miércoles, 12 de marzo de 2025

Con el pecho - Godonaru/Godonix +18

 Phoenix se había enfrentado al susodicho "demonio de los fiscales", a un hombre desquiciado que no había perdido un juicio en cuarenta años, y a una muchacha de dieciocho años que empezó a ganar casos desde los trece y lleva un látigo al tribunal como si nada (¡¿Cómo es que eso era legal?!) Pero nada se comparaba al desdén que salía de los poros del famoso y misterioso Godot. El legendario Godot. Nadie sabe de dónde mierda salió, ni como se convirtió en fiscal; simplemente apareció un día en el tribunal con su resplandeciente visaje sobre los ojos y una taza de café amargo en la mano derecha, listo para arruinarle la vida. Phoenix seguía sin entender el odio y resentimiento que ese hombre sentía hacia él; ¿Por qué lo trataba como si hubiese matado a alguien? ¿Como si todas las desgracias de su vida fuesen culpa de Phoenix? Era un misterio; un enigma que le tocaba resolver...

Aunque, realmente, eso no importaba mucho cuando estaba acorralado contra su escritorio con la lengua del fiscal metida en su garganta.

Era una situación inusual, y de su inusualidad nacía su rapidez. Honestamente, de tener que atestiguar en un juicio sobre aquello (algo así como una cuartada, hipotéticamente), sería acusado de cometer perjurio por el simple hecho de que estaría lleno de tantos agujeros argumentales que lo podrían meter a la cárcel sólo por eso. No había una manera en la que Phoenix pudiera explicar, de forma cuerente y razonable, lo que lo llevó de entrar a la oficina de Godot para confrontar su resentimiento a aferrarse a la espalda del hombre pues la vehemencia con la que lo besaba era tanto que hacía que sus piernas flaquearan y que su mente se adormeciera en una densa nube de excitación y embriaguez.

El hombre enterró sus dedos en su cintura y pegó sus cuerpos aún más, lo que provocó que Phoenix rompiese el beso por un momento dada a la ola de emociones en la que se sentía ahogado a la vez que un jadeo sorprendido y entrecortado salía de sus labios vergonzosamente. Dios, no tenía idea de qué tanto quería aquello. Era como una clase de platillo que nunca se había dado el lujo de probar (y que tampoco le llamaba la atención en absoluto) pero el momento en el que lo llegara a probar no podría volver a comer otra cosa; ¿Qué se le podría comparar a ese sabor tan embriagador a café amargo? ¿A esa textura rústica y, sin embargo, gentil de sus manos en su cintura? ¿A ese olor encantador a colonia masculina mezclado con café? Nada podía.

Godot fue quien cortó el beso finalmente, sonriendo ante la obra de arte que había hecho; y Phoenix ya podía imaginar cómo se veía. Sus ojos marrones brillando con lujuria, sus labios hinchados, su cabello deshecho así como el cuello de su camisa y su rostro rojo como un durazno maduro. No le quitó la mirada de encima ni un momento. Godot se alejó unos pasos de él, dejándolo aferrado al escritorio encogido de hombros; sus pulmones hinchándose y deshinchándose en su pecho con más rapidez de lo inusual y sus jadeos haciéndose cada vez más densos, mientras que el hombre frente a él se veía como nuevo. Si no fueran por sus labios hinchados y sus jadeos momentáneos, nadie creería que era él el responsable del estado de Phoenix en ese instante, lo cuál le irritaba al mencionado; ¿Por qué no parecía afectado en lo más mínimo? ¿Es que acaso no tenía sistema nervioso? ¿O respiratorio?

Detrás de él había un sillón en el que se dejó caer sentado, su mirada nunca se apartó de Phoenix. Se llevó una mano a la barbilla, esa misma sonrisa socarrona todavía pintada en sus labios, y empezó a acariciar su barba con tortuosa parsimonia. Phoenix temblaba con anticipación de lo que pasaría después.

Hubo algo; un pequeño gesto, una pequeña acción. Godot se dio dos golpecitos flojos en el muslo con la punta de los dedos. Y Phoenix ni siquiera tuvo tiempo para pensar en su dignidad antes de ponerse de rodillas.

Era vergonzoso, realmente. Él había creado una reputación, había construido un nombre. Cuando la gente escuchaba «Phoenix Wright» pensaban en el inteligente, a pesar de torpe, abogado; quien tenía un historial casi perfecto y no titubeaba al objetar. Nadie asumía que era un hombre patético con el que sólo se necesitaba un pequeño gesto para tenerlo de rodillas entre tus piernas, mirándote desde abajo con sus suplicantes ojos marrones, nublados por el deseo. Con dedos temblorosos bajó el cierre del pantalón del fiscal, y ansiosamente bajó su ropa interior, revelando su erección creciente, la cuál no tardó en empezar a lamer y besar desde la base hasta la punta. Godot soltó una risa socarrona por lo bajo, enterando su mano en el cabello negro del contrario.

—Apuesto a que te encanta ¿No es así, bebé? —Jugueteó mientras acariciaba su cabello desde la frente al centro de su cabeza, observando mejor esos enormes ojos marrones que lo miraban suplicantes desde abajo— ¿No te encanta sentirme en tu boca, mh? ¿Sentir como me pongo duro en tu lengua? ¿No te encanta, mi amor?

Phoenix lloriqueó con entusiasmo ante aquel apodo a medida que sentía un calor punzar en su plexo solar. Mi amor. Dicho con aquella voz aterciopelada de lo más dulce, en ese todo tan ronco... ¿Cómo podía él no sucumbir ante tan adictiva voz? ¿Ante tan adictivo tacto?

Abrió la boca de par en par y engulló el falo entero en su cavidad, sintiendo su peso en el piso de su boca. Con una mano empezó a bombear todo aquello que no podía cubrir hasta acostumbrarse lo suficiente. Godot echó la cabeza hacia atrás y soltó un ronco gemido sobre él que le llegó directamente a la entrepierna en un pinchazo de excitación. El fiscal inclinó la cabeza de tal manera que quedaba mirándole desde arriba. A pesar de que no podía ver sus ojos, Phoenix podía sentir su fulminante hambre penetrándole con lascivia.

—Mira qué vista. —Suspiró el hombre, su mano aún peinando aquellas hebras negruzcas—. Si me miras con esos ojos en el tribunal hasta te dejaría ganar, Light.

Phoenix estaba demasiado excitado como para molestarse por aquel comentario prepotente, o la equivocación intencionada de su nombre. Seguía moviendo su cabeza en un vaivén de arriba a abajo, humedeciéndolo en totalidad y acostumbrándose más a su tamaño a medida que relajaba su garganta. Cuando se escuchó un sonido de ahogamiento, paró en seco y lo sacó de su boca.

Su respiración se encontraba agitada; sus ojos brillaban con lágrimas y excitación; de sus labios hinchados pendía un hilo de saliva que lo unía con el miembro del fiscal. Empezó a lamer y frotar con sus labios la extensión del pene antes de volverlo a introducir en su boca.

—Está bien, bebé, puedes soportarlo. —Motivó Godot sin apartar la mano de su cabello.

¡Y por supuesto que podía! ¿Quién se creía Godot?

Sin previo aviso, volvió a engullir el falo del hombre en su boca, envolviendo la cabeza con sus labios. Y partiendo de ahí fue bajando y bajando hasta haber cubierto más de la mitad con su boca, relajando la garganta de a poco para darle espacio al grueso miembro en su boca. Después de un rato, la extensión de Godot descansaba completamente en su garganta, su boca pegada a la pelvis del otro de manera que su nariz rozaba sus vello púbico. Lo miró desde abajo con ojos brillantes de pequeñas lágrimas y deseo.

El fiscal soltó un gemido sonoro y ronco al sentirse envuelto por tan estrecha y húmeda cavidad.

—Ah... Mira eso... —Balbuceó Godot con un tono de burla en su voz—. Mira lo bien que te ves de rodillas con mi verga entera en tu garganta. Hasta daría pena sacarla ¿No crees, amor?

Phoenix gimió a duras penas con el miembro aún en su boca antes de que el fiscal lo jalara del cabello para sacarlo entero, dándole una mejor oportunidad para respirar y toser un poco sintiendo su garganta liberada. Cuando ya se hubo calmado volvió a besar el miembro de arriba a abajo. Lamiendo la superficie húmeda con presemen y saliva junto con la textura rústica de la base de sus testículos.

—Pero, de no sacarla, no podría cogerte como Dios manda. Y seguramente ya lo estás anticipando ¿No es así? Dime bien qué es lo que quieres ¿Quieres sentirme dentro de ti, corazón?

Todos esos apodos melosos hacían que el estómago de Phoenix cosquilleara animosamente. Asintió con rapidez. No podía esperar a sentir los dedos gruesos de Godot encajados en sus caderas mientras embestía con fuerza en su interior.

—Uh, uh. —Exclamó el fiscal mientras negaba con la cabeza—. Usa tus palabras, Light. Dime claro ¿Qué es lo que quieres?

A pesar de sus piernas flaqueantes, Wright se levantó del suelo, y de esa misma manera Godot se levantó del sofá. Phoenix retrocedió sus pasos hacia el escritorio, perseguido por el fiscal, hasta quedar de espaldas contra él de nuevo. El hombre acarició su cintura con ambas manos y repitió la pregunta:

—¿Qué es lo que quieres, Phoenix? —Susurró contra su oreja, y Phoenix soltó un jadeo al escuchar su nombre salir de esa boca tan embriagante— ¿Qué quieres que haga contigo?

—Q-Quiero... —Tartamudeó en un graznido de lo más vulgar y apretó los labios.

Godot se pasó a su cuello. El roce fantasmagórico de sus labios paseándose por la línea protuberante del esternocleidomastóideo y bajando a sus clavículas. Phoenix anticipó un beso que no llegaba todavía. La espera le estaba desesperando.

—¿Mmmh? —La voz del fiscal era calmada. De hecho, estaba bastante calmado, para ser alguien con la verga tan dura. Y eso hacía que Phoenix se desesperara aún más— ¿Qué quieres?

—Quiero q-que... —Empezó de nuevo—. Me tomes y... M-Me desnudes, ah...

El abogado gimió al sentir los dedos del otro hombre jugar con el borde de su pantalón. A veces, metía la punta de los dedos un poco, de manera que podía sólo tocar el comienzo de su pelo púbico, pero no más que eso. Otras hacía un ademán como si fuese a deshacer el cinturón, lo cuál lo hacía más desesperante.

De cualquier forma, Phoenix no podía estar más húmedo. La sesión de besos de hace un rato y la felación de hace un momento le habían afectado más de lo que le gustaría admitir.

—¿Y...?

—Y... —Wright se relamió los labios—. M-Me... Dios... Me p-pongas contra el escritorio y...

El fiscal empezó a bajar sus pantalones con dolorosa morosidad; deshaciendo el agarre de su cinturón con lentitud y bajando su cierre con el mismo ritmo. Todo lo que quedaba de lucidez parecía querer abandonar la mente de Phoenix más pronto que tarde.

—Termina de hablar, Light, sino no sabré lo que quieres.

—¡Maldita sea, Godot, sabes muy bien qué es lo que quiero!

El fiscal soltó una carcajada maliciosa. Habiéndose deshecho de sus bóxers, tomó a Wright de los muslos, lo alzó y lo empujó de tal manera que quedaba acostado encima de su escritorio. La acción fue tan rápida que a Wright no le dio tiempo de procesarlo todo hasta que sintió la dura superficie golpear su espalda. Eso posiblemente empeoraría sus dolores de espalda, pero Dios, cómo si le importara. Entonces, Godot se posicionó entre sus piernas y empezó a rozar su pene contra sus húmedos labios.

—Qué lástima, Light, tenía tantas ganas de escucharte. —Lamentó fingidamente 

Entonces, se llevó un dedo a la entrepierna contraria, rozándola descaradamente hasta que quedara completamente humedecido. Wright gemía con anticipación. Realmente no podía aguantar sentirlo dentro de él.

—Supongo que tendré que sacarte la verdad de otra manera.

En medio de su embotamiento, Phoenix pudo formular un pensamiento sobrio ante las palabras del contrario; ¿A qué se refería con "otra manera"?

—¿Q-Qué quieres...? ¡Ah!

Sintió un dedo introducirse dentro de él. Más no dentro de su sexo, no; Godot había empezado a abrir su cavidad anal. Metiéndolo y sacándolo con cuidado y tanteando los alrededores con su otro dedo para introducirlo después. Phoenix gimió de dolor a placer. No era lo que esperaba pero, Dios, cualquier cosa con tal de tener a ese hombre dentro de él.

Habiéndolo preparado por completo, Godot lo tomó de las caderas y se alineó frente a agujero. Phoenix casi suelta un chillido de alivio.

—Esto obtendrás hasta que te pongas tus pantalones de hombre y vocalices lo que en verdad quieres.

Phoenix asintió flojamente sin querer esperar ni un poco más. Maldita sea, Godot, sólo métela. No me importa dónde sea.

El gemido ronco que salió de los labios del fiscal al sentir la manera en la que Phoenix lo envolvía en su interior fue suficiente para hacerlo soltar un lloriqueo nada elegante. Dios, se sentía tan bien. Se sentía tan lleno, y tan embotado, y tan caliente, y tan estimulado, y la oficina olía a café, y a colonia, y a Godot, y a sexo, y se estaba volviendo loco. El hombre empezó a embestirlo con lentitud, procurando que se acostumbrara a la repentina intromisión, sin tener en cuenta que Phoenix no podría estar más listo para cualquier otra cosa en su vida.

Okay, sí que le dolía. Por supuesto que dolía. Pero Godot lo había preparado bien, y estaba tan mojado que no le importaba, con un demonio. Su interior se sentía tan bien, Dios ¿Por qué se estuvo perdiendo de eso por tantos años? La estimulación del sexo anal, tan cercana y tan lejos. Y ahora sabía de lo que se estaba perdiendo, y no quería perderselo de nuevo por nada en el mundo.

En un momento, Godot decidió acelerar el ritmo de las embestidas, y Phoenix no podía estar más agradecido con él por eso. Lo tomó con fuerza de las caderas, con tanta fuerza que sabía que dejaría unos moretones después y anticipó la imagen de sus muslos y sus caderas marcadas con los dedos de Godot ansiosamente, y empezó a embestirlo con tanta fuerza que el escritorio debajo de él se retorcía y Phoenix pensó, por un momento fugaz, que lo rompería, pero de la misma forma decidió que no le importa. Cada embestida era un pinchazo que nacía de su entrepierna y se distribuía por su cuerpo entero como una electrocución. De su boca salían los reflejos de un cerebro machacado por el placer. Soltando gemidos ruidosos y jadeos entrecortados como si no pudiera ser escuchado por nadie más allá de las paredes de aquella oficina. Godot no se quedaba atrás podía escuchar suspiros pesados, jadeos desesperados y gemidos roncos salir de lo más profundo de su garganta, y Phoenix se estaba volviendo loco.

Loco y borracho. Loco y drogado. Estaba tan lleno de éxtasis que no quería que terminara nunca. En un shock de adrenalina, Godot le propinó una nalgada sonora repentinamente, y el ardor del golpe le sacó un gemido de sorpresa y provocó otro pinchazo de placer eléctrico en su entrepierna.

Ah, su entrepierna. Su descuidada entrepierna, su negligida vulva. La brisa que le rozaba en su vulgar humedad la hacía retorcerse por atención. En un atisbo desesperado, se llevó una mano a la flor entre sus piernas, rozando con sus dedos su hinchado clítoris, dándole la atención que tanto anhelaba.

Pero no duró mucho. Godot aprisionó su muñeca y paralizó sus dos manos a dos costados de su rostro. La manera en la que estaba inclinado provocó que sus rostros quedaran a centímetros de distancia. Phoenix no podía estar más desconcertado así como desesperado.

—Nuh, uh. No creas que puedes hacer lo que te dé la gana. —Balbuceó Godot con la voz entrecortada—. Te dije, no te daré nada hasta que vocalices qué es lo que realmente quieres.

Y es ahí cuando Phoenix se dio cuenta a qué se refería Godot. Lo que el fiscal quería es que el abogado expresara, de manera poco elegante y humillante, lo mucho que quería sentir su grueso pene palpitar dentro de su coño. Claro que quería que dijera eso, maldito bastardo. Sólo a él se le podía ocurrir una manera tan vulgar de humillarlo.

Y a Phoenix no le podía encender más, porque por supuesto que sí. Por supuesto que ser humillado le encendía.

De los labios del abogado salió un gemidito frustrado.

Por favor...  —Lloriqueó

—¿Sí? Pídelo bien, usa tus palabras. —Insistió Godot mientras que desaceleraba el ritmo de sus embestidas, lo cuál hizo que la situación fuera más desesperante

—Por favor... Fóllame.

—Eso intento, corazón. Sólo dime dónde y te daré todo lo que tú me pides.

—Mm... En mi... Dios, Godot...

Phoenix se relamió los labios. No podía ser tan difícil.

—En mi coño, Godot. Por favor, quiero sentirte enterrado profundo dentro de mí.

El tono desesperado de su súplica no era algo de lo que estaba orgulloso, y rezaba a Santos en los que nisquiera creía por que Godot no lo hubiera notado, o que mínimo no se lo fuera a contar a nadie. Pero sí que había estado atento a su súplica. Y lo estaba tanto que no tardó en salir de su culo y entrar de golpe en su desesperado, ansioso y muy pero que muy húmedo coño.

La repentina acción lo hizo flaquear con tanta fuerza que tuvo que agarrarse a la espalda del fiscal para no caer del otro lado del escritorio, pero no estaba nada mal. Al contrario, era el paraíso. Godot no tardó en enterrar de nuevo sus manos en sus caderas y empezar a cogérselo con incluso más vehemencia que antes sobre su escritorio. Phoenix sentía que iba a explotar en sus brazos.

Godot parecía haber anticipado aquello por bastante rato también, pues no apartaba su cara de la suya, y no dejaba de inclinarse sobre su cuerpo hasta besarlo con hambre y con fuerza. Phoenix no deshizo el agarre que envolvía el fornido cuerpo; en todo caso, lo afincó sin pudor y recibió su cálida y húmeda boca con ansías. Sus lenguas bailando la danza del pecado y sus cuerpos tan juntos que se confundían el uno con el otro.

Los sonidos no cesaban incluso con ambos labios entrelazados. Si se pasaban de boca a boca gemidos roncos, suspiros agitados, jadeos desesperados y lloriqueos ansiosos mientras que el movimiento de sus cuerpos se volvía más hambriento, más urgente, más sediento. Godot empezó a masturbarlo con su dedo medio; apretando sin delicadeza su clítoris, y Phoenix estaba en su límite.

En ese vaivén desordenado, en esa sinfonía de lo vulgar, Phoenix se vino en el escritorio de un fiscal, en la oficina de un fiscal, envuelto por los brazos de un fiscal y no podía ser más increíble. Más excitante más emocionante. Sintió como la electricidad de su orgasmo arrasaba con lo que quedaba de su lucidez y se dejó caer desplomado en el escritorio. Su respiración buscando estabilidad. Sus ojos cerrados y sus músculos relajados contra la fría caoba.

Godot le siguió, saliendo de su interior y viniéndose en su vientre, gimiendo entrecortadamente y soltando jadeos inestables. Así como Wright, necesitaba encontrar estabilidad, por lo que se alejó unos pasos de su cuerpo y se dejó respirar un rato.

Phoenix ya había olvidado por completo la razón del porqué había ido esa tarde a su oficina. Incluso se le olvidó todo lo que había aprendido de Godot hasta ahora. Lo único que sabía es que no le importaba si éste le odiaba, o lo amaba, o sólo amaba sentir control sobre él; tenía que, a toda costa, revivir ese orgasmo. Y que Dios no quiera que a Phoenix Wright se le meta una idea a la cabeza, pues no la dejaría ir hasta hacerla realidad.


Fecha: 1 de Abril del año 2024

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