miércoles, 12 de marzo de 2025

El Peso Sobre Tus Hombros

 Cuando habían pasado trescientos años de su nacimiento y su reinado sobre la montaña de las flores y frutos, Sun Wukong inició su búsqueda hacia la inmortalidad. La consiguió con el maestro Bodhi, un monje taoísta. Luego, la consiguió borrando su nombre y el de todos sus monos en el libro del infierno. Luego, la consiguió comiéndose los duraznos de la inmortalidad. Luego, con el vino de la inmortalidad y, para acabarla, con las pastillas de la inmortalidad. Era un ser indestructible, a este punto de su vida. Había vivido las vidas de miles de generaciones. Ningún día se tenía que preocupar por que la muerte le sorprendiese antes de despertar. Eso y su desorbitante poder eran lo que lo volvían alguien temible y extraordinario.

No fue hasta que, en medio de su viaje, visitó a Guanyin al cielo por una razón u otra. Y ésta le habló de su inmortalidad. Le dijo: «Sé de tus hazañas, Sun Wukong. Sé de tu búsqueda por la inmortalidad, y sé como pensaste que eras más astuto que el mismo Buda. Pero no tuviste en cuenta algo; nadie es más astuto que él. Nadie en esta vida ha llegado a un nivel de iluminación tan alto como el de él» En el momento Wukong temió por lo que estaban a punto de decirle. Sin embargo, no podía ser algo tan terrible... «Eres cinco veces inmortal, Sun Wukong, el único ser indestructible en esta tierra. Vivirás más que nadie; la vida humana se irá antes de que te vayas tú. Sin embargo, por más que quieras, no puedes ir contra las leyes del Samsara. El ciclo de la vida sigue y tú sigues con él, por más que no quieras. Por lo tanto, el proceso del Samsara continuará, y nacerán más monos de la piedra. Ese será tu castigo; traer a alguien a este mundo que corra la misma suerte que tú.»

En el momento a Wukong no le pareció algo tan terrible. No podía imaginar cómo aquello podía ser un castigo. A decir verdad, se sentía emocionado; sería como tener un hijo. El príncipe de los monos, el pequeño sabio sosia del cielo. Podría enseñarle tantas cosas y convertirlo en su sucesor. Oh, alguien tan omnipotente al igual que él sería extraordinario de ver. Tal vez podría, finalmente, sacar de su trono al Emperador De Jade ¡Y llevarlo a su reinado celestial! Con esas fantasías en mente, anticipó la llegada de dicho sucesor.

A los cincuenta años, Wukong pensó que las palabras de Guanyin fueron mentiras. Mentiras para asustarlo, de una forma muy extraña. No había ninguna piedra en ningún rincón de la montaña de las flores y frutos que podría verse como una incubadora para monos como él. Así que pensó que estaba todo bien.

Pasaron mil trescientos años desde entonces.

Era el año 2000 y con el nuevo siglo Sun Wukong se levantó con la noticia. Un grupo de pequeños monos rodeaba algo que se posaba encima de una de las rocas de la montaña. Tuvo que quitarlos para poder ver qué era, y lo que vió casi le quita el aire.

Era inconfundible. Casi perfectamente redonda. Es obvio que esa era una roca. Que esa era su roca.

Guanyin tenía razón. Volvería a nacer sin siquiera haber muerto.

Después de maldecir mentalmente al Buda, a Guanyin, a Nu Wa y a sí mismo, Sun Wukong simplemente se quedó un rato mirando a la piedra con ansiedad.

Hace unos años esto le hubiese parecido de lo más emocionante; creía que tener a alguien como él era una idea increíble. Después de haberse enfrentado a siglos de soledad y dolor profundo. De haber tenido la necesidad de dejar al margen a muchas personas especiales para él. De haberse enfrentado a la desesperante soledad... Wukong no quería que algo así le pasase a alguien más.

Después de tanto tiempo volvió a sentir el miedo. Un miedo genuino.

Y es que era capaz de dejar su orgullo a un lado y rendirse. Era capaz de volverse mortal de nuevo y sentir cada golpe. Sentir el desgarrar de su piel, el ardor del fuego, sus pulmones llenándose de agua a varios metros debajo del océano. No le molestaba tener que sentir su cabeza desprendiéndose de su cuerpo, su carne hirviéndose, sus órganos desgarránsose, el peso de una montaña aplastándole y, como no, los años que tenía encima matándolo poco a poco antes de traer a alguien a este mundo que llevase sus pecados sobre sus pequeños hombros. Que viviese con la carga de ser el niño de Sun Wukong. No podía.

Pensaba en su soledad bastante seguido. En como ha vivido siglos en esa montaña con, por lo mínimo, los monitos para hacerle compañía. Pero no era lo mismo a tener a alguien con quien hablar. Alguien con el cual reír y con el cual llorar. Alguien que llenase el silencio con una risa, con una voz, con un ronroneo, un suspiro o un balbuceo. Un niño podía hacer eso.

Pero no sería justo. No sería justo tener a esa cría bajo su cuidado sólo porque se sentía solo.

Era bastante irresponsable e inmaduro, además. Sí que era el patriarca de generaciones de monos en la montaña de las flores y frutos, sin embargo, ellos tenían sus familias y nunca tuvo la necesidad de cuidar de ninguno. No como sería con este niño. No tenían que cargar con el peso y el dolor que él tenía sobre sus hombros.

Porque sí. Wukong tenía tanto peso sobre sus hombros que, inconscientemente, lo distribuiría con la cría. Y él no se merecía eso.

Ese era su castigo, se dió cuenta. Su castigo sería cargar con esa culpa. Dejar una herida que no sólo lo acompañaría a él, sino al resto de monos de la piedra que vengan a este mundo. El Karma de lo que había hecho en todos sus años de vida no llegaría sólo con él, sino con los demás que traiga a este mundo. Sería como la abolladura en un molde de pan que dejaría hundido a todas las creaciones que se hagan con él.

Bueno. Le demostraría a Guanyin y al Buda que no dejaría que eso le afectase. Como ya lo había hecho millones de veces.

Fue por eso que el momento en el que la roca se rompió y nació la pequeña cría, le dió una apariencia humana y lo tomó en sus brazos, viéndolo a los ojos. Su pelo era castaño, sus ojos grandes y curiosos y estaba jugando con sus pequeñas manos...

Era sólo un niño. Un bebé.

Sun Wukong inhaló profundamente y con el nerviosismo a flor de piel le dijo:

—Escucha, niño, te voy a llevar a un lugar. —Y como si el niño le hubiese respondido con esa mirada suya se defendió de inmediato— ¡Estoy seguro que te alimentarán muy bien y te darán mucho amor! Créeme que estarás mucho mejor ahí, sólo... —Soltó un suspiró entrecortado. Le temblaban las manos; apenas y podía sostener a la cría—. Por favor no me odies. Juro que lo estoy haciendo por ti.

Y así lo llevó. Un restaurante de fideos en una de las veredas al centro de la ciudad abyacente a la montaña.

Fecha: 26 de Enero del año 2023

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