—¡No, no! —Stan sacudía la cabeza entre risas— ¡Nada qué ver!

El rostro de Kyle había tomado un tono tan rojizo como su cabello. Podía notar las ganas que tenía de esconderse bajo tierra y nunca salir, pero sólo se limitó a permanecer sentado en el sofá con una posición incómoda.

—No estoy viendo a nadie. —Aseguró Stan.

—Yo tampoco, ya que preguntaste. He tenido mis andadas, sí, pero...

Se entrecortó de repente, y Stan cambiaría diez años de su vida por descubrir qué se estaba guardando. Por poder saber qué sucedía dentro de su mente, a cada momento.

—¿Pero...?

Kyle sacudió la cabeza. —Nada, olvídalo. —Carraspeó— ¿Qué sabes de Cartman? La última vez que lo vi lo habían arrestado por perturbación de la paz, pero es lo único que supe de él y eso fue hace como uno o dos años.

—De Cartman genuinamente no sé nada. Aunque no me sorprendería si siguiera en prisión.

Stanley pensó que se veía como un bobo parado al otro lado de la sala, así que decidió que él y Kyle estaban lo suficientemente cómodos como para que estuviera bien que él se acercara al sofá junto a él. Que estén cerca el uno del otro. Que Stan pudiera ver esas pecas con más claridad.

Era absurdo pensar en todo eso. Como si volviese a tener diecinueve años, e incluso entonces era bastante tonto. No fue nada más que un juego entre jóvenes calenturientos. Cosas que no significaban nada.

Como no tenía que significar nada que se quedara viendo los labios de Kyle por mucho tiempo. O que pensara en el tono sonrosado que tomaría su piel pálida debajo del grueso suéter que tenía puesto. Suéter que podía quitarle con los dientes.

—¿Stan? ¿Stanley? ¿Me estás escuchando?

—¿Huh? Sí. —Se enderezó en su lugar—. Sí, sí. ¿Qué decías?

—Que podrías buscar empleo como entrenador de football en una preparatoria. Escuché que de eso está trabajando Clyde justo ahora.

—¿Clyde? —Dijo en un tono tosco.

—No suena tan mal. Es decir, genuinamente te va muy bien. Iba. No sé. No sé cómo estás ahora...

—Kyle, no hablemos del trabajo, ¿sí? 

—Es sólo que... Dios, Stan, ¿AMH? ¿En serio?

—No piden tanta experiencia. Y gano bien. Llevo años ahí.

—¿Desde que dejaste la uni? Es que... perdón. No puedo. No me parece. Es decir...

—Kyle. De verdad no quiero que hablemos de eso.

Le extendió una mano, y Kyle la correspondió. Acercándose a él con la mirada gacha. Stan casi podía contar todas las pestañas y cada punto que decoraba su nariz. Casi podía ver la piel de su cuello asomándose con pena a través del suéter.

—Perdón. —Levantó la mirada, el momento perfecto—. Es que me preocupo, ¿sí?

Había un brillo de sinceridad en esos ojos. Ambas cejas cobrizas arqueadas en preocupación. No quería tener esa conversación. No en ese instante. 

Lo extrañaba mucho. Dios, cuánto lo extrañaba.

Se inclinó más hacia él, cerrando con cada paso el espacio entre ellos, tentando las aguas. Kyle no se alejó. Eso era una buena señal.

—No hay nada de qué preocuparse, ¿está bien? —Susurró en el tono más comprensivo que pudo, acariciando no sólo las manos de Broflovski, sino sus brazos. Sus hombros. Casi casi su cuello.

—Está... Stan... —Cerró los ojos con un suspiro, inclinándose hacia él. Dejándose llevar.

Stan cortó la distancia con un beso. Un beso corto, superficial, lento. Dos piezas de un rompecabezas acostumbrándose a la sensación de estar enteras una vez más.

Pensó en todas las veces en las que habían estado así, enteros, completos, llenos. Acercándose de corazón a corazón, de boca a boca. Con mucha más urgencia y mucha más precocidad. Torpes roces que buscaban como fin la cercanía y el placer. Juego pubescente entre clase y clase, de lugar en lugar o en los confines de sus habitaciones. Como si fuesen capaces de adaptarse al mundo adulto del que estaban aprendiendo tan recientemente entre los brazos del otro. Con risitas tontas, murmullos privados, besos y caricias torpes. Como si eso fuera suficiente.

No podía estar más equivocado.

Ambos tenían miedo de moverse. No sólo los labios, sino las manos, el rostro, las piernas, cualquier parte del cuerpo. Como si al hacerlo rompería el hechizo en el que se encontraban en ese momento. Como si explotaran su propia burbuja.

Fue Kyle quien abrió cabida al movimiento al dejar ir la tensión en todo su cuerpo y prácticamente derretirse en los brazos de Stan, dejándose caer sobre él con un gemido complacido. Stan lo sostuvo de la cintura mientras buscaba acomodo en el reposabrazos del sofá, ajustándose a una posición que fuera buena para ambos.

Kyle se quitó el saco sin despegarse de la boca de Stan. Stan tampoco quería despegarse de su boca. Se abría de a poco debajo de él, explorando con su lengua, restregando sus labios, intentando separarse lo menos posible. Era como un acuerdo silencioso en el que, si se apartaban lo suficiente, nunca podrían unir los labios otra vez. Nunca podrían permitirse ese placer otra vez.

—Tenía la pequeña sensación de que me buscabas para esto. —Susurró Kyle a milímetros de su boca mientras se peleaba con su suéter.

Stan se alejó, sólo un poco, otra vez. —¿Ah sí? ¿Qué me delató?

—¿Así que es verdad? —Interpeló él, ahora alejándose de su cuerpo mucho más. En parte con la intención de quitarse la ropa con comodidad.

Stan tenía sus manos en sus caderas todavía, jugando con el borde de su pantalón de mezclilla. Era parcialmente mentira, sólo porque no importaba con qué intenciones intentara acercarse a Kyle, eventualmente terminarían así, arrancándose la ropa mutuamente. Porque ninguno se podía resistir al otro lo suficiente, y lo sabían. 

Kyle lo sabía, incluso si fingía que no. Por lo que no dijo nada y se quitó su suéter en silencio.

Había un camino de rizado cabello rojizo que viajaba desde su pecho y desaparecía en el borde de su pantalón. Sistemas solares enteros marcados por sus pecas en su pecho, sus brazos, incluso en el área suave de su abdomen. Había ganado algo de peso con los años. Nada obsceno, nada más lo hacía ver más fornido.

¿Cómo pudo haberle hecho esa pregunta tan injusta? No había un mundo en el que Stan pudiera encontrar la paz con Kyle Broflovski caminando por ahí libremente. Luciendo así, como lucía en ese momento. Con una sonrisa floja, semi desnudos y a horcajadas en su regazo, iluminado por la lamentable luz de su lámpara de segunda mano en su apartamento de mala muerte.

Contrastaba tan notoriamente, Stanley encontraba aquello entre vergonzoso y fascinante. Era como un ángel en medio de un callejón sin salida. Esa belleza etérea de la que sólo te hablan en los cuentos de hadas rodeada por la parafernalia mundana que componía el lugar que llamaba hogar. Y ahí estaba, sólo para él. Abriéndose para él y nadie más.

No podía dejarlo ir. No de nuevo.

Habiendo roto la magia del beso previo, llevó sus labios a otro lugar. Besó su pecho, cada vello y punto que lo cubría e incluso las cicatrices que perfilaban sus pectorales. Besó su abdomen, sintiendo como se retorcía debajo de sus labios; como se contraía y se expandía a medida que la respiración de Kyle se iba agitando. Besó su cinturón de Adonis, recorriéndolo con la lengua sin romper la mirada de aquellos ojos verdes que lo veían a través de una nube de impaciencia y deseo mal restringidos.

—Me miras tan raro, amigo. —Masculló Kyle en medio de una risa entrecortada. Sus dedos enterrados inconscientemente en los cabellos negros de Stan.

—¿Cómo qué? —Preguntó con voz queda.

—Como una aparición. Como si vieras un fantasma, o alguna mierda así

Ambos rieron ante aquel comentario. Stan empezó a desabrochar la bragueta que, entonces, quedaba frente a frente con su rostro al bajar por el camino de besos hacia la entrepierna de Kyle. Broflovski contuvo el aire y asimismo un gimoteo.

—No sabes lo que significa para mí tenerte así. 

—¿Mhm? Puedo hacerme una idea. —Tartamudeó mientras acariciaba el cabello de Stan con los ojos cerrados y se sometía al tacto de sus dedos contra su entrepierna en lo que terminaba de quitarle el pantalón.

—No. Lo dudo. Nunca. 

Kyle no pudo responder a aquello sino con un jadeo entrecortado al sentir la mano ajena tantear su vulva, supurando a mares por la acción previa. Stan gimió, en parte por incredulidad y en otra por la creciente necesidad que se hacía cada vez más potente dentro de él. La piel contra sus dedos era suave; viscosa, y aún así suave. Recorrió los húmedos labios y casi se vino en sus pantalones al sentir aquella húmeda calidez envolver sus dos dedos, sobre todo con el sonido de puro éxtasis que empujó de la garganta de Broflovski.

—Stan... —Tartamudeó con voz queda. 

Su abdomen se contraía ante las acciones de Marsh. Dedo índice y medio entrando y saliendo, entrando y saliendo, entrando y saliendo; una y otra vez de su esponjoso interior. Podría pasar así toda la noche, tanteando sus adentros, empujando cada vez más profundo, mirando estupefacto sus reacciones. La forma en la que sus ojos se cerraban con fuerza y sus labios se entreabrían para dejar espacio a aquellos sonidos que eran como música para los oídos de Stan. Kyle se sostenía del espaldar del sofá para conseguir estabilidad, empujando sus caderas más y más hacia su palma. Provocando que fuese más profundo, más profundo...

Gimió con hambre ante su desesperación. Con ganas de más y de más. No podía creer que seguía teniendo el mismo efecto. Que podía sacarle las mismas reacciones. Se preguntó si...

—Déjame comerte. —Pidió con voz ronca. Esperaba que Kyle aceptara su propuesta con las ansías que tenía de verlo derretirse contra su boca.

Kyle lo vio por una rendija de párpados entrecerrados y cejas apachurradas. Desconfiando de que su boca podría ser capaz de pronunciar algo más que un gemido o un jadeo, asintió con la cabeza.

Lo tenía bien agarrado de los muslos para evitar que cayera, y empezó dando suaves gestos de atención. Lamidas de gatito y besos húmedos que lo provocaban pequeños sobresaltos y jadeos entrecortados. Era tan sensible al tacto, tan expresivo, que Stan no duró mucho hasta que pudo atacarlo con un hambre voraz. Con una necesidad casi animalística que no sabía que tenía por dentro. Lamía, besaba, chupaba, y Kyle sólo temblaba y temblaba y se retorcía contra su boca.

—Stan... —Tartamudeó con voz aguda— ¡S-Stan!

Pasaron unos minutos así. Stanley no supo cuántos, no quería saber. Su mundo se concentraba únicamente entre esos dos muslos, el sabor en su boca y aquél manojo de gemidos cada vez más altos y desesperados que podía observar desde su posición con la nariz enterada en su mata de vello bermellón. Si podiera tantearía más profundo. Metería su lengua hasta sacarle gritos gozosos. Lo devoraría hasta hacerlo llorar y romper la tela del sofá con las uñas.

Pero las cosas buenas no duraban para siempre, y por sus pequeños espasmos podía notar que no le quedaba mucho. Kyle enterró los dedos de sus manos en su cabello, balbuceando un sinfín de «Sí, sí, sí» y «justo ahí» mientras sus caderas se movían con urgencia. Stan sólo podía verle con los ojos nublados por la fascinación y el deseo que sentía hacia ese hombre. No podía creer que lo tenía de nuevo entre sus brazos, así como así. Era un milagro.

Kyle se vino con un sonoro grito y un montón de espasmos entrecortados, y Stan aún así no removió su boca. Siguió lamiendo y lamiendo lo más que pudo hasta que Broflovski no podía más sino esconder su rostro en un brazo contra el espaldar mientras balbuceaba cosas inteligibles en una voz grangosa. Marsh decidió dejar de tortutarlo y se separó de él, plantando un último beso en sus muslos. También tenían pecas, y Stan estaba complacido de recordar aquello mientras los acariciaba con dulzura.

Kyle se recuperó de la subida pronto, lanzándole una mirada a Stan a través de un par de ojos verdes entrecerrados. Su respiración todavía necesitaba nivelarse, pero eso no le impidió hablar.

—Maldito Stan Marsh. —Suspiró, enderezándose y peinando su cabello con los dedos—. Todavía lo tienes, ¿huh?

—¿A qué te refieres? —Preguntó Stan con falsa inocencia mientras acariciaba sus caderas ahora que volvía a tener a Kyle a horcajadas sobre él; pelvis contra pelvis. Obviamente sabía a lo que se refería, pero prefería escucharlo de sus labios.

—Los hombres gays son muy torpes. Nunca saben tocar. No saben comer. —Confesó, llevándose ambas manos a la entrepierna de Stan, tanteando su bulto y su bragueta con los dedos.

Stan siguió sus movimientos con los labios mordidos. —¿S-Sólo yo?

Kyle rodó los ojos. —Sí, amigo, ¿qué? ¿Eso querías escuchar? ¿Te doy un premio al ganador del concurso de comer coño?

—Bueno, tú empezaste. —Dijo, desesperado por que Kyle le volviese a tocar ahí—. Seguro es porque ninguno de esos maricos te desean tanto como yo.

Kyle soltó un resoplido divertido. Mientras abría la bragueta del pantalón de Stan. Finalmente.

—Qué halagador. ¿Cómo debería agradecerte?

Stanley se mordió los labios.

—K-Kyle, por favor... —Suplicó.

—¿Mhm?

—Déjame... déjame, por favor, amigo... ven.

Broflovski sonrió con descaro.

Stan tendría grabada en su mente por el resto de sus días la expresión en el rostro de Kyle cuando finalmente entró en él. Como le miraba con esos ojos lascivos, como arrugaba la frente y entreabría los labios para soltar el suspiro más delicioso. Marsh gimoteó con necesidad y masculló en voz queda: «extrañaba esto.» Porque era verdad. Lo extrañaba. Cada día.

Extrañaba esa sensación. Esa calidez abrasadora. Esos sonidos apetitosos. Esa vista. Ese olor. Todo. Todo. Kyle movía sus caderas en un vaivén rítmico mientras buscaba su propio placer. De adelante hacia atrás. De atrás hacia adelante. Y Stan sentía que moriría pronto.

—¿Y yo? ¿Todavía lo tengo? —Preguntó Kyle en tono humorístico. Había cierto tono de dificultad en su voz, como sin aliento.

Stan gimió, aferrándose a sus caderas con ambas manos. —Como si no hubiese pasado un sólo día.

El hombre sobre él sonrió. Una sonrisa tonta y llena de gracia. Stan la correspondió con una propia de enamorado.

Claro que lo extrañaba, maldita sea, ¿a quién engañaba? La soledad lo estaba sofocando de a poco. Del apartamento al trabajo. Del trabajo a la tienda. De la tienda a casa. Una y otra vez la misma rutina, infinitamente. A veces recibía llamadas, a veces sus compañeros le buscaban conversación, pero no era lo mismo. Nunca sería lo mismo a tener a un grupo de gente que se preocupaba tanto por él como los amigos que tuvo en otra vida. Nada se compararía a los brazos que lo envolvían cuando parecía que todo estaba perdido.

Y Stan lo sabía. Lo sabía bastante bien. Lo recordaba en la forma en la que Kyle se inclinaba sobre él mientras lo cabalgaba. Cómo metía sus manos debajo de su camiseta. Como se rindió y se dejó caer en sus brazos, escondiendo su rostro en el hueco de su cuello. Stan aferró sus dedos a la espalda de Kyle y tomó ímpetu para empezar a embestir dentro de aquella calidez que tanto anhelaba, empujando gemidos amortiguados de su garganta.

No duraría mucho, Dios sabía que no. Era demasiado. Demasiadas sensaciones, demasiada calidez, demasiado gozo. Kyle se aferraba a él con una fuerza sobrehumana, balbuceando quién-sabe-qué-cosa mientras hacía puños con la tela de su camisa. Stan sostenía sus caderas y arremetió contra él. Más rápido, más fuerte, más profundo, perdiéndose en la sensación y en el envolvente olor de sus rizos rojizos.

Kyle apartó la cabeza y lo miró a través de ojos brillosos, cabello desordenado y mejillas humedecidas de saliva. Estaba hecho un desastre; un despilfarro. Y aún así Stan estaba seguro de que nunca antes había anhelado besar una boca con las mismas ansías que lo carcomían en ese momento.

—Bésame, —imploró sin aliento—, déjame besarte. Por favor.

Aquella petición implicaba más intimidad que cualquier otra. Aquel encuentro entre pieles no tenía que significar nada. Sólo dos amigos, a duras penas amantes, buscando calor en los brazos del otro. Sin embargo, el roce de sus labios era más personal. Más romántico. Cómo si entre boca y boca las cosas empezaran a cobrar significado.

Y aún así, con ese acuerdo silencioso en mente, Kyle le dio ese gusto, abriendo su boca sobre la de Stan lenta y apasionadamente. Stan apretó los ojos y le besó con hambre mientras buscaba el orgasmo con necesidad. Aferró con sus dedos los cabellos rojizos de su amado. Empujándolo más hacia sí mismo. Apretando la boca de Kyle con la suya de forma obscena. Buscando más, y más, y más...

Con espasmos y un gemido amortiguado por la boca ajena llegó el orgasmo de Marsh, El cuál arrasó con él como un sismo. Separó su boca de la otra, manteniéndola abierta para escupir incoherencias. Kyle besó su cuello y sus hombros mientras llegaba su segundo clímax, con mucho menos intensidad que el anterior.

No podía dejar que aquello quedara así de nuevo. No podía.

_____

Durmieron en el sofá, con toda la falta de elegancia que aquello implicaba. Uno encima del otro, semi-vestidos, piel con piel. Stanley despertó con una de las mejillas de Kyle pegada en su pecho, sus cabellos provocando cosquillas en su piel. Sintió el impulso de acariciarlos, de apartarlos de su rostro, pero estaba petrificado.

Así no creyó que pasaría la noche después de la Super Bowl. Creyó que volvería a su casa, solo y dormiría solo en su habitación. Que se levantaría solo, se vestiría solo para ir a trabajar y desayunaría solo. Sin embargo había nevado la noche anterior, lo que significaba que no trabajaría ese día. Y no estaba solo.

Qué bendición. Qué dicha. No estaba solo.

Kyle se despertó repentinamente, con un jadeo de asombro, mas no asustado. Se limitó a estudiar con exactitud sus alrededores a través de pestañeos largos y flojos y suspiró.

—Amigo, siento como si acabara de tomar una siesta en la escuela. —Masculló mientras se enderezaba y arreglaba su cabello.

Stan ladeó la cabeza, una sonrisa confusa dibujada en su rostro. —¿Eso es algo bueno o algo malo?

—Es algo. No sé, no dormía mucho en la escuela. Ni en general. ¡Hermano! —Chasqueó la lengua— ¡No dormí con mi gorro! ¡Mierda! Seguramente tengo enredos del tamaño de una casa.

—¿Qué?

—¡Mi gorro! ¡Para dormir! 

—Amigo, seguramente está bien. No dormías con él cuando hacíamos pijamadas de chicos. —Opinó—. Puedes bañarte, también. Lavarlo. Tengo cremas y... eso.

Kyle arqueó una ceja. —¿Cremas y eso?

—Sí, champú y... y acondicionador.

—Amigo. —Sacudió la cabeza con una carcajada—. Ay, Stan.

Se vistieron con diligencia y prepararon el desayuno. Huevos revueltos y panqueques preparados con mezcla instantánea. No hubo más besos ni caricias de ningún tipo. Sólo conversaciones amenas y un desayuno tranquilo acompañados de dos cafés.

Kyle hablaba de su familia. De como Ike estaba esperando su segundo hijo y su mamá seguía esperando el primero de su parte. De cómo creía que su padre no se jubilaría nunca. De cómo su prima de Jersey era abuela a los treinta y dos. 

También hablaba del trabajo. De lo difícil que era. De cada tipo de personas que le llegaban con problemas y problemas. A veces hablaba con personas con asuntos tan paupérrimos que envidiaba sus vidas. Otras veces llegaban personas con pesadillas vivientes a su consultorio, pero nada comparado a trabajar en un hospital. O el año que trabajó en una escuela. Prefería mil veces tener su propio horario y control sobre su método de trabajo. Si no tenía ganas de ver a nadie en persona, podía preparar citas a través de llamadas, y aconsejar a la gente con nada más que unos bóxers y una bata de seda puestos. Estaba agradecido, sin lugar a duda, de poder hacer algo que le aseguraba sustentabilidad y paz mental.

Stan lo escuchaba. Lo escuchaba, lo escuchaba y lo escuchaba.

—¿Por qué psicología? —Preguntó. No como ofensa, sino por sincera curiosidad. 

Kyle empezó a hablar de su futuro como abogado cuando entraron a la secundaria. De verdad se veía determinado a tener un negocio igual de exitoso como su padre, a seguir su legado. Le sorprendía demasiado que cambiara de opinión.

—Siempre fui bueno escuchándote llorar por quién-sabe-qué-cosa. Al menos ahora puedo cobrar por eso.

Stan soltó una risa y le dio un golpe amistoso en el brazo. Kyle le acompañó el sentimiento y tomó un sorbo largo de café.

Suspiró. —No lo sé, supongo... supongo que tuvimos una infancia muy jodida, ¿huh?

—Y que lo digas. 

—Sí, sí. Por eso. Crecimos alrededor de gente tan... tan mal y yo. No sé. Sabes que siempre tuve delirios de salvar el mundo. Parte del por qué quería estudiar derecho, en realidad. Pero me di cuenta de que para salvar el mundo no era necesario ir a presentar proyectos y propuestas en el senado o en la casa de representantes. —Explicó—. Si no trabajar en los individuos, ¿sabes? Mejorar el mundo una persona a la vez.

—Ah, claro. Claro. Entiendo. Sí, suena propio de ti. —Contestó Stan.

Kyle dibujó una sonrisa penosa en su rostro. —Sé que suena medio tonto.

—Eres todo un hippie ahora, amigo.

Fue su turno de golpearle. La sonrisa en su rostro había pasado de penosa a amena. 

Hubo una pausa por un momento. Kyle tenía la mirada concentrada en su taza de café, sacudiéndola y revolviendo su interior. Parecía estar pensando con bastante delicadeza lo que quería decir. Stan se preguntaba qué lo tenía así tan repentinamente.

Abrió la boca primero, un poco, luego pareció resignarse. Stan lo miraba con cautela para hacerle saber que anticipaba sus palabras. Luego suspiró.

—Tienes que renunciar a AMH.

Stan se esperaba que dijera eso en algún momento, por lo que no se sorprendió. No realmente. Sólo esperaba que se olvidara de eso y poder seguir viviendo en el séptimo cielo unos minutos más.

—No puedo. —Dijo, negando con la cabeza—. No lo voy a hacer.

—Por favor, Stan, ¿me dices que no hay más oportunidades de trabajo para ti, un hombre joven con experiencia?

—Es difícil, Kyle, de verdad. He conocido gente que ha renunciado y o vuelve arrastrándose porque no consiguió lugar en otro sitio, o porque los otros sitios eran peores. La situación actual es muy complicada, y no puedo dejar ir mi comodidad asegurada así como así.

—¡Claro que sí puedes! —Vociferó— ¡Sí puedes! Dios, Stan. ¿De verdad quieres pasar el resto de tus días así? 

—Pues si tengo qué...

—¡No! —Negó con la cabeza—. No, no, no...

Stan frunció el ceño. —Sólo insistes tanto porque quieres que vuelva a South Park.

Kyle apretó los labios y abrió los ojos como dos naranjas, sorprendido. No lo negó.

Marsh soltó un bufido sin gracia. —¿Ves?

—Sólo creo... —Suspiró—. Mira lo que te ha hecho está ciudad. Mira dónde estás. ¿Es esto lo que quieres?

—¡Eso no es asunto tuyo! ¡¿Bien?! ¡Lo que yo haga con mi vida dejó de ser asunto tuyo hace años!

—¡Sólo me preocupa que te estés aislando en tu propia miseria! Tu madre está en South Park. Tu hermana está en South Park. Tan siquiera estás cerca de la gente que te ama...

—Ah, sí. Invita a Santa también si quieres. Llama a Jesús, de paso. ¿Te estás escuchando? 

Kyle negó con la cabeza. Su taza de café más que olvidada.

—Tuve que saber que te pondrías así. Siempre es lo mismo contigo.

—Es que no sé qué quieres que haga, hombre. Llevo años de mi vida haciendo lo mismo y pagando mis gastos con el mismo dinero. ¿Has visto la cantidad de gente que hay en la calle? No puedo dejarlo así como así. Es una locura. 

—¡Yo podría ayudarte, Stan! Eso es lo que quiero que te entre en la cabeza. Por supuesto que vas a terminar mal si renuncias a ese mediocre trabajo de oficina solo aquí en la capital, amigo. Pero si vuelves con nosotros, no tendrías que estar solo. —Explicó—. Yo te ofrezco mi casa, y...

—¿Para que no funcione y me vuelvas a echar en cara que soy un vago y un vividor? Qué plan, eh.

Kyle lo miró con una mezcla de sorpresa y cólera que Stan sólo había visto antes en esos mismos ojos. Estaba estupefacto por la audacia en sus palabras, y entre dolido y enojado por el peso de éstas. Negó múltiples veces con la cabeza y se levantó abruptamente.

—¿Sabes qué, cabrón? Púdrete. —Vociferó mientras se colocaba el saco.

—Sí, lo haré. Gracias.

—Yo sólo quería ayudarte. No entiendo... No entiendo porque eres así. 

Kyle daba zancadas por toda la sala, haciéndose con sus cosas para salir lo más pronto de ahí. Eso era lo último que Stanley quería; lo último que esperaba, teniendo en cuenta todo lo que sucedió la noche anterior. Pero quizá era lo mejor.

—Cuando bajes de tu cuento de hadas montañez al mundo real, tal vez lo entiendas.

Desde la puerta de su apartamento le lanzó una última mirada cargada de ira y palabras que se estaba guardando por dentro. Y esa fue la última vez que vio sus ojos verdes antes de que partiera por la puerta.

Se prometió que no lo dejaría ir. Se prometió que todo sería diferente. Pero el destino juega de formas crueles, y quizá el suyo era mantenerse alejados.

De verdad que soy un imbécil.

______

13 años después.

Kyle cerró la puerta del baño detrás de él. La gente afuera seguía conviviendo amenamente, festejando el año nuevo y el regreso de Stan. Denny's & Applebee's había recibido a cuánta familia de South Park estuviera dispuesta a visitar con comida gratis y música por la fiesta decembrina. Incluso Kenny estaba ahí, hablando sobre algún invento científico que nadie entendía. Ike había viajado desde Toronto de visita, con múltiples regalos para sus sobrinos. Sus sobrinos. Los hijos de Kyle.

—¿Entonces? —Preguntó Stan frente a él. Todavía tenía puesto el uniforme del servicio militar que había dado en el espacio. Y Kyle odiaba el hecho de que lo encontraba, de hecho, bastante atractivo.

Habías escuchado hace unos años que Sharon volvió a entrar en contacto con su hijo. Le contaba todo el tiempo a su madre, quien después se lo contaba a Kyle. Stan nunca había ido a visitar South Park, pero Sharon había ido a visitarlo a Denver múltiples veces. A veces con Shelley, incluso. No sabía nada de Randy. Se habían divorciado hace años, pero le gustaba creer que estaban en buenos términos y que Stanley mantenía contacto con él.

Fue a través de Sheila, su madre, que se enteró que Stan estaría haciendo servicio militar interespacial. A Kyle le resultó sorprendente cuando escuchó la noticia, cinco años atrás. ¿Por fin dejó ese trabajo mediocre en AMH? ¿Escuchó el consejo de Kyle? ¿Lo entendió todo? Kyle esperaba que sí. Parecía que sí. Y eso le llenó de alivio y satisfacción egoísta. Un «te lo dije», atrapado en el fondo de su mente durante años. Le complacía bastante saber que Stan estaba dispuesto a cambiar el rumbo de su vida de alguna forma u otra, incluso si habían cortado el contacto.

Y a pesar de eso, también...

—Stan. —Tartamudeó, aunque no quería hacerlo. Es que ¿Cómo se daba una noticia así? Estaba demasiado nervioso—. Adriel es... es tu hijo.

Stan parecía un poco asombrado, pero no tan sorprendido como se esperaría de un hombre al que le acaban de decir que tiene un hijo del que no sabía nada. Lo estaba sospechando desde el momento en el que lo vio. Tienen los mismos ojos y la misma sonrisa. Y cuando le dijo que tenía trece años sus sospechas crecieron más y más.

Kyle se había imaginado ese momento cientos de veces. Desde el momento en el que decidió tenerlo. Pensó en llamarlo. En darle una buena razón para volver. Pero eso sería demasiado egoísta e inmaduro de su parte, por lo que decidió mantenerlo en secreto. Sólo sus padres sabían, y su padre y él tuvieron que hacer que su madre jurara que no le diría una sola palabra a la madre de Stan.

Estaban decepcionados de él, al principio, por tener un hijo antes de casarse. Pero tan pronto como Adriel nació, se esfumó toda señal de enojo de sus partes. Era un pequeño ángel de rizos vinotinto y grandes y curiosos ojos azules. No lloraba casi, dormía con facilidad y se llevaba bien con todo el mundo. Realmente era una bendición.

Cuando cumplió cuatro años, Kyle pensó en esterilizarse. Y tuvo un segundo bebé antes de cortarse trompas. Una niña. Anabel.

Stan asintió lentamente.

—¿Y se llama Adriel?

Kyle ladeó la cabeza. ¿Qué clase de pregunta era esa?

—Sí, se llama Adriel, ¿por qué?

—¿No le pudiste poner un nombre mejor?

—¿Y cuál nombre le habrías puesto tú?

—No sé, ¿John?

—¿John?

—Sí. Cómo John Elway.

Kyle soltó una carcajada.

John.

—Oye, amigo, tú le pusiste Adriel.

—¡Es un nombre hebreo! ¡Es apropiado!

—¿Ah, sí? ¿Y de qué parte de Judea es el maldito nombre Kyle? ¿Damasco? ¿Samaria?

—¡Lo eligió mi mamá! —Kyle no podía dejar de reír. De verdad le parecía bastante absurda la conversación, y que fuera esa la primera reacción de Stan.

Stan se reía también, provocando que la tensión del principio pareciera incluso más absurda. ¿Por qué estaba tan nervioso? ¿Qué lo tenía tan preocupado?

Lo que más feliz le hacía era saber que estaban bien. Que los problemas del pasado no los seguían acechando. Que podían reír.

Al recuperar el aire, Stan lo miró a los ojos y habló con tranquilidad.

—¿Por qué no me dijiste?

Kyle borró la sonrisa de su rostro. Mas no estaba triste, ni mucho menos temeroso. Estaba tranquilo. Sabía que como sea que terminara esa conversación no tenía que sentirse como el fin del mundo.

Se encogió de hombros.

Stan repitió la acción. —¿Y ya?

—¿Sí? No sabía cómo decírtelo. Y tú no estabas en el mejor momento de tu vida. No quería hacerte cargar con más peso del que ya tenías sobre los hombros.

Su respuesta fue un suspiro pesado. —Pues gracias, no confío en que mi yo de hace trece años hubiese tomado la noticia con la madurez que amerita.

—No hay de qué.

—Pero, —empezó de nuevo—, tal vez, sólo tal vez, hubiese sido suficiente para hacerme volver y sacarme del aislamiento voluntario en el que estaba metido.

Kyle no sabía qué decir. Sí, él pensaba lo mismo, pero era más impactante escucharlo de la boca del hombre en persona. 

Por un momento, se sintió egoísta por ocultarlo durante tanto tiempo, ahora que sabía que su hijo pudo haber salvado a Stan.

—No es tarde. —Masculló en voz queda—. Siempre puedes volver.

Esas eran las palabras que Stan quería escuchar. Las que debía escuchar. No estaba sólo. Tenía a su madre, a Shelley, y a Kenny, y si todos ellos por alguna razón se iban, siempre tendría a Kyle. Siempre, como sea. Hasta donde él le permitiera.

Quería hacerle entender eso años atrás. Pero Stanley, tan necio como siempre, no quería entenderlo. 

Esperaba que estuvieran en sintonía justo entonces. Esperaba que pudiera comprender.

Stan se acercó a él con pasos lentos, calculados. Su colonia empezaba a opacar el olor a desinfectante del baño público.

Una risa le tomó desprevenido. —Somos bastante estúpidos, ¿No?

—En mi defensa, había leído que la testosterona te dejaba infértil. Ahora sé que no. O no de la misma forma.

Stan sonreía con gracia. Le alegraba bastante verlo así, después de tantos años.

—Lamento mucho... bueno, ya sabes. Era un estúpido.

—Sí, y bastante.

—Bueno, amigo, gracias.

—¿Por qué? Te doy la razón. Fuiste estúpido. Te ofrecí ayuda y la rechazaste.

—Es que no quería ayuda. —Admitió—. Quería hacer como que todo... ya sabes. Cómo que tenía todo bajo control. Sobre todo después de que me echaras en cara que dejé la universidad y era un vividor.

—Yo jamás te dije así.

—No, lo sé, ¡pero eso era! ¿Cómo le llamas a alguien que no tiene trabajo y vive del dinero de alguien más?

Kyle se encogió de hombros. —Familia.

La respuesta sorprendió a Stan, quien rió.

—Sabes a lo que me refiero.

—¿Cómo qué? En tu caso eras eso, familia. Cuando era estudiante y estaba aprendiendo a sobrevivir sin ayuda de mis padres, pude haber dicho cosas que no debía. Expresado emociones de forma injusta.

—Me echaste en cara los gastos. La luz, la renta...

Kyle se retrajo cohibido. —Estaba enojado.

—¿O sea que no lo decías en serio?

—¡Por supuesto que no, hombre! ¡Te amo! ¡Siempre lo hice! Si tenía que gastar millones de dólares para asegurarme de que tuvieras un techo sobre la cabeza y comida en tu estómago lo habría hecho sin titubear. Lo único que quería era que encontraras un propósito. Algo qué hacer con tu vida. Me preocupaba que te estuvieras aislando.

—Y lo hice.

—Y lo hiciste. 

—Pero ya no.

—Ya no.

—Y ahora...

Kyle inhaló profundamente. Empezaba a sentir un cosquilleo debajo de la piel. Se sentía un poco borracho a pesar de no haber bebido nada.

—Ahora estamos aquí, los dos. Tienes un hijo. Tenemos un hijo. Tiene tus ojos, y tu sonrisa, y tu necedad.

Stanley arqueó una ceja con interés. —¿Ah sí?

—Sí. Como si Dios me estuviera castigando. Es un fastidio. —Suspiró con un falso exaspero.

Escuchó una carcajada salir de la garganta del hombre frente a él. Estaban de un curioso buen humor los dos. Como si no pasara realmente nada.

Suponía que con su historial de desastres, aquello era lo de menos. Sí, ahora tenían un hijo. Qué más daba.

Stan moved closer until he was inches away. He was a little shorter than Kyle, and yet his presence imposed so many emotions on him, as if he were a giant hundreds of kilometers tall. He rested his hand on the sink and sighed.

— I would like to meet that child.

—I won't stop you. 

—I would like to recover the lost years.

Kyle inhaled sharply. A flock of wild butterflies wreaked havoc on his stomach.

—Go ahead.

-But that means that... -he paused-... From now on, we have to take this seriously.

Kyle cocked his head. - "This"?

- The kisses. - He explained. The hugs The beds They have to take on meaning if...

He interrupted himself. Kyle knew where he was going, and his skin tingled with anticipation.

—Kyle. Let's get married. 

Well, he didn't expect it to be so direct or so sudden, but he was glad they were on the same page. That they felt the same things. Kyle couldn't imagine another life with anyone else, ever. Always had been and always would be Stan. Nobody else.

They had been through ups and downs. By winds and tides. Both too proud to put aside their differences. Too immature to see the complications of the same issue. But it was easy to get used to all that. It was easy, because it was them. And it had always been them. From primary school, until death do them part.

She nodded, perhaps too quickly, and she could almost feel the tears pooling in her eyes as she leaned in to kiss him and he kissed her back. He was fast. He was unorthodox. They had a lot to learn from each other. They had years left to recover on their side. But they were willing to make each of their secret meetings, those little kisses and hugs and clandestine touches worth it. That things that mean nothing take on meaning.

Date: July 24, 2025

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