¿Por cuánto tiempo podemos seguir jugando así?
Estoy cansado, cansado de no amarte.
Mi corazón quiere sostenerte
Pero conozco las reglas
-Eric, Mitski
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Había algo en Kristoph que le hacía sentir extrañamente joven.
Phoenix quería dar una justificación vaga a ese hecho que descubrió hace poco, en uno de esos encuentros suyos, mientras se sumergía en sus propios pensamientos accidentalmente. Aunque no quería estimular tanto la idea, pues de por sí era algo rara; ¿Cómo podía un hombre, apenas un año menor que él, hacerlo sentir más joven de lo que realmente era? Por lo tanto, la primera explicación vaga la sacó de la naturaleza clandestina de sus encuentros en la guarida del Borscht Bowl. Esa guarida pequeña, claustrofóbica, que se dio a conocer por las reuniones de inmigrantes mafiosos de Europa del Este discutiendo negocios ocultos de los ojos siempre atentos de la ley, ahora reducida únicamente a un espacio para jugar póquer y beber vino barato o vodka artesanal. Cuando Phoenix y Kristoph terminaban de comer—En la misma mesa de siempre, esa que está junto al piano—se escabullían, joviales, como dos adolescentes rebeldes dispuestos a hacer travesuras detrás de las espaldas de sus escandalizados padres. Pero ni Kristoph ni él eran adolescentes, y nadie tenía la necesidad de escandalizarse por dos hombres adultos entrando a un cuarto oscuro a hacer lo qué sea que quisieran hacer. De todas formas, Phoenix nunca fue uno de esos adolescentes rebeldes; él y su madre iban codo a codo, nunca le ocultó nada, ni siquiera su sexualidad, y sabía que Kristoph tampoco había sido un adolescente especialmente rebelde… por más que lo hubiese querido.
La otra conclusión a la que llegó fue que tenía que ver con la apariencia de Kristoph en comparación a la suya. Kristoph siempre se veía más limpio, más ordenado, mientras que él era incapaz de dejar ir esa sudadera gris y ese gorrito celeste tejido a mano por su dulce hijita. Era vergonzoso, realmente, decir que su amante era aquel Adonis de piel tersa y largo cabello áureo mientras que él se encogía de hombros luciendo ropa andrajosa y una barba de tres días. Entonces, cuando tenían sexo, la piel aterciopelada de aquel hombre se sentía incorrecta contra sus manos callosas y sus labios agrietados contra aquellos suaves y carnosos lo hacían sentir diez años más joven. Phoenix tiene el vago recuerdo de haberse acostado con una muchacha parecida a Kristoph alguna vez mientras estaba en la universidad, y tal vez era ese parecido ambiguo lo que provocaba una reacción pavloviana en él. Esa justificación debía de ser suficiente, y su conflicto mental debió de haber cesado en ese momento. Pero no, había algo más, otra justificación…
Y se dio cuenta. Esa noche, en ese momento. Con el cuerpo de Gavin sobre el suyo y su propia ropa esparcida por el suelo.
Kristoph estaba completamente vestido, obviamente; con su distintivo traje violáceo y su camisa blanca abotonada; los lentes ovalados aún colgando de sus orejas y ni un sólo cabello fuera de lugar. Phoenix, por otro lado, estaba abierto de piernas en su propia cama contra la cabecera. Su musculosa blanca y su sudadera gris en algún lugar del suelo. Kristoph tenía sus piernas a ambos lados de su cuerpo y se inclinaba sobre su rostro para besarlo apasionadamente. Por otro lado, Phoenix buscaba con ansías la curvatura de su cintura por encima de su pulcro saco color lavanda, anhelando tocarlo.
Pero Kristoph no le permitió ese lujo, como suponía que no lo haría. Se separó del beso y presionó su pecho con una mano para mantenerlo en su lugar. Mientras Phoenix jadeaba irregularmente—sintiendo el calor del ambiente sofocarlo—Kristoph parecía reprimir los jadeos que querían salir de sus labios. Siempre era así en la hora del sexo: controlado y reservado incluso en la intimidad. Lo que en otras parejas habían sido gemidos, jadeos y suspiros audibles, del rubio sólo recibía algún que otro jadeo—cuando tenía el afán de no reprimirlos—y algún que otro suspiro. No había conocido a una pareja tan moderada desde…
Kristoph había metido una mano en sus pantalones deportivos, sacando su dolorosa erección de sus bóxers e interrumpiendo todo su tren de pensamiento. Phoenix sentía como si se derritiera debajo de su tacto; sus manos eran tan suaves, y sabían justo donde tocarle y cómo hacerlo para hacerle perder la cabeza.
—Estás pensando demasiado. —Rompió el silencio aquella voz gruesa y sedosa con un ligero acento alemán que también intentaba controlar.
Phoenix cortó un jadeo cuando Kristoph empezó a hacer círculos en la punta de su miembro con su bronceado pulgar.
—Deja de hacerlo.
—Mira quién habla…
Kristoph no contestó; en su lugar, continúo sus movimientos. La manera en la que la mano del rubio se deslizaba por su extensión era similar al deslizar de sus palabras. Similar a la manera en la que hablaba en el tribunal, con esos manerismos sobrios y su idiolecto mesurado. Lo masturbaba con la misma rigidez con la que hacía cualquier otra cosa. Una rigidez que no parecía querer abandonarlo nunca, ni siquiera en un momento así.
Pero Phoenix ansiaba su tacto como un drogadicto ansiaba un narcótico. Sacudía hacia arriba la pelvis con movimientos presurosos, buscando más de esa sensación.
—Puedes… puedes usar la boca… —Balbuceó en un atisbo de poca lucidez.
—¿Eso hubiese hecho él?
Como un balde de agua fría, Phoenix volvió en sí mismo, y abrió los ojos con una sobriedad que no sabía que quedaba en él. Los ojos azules de Kristoph encontraron los suyos, y tanto el azul como el café intentaban descifrar lo que había detrás del otro. Phoenix no lograba compenetrar por completo la mente de Kristoph, mientras qué él siempre parecía saber lo que pasaba en la mente de Phoenix.
La tercera justificación que le dio a lo rejuvenecido que le hacía sentir acostarse con Kristoph era que acostarse con él siempre le recordaba a la primera vez que se acostó con Miles Edgeworth, hace cinco años aproximadamente.
Phoenix tenía veinticinco en ese momento, y Miles había regresado de Europa. Fue después del caso de Matt Engarde, un día que había visitado directamente al fiscal en su propia oficina para echarle en cara lo adolorido, furioso, confundido y, a la vez, aliviado que estaba por su regreso. Phoenix pasó un año entero creyendo que Edgeworth estaba muerto, e incluso llegó a cuestionarse su carrera como abogado. No estaba recibiendo clientes con la misma constancia de antes—Maggey Byrde había sido la primera en todo el año y porque Gumshoe lo amenazó con darle un puñetazo si no lo tomaba. El detective no parecía del tipo de irse a los golpes en serio, pero Phoenix no quería jugar con su suerte—y apenas y salía de su departamento al bufete, más por compromiso que por otra cosa. Entonces, cuando llegó al último piso de la fiscalía, fue transparente, e hizo lo que mejor hacía: hablar y hablar sin parar. Pero también era lo que Edgeworth mejor hacía, por lo que lo que pudo haber sido una conversación prudente entre dos adultos fue agarrando gravedad y terminó en una discusión. En medio del calor de la situación, Miles le confesó lo que sentía sin pensarlo dos veces. Después de una pausa incómoda en la que parecían querer procesar lo que había sucedido a sus propias maneras—ya sea con vergüenza o sorpresa—, se besaron con vehemencia, con la urgencia que llevaba años cosquilleando debajo de sus pieles sin ellos saberlo. Luego, una cosa llevó a la otra y Phoenix terminó embistiéndole contra el escritorio.
De esa vez nacieron muchas otras por más de un año; pero Phoenix nunca olvidaría la rigidez en los músculos de Miles la primera vez que se acostaron, ni su dificultad para perder el control. Así como Kristoph en todas las ocasiones que se habían acostado.
—A mí no me hace falta usar la boca.
Y cuánta razón tenía, Dios bendito…
Phoenix echó la cabeza hacia atrás y soltó un gemido sonoro desde lo más profundo de su garganta al ser estimulado por tan precioso tacto. Pensó en las palabras de Kristoph y casi soltaba una carcajada.
Era hilarante, verdaderamente, la manera en la que Miles Edgeworth, aún estando en la hacienda de Von Karma en Berlín, se encontraba latente en sus sábanas; presente en la mente de ambos hombres como un fantasma.
Hacía poco había aterrizado en Los Ángeles para un caso por el cuál la fiscalía le exigía ayuda, y él no pudo hacer más que aceptarlo. De paso, se dio la libertad de conocer a Trucy, sorprendido por la noticia de que su viejo amigo, Phoenix Wright, era un padre. Después de haber terminado el caso, se quedó unos días más, haciéndoles compañía, y sólo entonces Phoenix se había dado cuenta de la falta que le hacía el otro hombre. Cuando paseaba por su departamento en la mañana, preparándose una taza de té mientras Trucy conversaba con él animosamente, momentos antes de percatarse de la presencia de Phoenix y que la niña le abrazara de la cintura mientras Miles los miraba con cariño. Se dio cuenta de que esa rutina era la que quería todos los días, sólo con algo más. Despertar junto a él todos los días, que su boca sea el primer sabor que prueba en la mañana, ir en su auto a dejar a Trucy en la escuela, salir a comer luego de su jornada de trabajo y volver a casa a ver televisión en familia una hora antes de dormir. No quería nada más que aquello; ¿Acaso era demasiado ambicioso añorar la comodidad doméstica que le brindaba compartir su vida junto a Miles Edgeworth? Su corazón sollozaba adolorido por el otro. No sabía cuánto lo amaba realmente. Cuánto seguía amándolo.
Y Miles también parecía amarlo; si es que esas miradas anhelantes que compartían en silencio de vez en cuando significaban algo… pero tal vez ya era muy tarde. Phoenix ya no era el hombre que fue la última vez que se vieron, y no estaba seguro de que Miles llegaría a amar al hombre que era ahora. Tal vez llegó a amar al hombre que fue, y ambos fueron demasiado tontos para notarlo.
Así de decepcionante era la verdad. Y tenía que asumirla.
En el tiempo que compartieron, presentó a Edgeworth con Gavin una única vez. Estaban en el Borscht Bowl, Phoenix y Miles comían en la mesa junto al piano, y Kristoph llegó sin previo aviso. Parecían haber escuchado del otro antes pero nunca se habían visto en persona. Se saludaron gustosos, cordiales y sonrientes, aunque Phoenix podía notar la mordacidad momentánea en el tono de voz del otro. No había entendido el porqué, hasta ese momento.
La noche antes de partir a Alemania de nuevo, Edgeworth cenó con él y con Trucy en su departamento, olvidándose un saco de cachemira vinotinto de esos que parecía coleccionar colgado en el perchero. Por lo que, aquella tarde, cuando Trucy estaba en la aldea Kur'ain para acompañar hacer tarea de la escuela con Pearl, Kristoph le visitó. Se percató de la prenda y perdió los estribos, lanzándosele encima como una bestia. Y por esa misma razón estaba en su cama justo ahora, retorciéndose bajo su tacto.
Se removía como loco, meciendo sus caderas contra la mano del abogado ansioso por más de esa sensación. Quería que lo tocara. Quería tocarlo. Dios, como deseaba arruinarlo. Quería, más que nada en el mundo, hacer que Kristoph perdiera el control debajo de él; escucharlo soltarse como nunca se había soltado en los años que llevan de esa relación tan clandestina. Quería ver su rostro enrojecido y sentir su piel caliente en lo que apretaba su mano contra su espalda para mantenerlo en su lugar mientras lo embestía por detrás. Ver su cabello blondo y largo esparcido por las sábanas y sus lentes ovalados torcidos en su rostro. Dios, quería ver esos ojos azules anubarrados por la lujuria mirarlo de soslayo con el ceño fruncido. Escuchar su voz ronca lloriquear cuánto le gustaba, suplicar por más.
Sin embargo, no podía darse ese lujo. Kristoph parecía dispuesto únicamente a masturbarlo con sus manos humectadas con anterioridad. Tal vez eso era lo que le causaba placer; ver como Phoenix se retorcía debajo de su tacto. Pero no era suficiente. Nunca lo sería.
Seguía bombeando su miembro con rigidez a medida que Phoenix sentía su mente enturbiar con lujuria. De la punta sacó una gota de presemen que usó para humedecer su cabeza, provocando que Phoenix se retorciera. Sentía que su orgasmo se acercaba. Lo anticipaba.
Era gracioso ver a Kristoph así. La mayoría del tiempo era Phoenix quien daba el primer paso, y en los años que llevan conociéndose nunca se le pasó por la cabeza el concepto de Kristoph Gavin como un hombre celoso. Sin embargo, ahí estaba: con su mano alrededor de su verga, moviéndose con rígida rapidez, mirándolo fijamente con ojos azules nublados por el deseo, la adrenalina, y la necesidad de poseer. De poseerlo a él.
¿Poseer a Phoenix? ¿Al hombre de treinta años con una hija que estaba desempleado?
Una vez más, fue sacado de sus pensamientos. El rostro de Kristoph estaba peligrosamente cerca del suyo y su mano había acelerado con sus movimientos. Phoenix soltó un gemido ronco.
—Deja de pensar. —El susurro cayó de los labios del rubio a su oído como un pecado. Como una amenaza—. Concéntrate en mí, sólo en mí. No necesitas pensar en nadie más ¿Verdad que no, liebling? ¿Te gusta como te toco? ¿Se siente bien? ¿Quieres que te dé más? ¿Que te monte? ¿Que te deje cogerme tan duro que la cabecera de la cama se rompa contra la pared? ¿Eso quieres? ¿Quieres ser mío? ¿Quieres que sea tuyo?
Sí, sí, sí, sí…
Aquellos no eran más que balbuceos que a veces se hacían incomprensibles por lo quedito y por su marcado acento alemán. Pero Dios… Era suficiente para que Phoenix se derritiera en el colchón y se corriera en la mano de Kristoph. El susodicho se irguió sobre él y examinó la escena ante sus ojos: Phoenix con la cinturilla de su pantalón de pijama enrollada hasta la mitad del muslo y su torso desnudo manchado con su propio semen. Sonrosado, con la mirada perdida, con la respiración agitada y el cabello deshecho, mientras que Kristoph aún seguía impecable, apenas y un poco sonrojado por el calor; no había ni un sólo cabello rubio fuera de lugar.
—Adecuado. —Dijo sin más, y se limpió los restos de semen de la mano en las sábanas blancas.
Normalmente, la acción acabaría ahí; era demasiado común que Kristoph lo dejara deseando más después de un orgasmo, y ésta no parecía ser la excepción. Excepto que, cuando estuvo dispuesto a levantarse de la cama e irse, Phoenix se incorporó y lo tomó de la muñeca.
Los helados ojos azules del alemán penetraron aquellos embotados ojos marrones con asombro, desconcierto, y algo más.
—Bésame. —Pidió Phoenix sin aliento.
Kristoph sonreiría con su semblante presumido de siempre. Se libraría del agarre del otro hombre en su muñeca, se levantaría y se iría sin más, luciendo justo como había llegado: impecable. Pero no hizo eso. Se quedó ahí, considerando la petición de Wright.
Phoenix inhaló profundamente por la nariz, sus labios apretados, su mano libre aferrada a las sábanas, pero sus ojos nunca se apartaron de Gavin. Ni por un instante.
—Bésame. —Repitió en un tono mucho más urgente. Su corazón latía desbocado contra su pecho.
No sería la primera vez que se besaban, sin embargo, por alguna razón, aquel posible beso parecía mucho más importante que los anteriores. Phoenix solía pedir cosas así durantes sus encuentros: Besos, toqueteos y muestras de atención de cualquier otro tipo, mas Kristoph nunca consentía sus deseos; de hacerlo, sería darle demasiado poder, y eso era lo que él no quería. Esa vez era diferente. Porque esa vez Kristoph no se levantó de la cama y dejó su departamento sin decir palabra. Esa vez Kristoph bajó su oscurecida mirada hacia la comisura de los labios del hombre frente a él. Y Phoenix sentía que se quedaría sin oxígeno muy pronto.
Con su característica rigidez, Kristoph se acercó lentamente a su rostro. Phoenix cerró los ojos y anticipó la siguiente acción
El beso fue pequeño, diminuto, minúsculo. Un leve roce entre sus labios. Kristoph no se movía como solía hacerlo con sus otros besos, si no que se quedaba estático y yerto contra la boca ajena. Phoenix fue quien los llevó al siguiente paso; empujando su boca hacia la contraria con hambre y enterrando sus manos en el cabello del otro hombre.
Kristoph se sentó sobre su regazo y Phoenix entrecortó un gemido al sentir la tela de su entrepierna rozar su propio miembro desnudo y aún erecto.
Se llevó una mano a la cintura ajena y sintió como se tensaba debajo de su tacto, y no sólo era su cintura. Estaba tenso, yerto como un vegetal, y Phoenix no sabía porqué y, al mismo tiempo, no podía dejar de evocar una piel pálida debajo de la suya bronceada teniendo esas mismas reacciones. Queriendo lo mismo de él. No paraba de acordarse de Edgeworth.
Acercó su rostro al hueco entre el hombro y cuello del abogado, inhalando la colonia impregnada en su traje. Éste era Kristoph Gavin. No es malo, simplemente necesita de alguien. Necesita que alguien lo saque de la oscuridad en la que está metido. Y Phoenix está más que dispuesto a ser ese alguien. Así como lo fue una vez para Edgeworth hace ya muchos años.
—Deja de pensar. —Susurró contra su oreja en un tono suave y acogedor. Sintió como se sobresaltó en su regazo.
Procedió a desabrochar su saco para luego empezar con la camisa blanca. Kristoph temblaba debajo de su tacto, como si su cerebro estuviera buscando la manera en la que debía de reaccionar, usando todas al mismo tiempo. Phoenix se removió para besar su abdomen desnudo, mirando aquellos ojos azules fijamente desde abajo.
Fue subiendo hasta llegar a su cuello, perfilando con sus labios su nuez de Adán y descansando su rostro en sus hombros.
—Concéntrate en mí. —Pidió nuevamente en un susurro.
—Eso intento, Wright. —Tartamudeó Kristoph sin respiración—. No soy… bueno… perdiendo el control.
Phoenix soltó un bufido contra su piel desnuda.
—No me digas…
Escuchó como el rubio chasqueó la lengua sobre él.
—Estoy hablando en serio, Phoenix.
—Yo también.
—No parece. Te estás riendo de mí.
—Yo nunca me reiría de ti.
—Sí lo harías. Lo acabas de hacer
—No es eso, Kris. —Empezó de nuevo el camino de besos por la curvatura de su hombro. Y ahora acompañaba tal acción con la de sus manos en el pecho ajeno; sus dedos jugueteando con sus pezones o perfilando las cicatrices de sus pectorales—. Estoy maravillado. Eres maravilloso, Kristoph, de verdad. Estoy loco por aprender más de ti, por hacerte perder el control, por ver cómo te deshaces en mis manos; ¿Me lo permites? ¿Me permites compartir este placer contigo?
Kristoph apretó los labios y se tragó un gemido al sentir como esas manos callosas y grandes perfilaban el borde de su pantalón mientras que unos labios agrietados dejaban besos húmedos en su piel. Phoenix podía sentir como la tensión empezaba a disiparse de a poquito, dejando una sombra de rigidez en sus músculos, pero era un avance después de todo. Estaba maravillado. Quería ver el rostro de Kristoph al rendirse poco a poco ante el placer que sólo Phoenix le podía dar.
Desabrochó la bragueta de sus pantalones de vestir, exponiendo la tela de su ropa interior. Kristoph se tensó de nuevo.
—Tienes que relajarte. —Afirmó Wright, acariciando su entrepierna aún cubierta con la palma de la mano.
—Es… E-Es fácil para ti decirlo…
—Kristoph. —Detuvo el movimiento de su mano y forzó al mencionado a mirarlo a los ojos—. No haré nada que no quieras.
El rubio desvió la mirada con vergüenza. Phoenix podía notar que la ausencia de control sobre la situación lo hacía sentir así de vulnerable y diminuto.
—¿Quieres que te ruegue?
La pregunta tan repentina, pronunciada en un susurro penoso, desconcertó a Phoenix, quien frunció el ceño inmediatamente.
—¿Qué…?
—Porque no… —Kristoph se relamió los labios—. No tengo intenciones de hacerlo ¿Sí? Si estás siendo tan cuidadoso para que te ruegue eso no va a pasar.
Phoenix interrumpió el conflicto de Kristoph con la boca, y sintió cómo su cuerpo se relajaba debajo de su tacto. Empezó a mover de nuevo la mano en su entrepierna, sacando un jadeo entrecortado del rubio que rompió el beso. Wright empezó a besar sus hombros nuevamente, esta vez perfilando de vez en cuando la línea de su clavícula con los labios.
—Déjame consentirte. —Susurró contra la piel ajena— ¿Es tan difícil para ti creer que pienso en tu placer tanto como en el mío?
—Yo no… ngh…
Fue interrumpido por la intromisión de una mano en su ropa interior. Cerró los ojos con fuerza y se mordió el labio interior con la intención de prevenir cualquier sonido que quisiera salir de ellos. Los dedos de Wright acariciaban el camino húmedo de sus labios con cautela, dando caricias cortas a su clítoris que le hacían temblar.
—Así me gusta más. —Dijo Phoenix con una sonrisa pícara a la par que empezaba a bajar su ropa interior.
El aire golpeó su entrepierna repentinamente, y aquello sacó un gemido inconsciente de sus labios.
Kristoph no podía verlo pues tenía los ojos cerrados y se resignaba a abrirlos por la vergüenza, pero ya podía imaginar la sonrisa descarada de Wright ensanchándose en su rostro. Por más molesto que le pareciera, no le prestó mucha atención a aquello, pues aquellos dedos largos y rústicos empezaron a tantear su humedecida entrada. Y Kristoph lo anticipaba más que nada en el mundo.
Entonces, cuando sintió el primer dedo entrar, no aguantó más y dejó que un gemido—que parecía más un lloriqueo, en realidad—saliera de lo más profundo de su garganta. Y cuando dicho dedo empezó a salir y a entrar de su vulva, no pudo hacer más que removerse y temblar ante tan deliciosa sensación.
—Estás muy húmedo. —Balbuceó Wright con voz ronca mientras seguía embistiendo su entrada con los dedos—. Apuesto a que llevas un buen rato anticipándolo. Quién diría que ibas a dejarme estando así de necesitado…
—C-Cállate...
Kristoph aferró sus manos a la espalda del otro y ocultó su rostro en su cuello, inhalando el olor a colonia masculina impregnado en su piel. Se sentía bien, endemoniadamente bien. Su dedos muy experimentados, su cuerpo muy caliente, su voz muy aterciopelada y toda la estimulación le estaba haciendo perder la cabeza. Sintió como el orgasmo se construía en su estómago y tembló de nuevo, una carga eléctrica recorriendo su cuerpo de pies a cabeza.
—Wri… ngh… Phoenix. —Jadeó en su hombro—. Phoenix, Dios… Phoenix…
—¿Estás cerca, princesa? —Sacó los dedos de su entrada, lo cuál hizo al rubio lloriquear— ¿Quieres que siga a este ritmo o que acelere?
—Mételos… mételos otra vez, por favor… —Balbuceó—. Quiero sentirte, no importa cómo sea.
Phoenix rió. —Como gustes.
Y dicho y hecho, Kristoph volvió a sentir dos dedos abriéndose paso en su interior. Wright aceleró el ritmo, y empezó a embestir su vulva con mucha más rapidez, saliendo y entrando sin cuidados. El rubio sintió sus piernas flaquear ante la anticipación de un orgasmo. Se aferró más a la espalda ajena y empezó a gemir con el rostro enterrado en el hueco de su hombro y su cuello, su voz amortiguada por la piel ajena. Phoenix, por su parte, empezó a besar todo aquello que pudiera alcanzar y, con su pulgar, empezó a acariciar el clítoris del otro hombre, sacando un respingo de él.
—Wright… —Lloriqueó—. Wright, Wright…
Para aquél punto, su cabello estaba deshecho. Su camisa semiabierta, sus pantalones y su saco de vestir en el suelo, su lazo deshecho y su pecho expuesto y sonrosado. Sus ojos llorosos, sus lentes torcidos, su rostro sonrojado y sus labios entreabiertos dejando salir obscenos sonidos mientras era embestido por los dedos de un hombre al que resentía. Phoenix estaba maravillado ante dicha vista. Podía acostumbrarse a ella, Dios, no entendía cómo pudo haber vivido antes sin ella.
—Vente por mí, amor, vente en mi mano. —Balbuceó en su oreja—. Hazme saber qué tan bien te hago sentir con sólo mis dedos.
Y fue con esas palabras que Kristoph llegó al clímax con unos espasmos electrizantes, aferrándose más a la espalda del hombre sobre él y jadeando vergonzosamente. Luego, se dejó caer en la cama. Con su cabello revuelto y la respiración agitada.
Phoenix se inclinó sobre él y dejó un beso casto en sus labios.
—Estuviste increíble, Kris. —Felicitó mientras acariciaba su vientre— ¿Ves lo bien qué se siente cuando dejas que el otro tome el control?
—Yo… sí… —Balbuceó el otro hombre, intentando asimilar todavía lo que había sucedido hace poco.
—¿Quieres que te traiga algo? ¿Quieres ducharte? El baño de mi cuarto finalmente tiene agua caliente. Puedes darte una ducha y te puedo prestar ropa. No tienes que volver al bufete pronto ¿Verdad?
—... No.
—Está bien. Entonces, si quieres, puedes quedarte conmigo un rato en lo que se lava tu traje. Puede que lleve un rato sin usar el mío, pero aún sé cómo dejar uno de esos como nuevo.
El rostro de Phoenix lucía una sonrisa, y con los mismos labios que la dibujaban besó a Kristoph de nuevo.
—Está bien si no quieres responder. Te traeré agua fría ¿Sí? —El rubio asintió—. Bien, no me tardo.
Kristoph no entendía la repentina atención, ni tampoco entendía lo que acababa de suceder. Al ver la espalda del otro hombre alejarse más y más de él, no pudo evitar pensar. Pensar en su relación y en lo que se convertiría después de aquello. Pensar en si podía seguir con aquel plan después de todo lo que Wright le había hecho sentir, y la manera en la que insistía en construir un ambiente en el que Kristoph se sintiera seguro. Sería más fácil si lo ignoraba. Sería más fácil si sólo se levantara y fingiera que Kristoph no existía después del orgasmo. Pero nada de aquello había pasado. Phoenix Wright insistía en ofrecerle cariño aún cuando Kristoph insistía en rechazarlo. Y eso hacía todo más complicado.
Tal vez debería pensar en eso más tarde. Cuando no sintiera el sudor frío en su cuerpo pegándose en las sábanas blancas.
Fecha: 12 de Mayo del año 2024
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