Ya era tarde en la noche y estaba a punto de irse a dormir cuando escuchó la puerta. Najma ya estaba en su cuarto dormida.
Vivía en un departamento solo con su hermana después de que se le liberó de su trabajo como sirviente en la familia Asim. Ahora tenía veintidós años, su hermana veinte, y él trabajaba de cocinero en un restaurante en el centro de la ciudad mientras ella estudiaba.
Jamil no vió el reloj pero dedujo que eran las once o las doce en la medianoche. La luna alta en el cielo, plateada y etérea, iluminando los techos. Frunció el ceño confundido ¿Quién podría ser a estas altas horas de la noche?
Entonces, se acercó a la puerta, y al abrirla se tuvo que sostener del pestillo porque temió caer ante lo que estaba viendo.
Uno setenta, cabello blanquecino cubierto por una caperuza, ojos rojizos y la piel tostada.
Entonces, dicha persona le miró a los ojos, su corazón latiendo a mil por hora.
—Jamil...
(Años antes)
El balcón de la casa Asim era el lugar perfecto en la noche. Con la luna blanca y lechosa iluminando el marfil de las balastruadas, y los detalles pintados con pan de oro. Las estrellas se posaban en el firmamento y Jamil casi se sintió como en un sueño, como si la vida que estaba viviendo fuese efímera y que en cualquier momento podría despertar para darse cuenta de que había sido un largo y abrumador sueño.
Pero no lo era y nunca despertaría.
Él había hecho todo bien toda su vida. Había seguido órdenes, había callado cuando debía y había oído aunque no quería. Dieciocho años caminando de puntitas. Y aún así...
Aún así hizo lo que nunca debió de haber hecho.
Enamorarse del heredero Asim.
Fue casi imposible para él. Con ese trato suyo, con esas palabras tan dulces, con sus ojos soñadores. Dormir a su lado, tenerlo tan cerca. Como hablaba de él, como se expresaba. Como siempre estuvo a su lado manteniendo una promesa a la que se aferraba desde el momento en el que entraron a la pre adolescencia.
La libertad.
Desde hace años Kalim le prometió que dejaría libre a su familia y a otras familias que le han servido por generaciones de esa labor involuntaria.
Y ahora, estando tan cerca de recibir la herencia, sabe que va a cumplir su promesa.
Pero aún así, hay un vacío en su pecho...
—¡Jamil! —Escuchó su nombre ser gritado por la voz en la que estaba pensando y se dió la vuelta.
Ahí estaba. Su cabello albino, su piel canela, sus ojos carmín que brillaban como dos lenguas de fuego ardiendo, peleándose con la luz gélida de la luna.
—Kalim, ya terminaste tu reunión. —Destacó, como si no fuese obvio— ¿Por qué vienes corriendo?
—¡Es que te tengo una noticia! Mira... —Se mordió los labios con emoción para darle una pausa dramática a lo que iba a anunciar—. Estoy comprometido.
Oh.
Oh.
Jamil apretó la balastrauada hasta pelar un poco de pintura con las uñas.
—¿En serio?
—¡Sí! Jamil, estoy tan cerca de llegar a ser la cabeza de la familia. Y tú tan cerca de ser libre y poder hacer lo que quieras ¿Te imaginas? Podrías viajar, crear música, comprarte un loro...
Jamil quería todo eso, sí; lo deseaba más que nada. Pero mierda, Kalim se tendría que casar. Tendría que engendrar a otro heredero, era obvio, y Jamil siempre lo supo, simplemente no... No quería.
Estaba siendo egoísta.
Pero se quiso dar el permiso de ser egoísta.
—¿Qué te parece Jamil?
El chico no contestó. Le tomó las mejillas con ambas manos y jaló su rostro al suyo para besarle. Los labios de Kalim quemaban con la misma intensidad del sol, mientras que las manos rústicas de Jamil se sentían como puñales clavados en sus mejillas, sin el deseo de dejarlo ir.
Sabía que se estaban arriesgando. Sabía que cualquiera se podría asomar por el balcón y los podría encontrar. Un heredero y un sirviente, qué escándalo.
Jamil rompió lentamente el beso y escondió su rostro en el cuello de Kalim, temblando incontrolablemente.
—Te amo, Kalim. —Susurró, aferrándose a la tela de su ropa—. No sabes cuánto lo hago y cuando me gustaría no hacerlo.
Kalim no contestó de inmediato. La sensación de calor y conformidad todavía en sus labios. Se limitó a abrazarle y posar sus manos en su espalda.
—Oh, Jamil. —Susurró, acariciando su espalda—. Cómo me duele que me digas eso ahora.
Entonces, eso le hizo sentir más indefenso. Se aferró mas a sus ropas y sintió como le picaban los ojos con la sal de las lágrimas.
—Yo también te amo Jamil. —Susurró Kalim. Y Jamil levantó su rostro lentamente para verlo.
En el rostro del heredero había una sonrisa serena cargada con una sinceridad indispensable. Fue contagiosa y Jamil encontró el sosiego suficiente en ella como para sonreír también.
—Me gustaría poder escapar contigo de aquí. —Confesó entonces, acercándose a su rostro lentamente—. En la alfombra, tal vez. Volar lejos.
—¿Adónde me llevarías? —Le siguió Kalim, entrecerrando los ojos con lentitud, a medida que sentía sus labios más cercanos a los suyos.
—Lejos, muy lejos. A donde no nos conozcan.
Qué diálogos tan poco tradicionales para un heredero comprometido y un simple sirviente.
(Presente)
—Kalim... —Jamil jadeó de la impresión. Pero, en un impulso casi automático, tomó su brazo y lo jaló dentro de la casa— ¿Qué mierda haces aquí?
—Jamil, oh Jamil. —Llevó sus manos al rostro contrario, acariciando sus pómulos con sus pulgares—. Estás tan precioso.
El corazón de Jamil se saltó un latido, apoderándose así un cosquilleo de su pecho. Negó múltiple veces con la cabeza. No, el hombre que estaba frente a él estaba casado. No debía de verse tan afectado por sus cumplidos.
—¿Qué haces aquí? —Cuestionó otra vez—. A estas horas... Y así vestido ¿Es que en tu casa no saben que estás aquí?
—¿Te desperté? —Ignoró la pregunta.
Jamil frunció el ceño. —Estaba a punto de irme a dormir y Najma está dormida... Pero eso no importa. Kalim, tienes que contestarme.
—¿Najma? Oh, hace años que no la veo. —Siguió ignorándolo y Jamil se estaba enojando—. Pensar que ahora tiene veinte años... ¿Cómo está? ¿Está estudiando?
—Kalim... —Jamil le dió un tono amenazador.
Kalim apretó los labios y desvió la mirada. Estaba buscando las palabras en su cabeza.
—Me escapé, Jamil. Sólo tenía muchas ansias de verte. Después de tantos años me he dado cuenta de algo y es que nunca podré reemplazarte. Se me ha permitido estar con quien desee fuera de mi matrimonio, he besado, he tocado, he pronunciado tantos nombres de tanta gente y ninguno nunca va a opacar el tuyo. Perdóname, Jamil, sé que me lo pediste pero no hay nadie que logre tomar tu lugar en mi corazón.
Esa confesión provocó que el corazón de Jamil diera un vuelco. Sentía ganas de llorar.
Había hecho todo bien.
Había seguido órdenes.
Y aún así... Aún así nada salió bien.
Aún así volvieron a lo mismo.
Él estaría atado a Kalim sin importar qué suceda. Incluso sin un contrato de por medio, seguía siendo devoto a él.
¿Qué mierda tenía ese chico? ¿Qué mierda tenían esos ojos que le hechizaban tanto? ¿Qué tenían sus palabras que le cautivaban tanto? ¿Qué pasaba con él? Si no era más que un chico. Un chico que tenía su mundo patas arriba
Jamil le tomó de las mejillas y lo jaló hacia su rostro para empezar a besar sus labios. Kalim se puso de puntillas y enredó sus dedos en su largo cabello. Fue un beso intenso, lleno de pasión, pero no dejaban de transmitirse los sentimientos que sentían el uno por el otro.
Fue entonces cuando las cosas empezaron a subir de tono. Se daban arrimones una boca con la otra y toqueteos que se sentían como azúcar hirviente sobre su piel. Entonces, en esa movida fueron dando tropiezos a la habitación de Jamil. Y lo que haya pasado ahí queda entre ellos, el reloj de pared, y su puerta de espejos.
(...)
Jamil se incorporó perezosamente en su cama y da un respingo divisar la figura a su lado, pero sólo por un momento. Llegan a su cabeza las imágenes confusas de ambos cuerpos moviéndose bajo la luz de la luna asomándose por la ventana, la confesión de Kalim y su propio dolor. Se dejó caer de nuevo sobre la cama y se restregó el rostro.
Kalim no se podía quedar ahí, no podía. Por más ilusión que les hiciera a ambos, tendría que volver a su casa.
Sacudió su hombro. —Kalim... —Susurró. Y no tardó mucho en despertar.
Eea una de las tantas cosas que cambiaron de él, su sueño. No recordaba que lo tuviera tan ligero.
El mencionado se incorporó de igual manera y Jamil se avergonzó al encontrar su piel llena de arañazos y chupetones; la propia no debía de estar mejor. Kalim le dedicó una sonrisa al verlo y volvió a hundir la cara en la almohada.
—No puedes quedarte aquí mucho tiempo. —Avisó Jamil mientras se levantaba. No se pondría la misma ropa interior, iría a bañarse y cambiarse para empezar una nueva jornada de trabajo.
Kalim suspiró. —Sí, ya sé que no
Jamil lo escuchó levantarse y remover algunas cosas desde el baño de su habitación. Encendió la ducha y se dió el permiso de dejar que el agua caliente ahogara sus pensamientos y, si era posible, sus sentimientos.
Quería llorar. Toda la situación le daba ganas de llorar. Estaba tan enamorado que le dolía, y no debería ser posible ni justo. Kalim estaba casado, posiblemente incluso tenía un hijo aunque no le ha dado el tiempo de contarle nada.
Después de la ducha consiguió el cuarto vacío y, extrañamente, ordenado. Asumió que lo había hecho Kalim por lo que salió para pedirle las gracias y lo encontró en el comedor conversando con Najma.
—¡Jamil! No me dijiste que este chico estaba aquí. —Habló Najma.
—Ah sí. Vino anoche y se quedó a dormir.
Najma entrecerró los ojos y los miró a ambos, Kalim bebiendo de una taza de café y Jamil recogiéndose el cabello.
—¿Se acostaron, verdad?
Kalim casi se atraganta con el café y Jamil, inconscientemente, soltó la muñera. Ambos miraron a Najma con los ojos muy abiertos y las mejillas abochornadas.
—¡Lo sabía! —Exclamó Najma—. Desde que Jamil salió del closet no tardé en darme cuenta sobre quién fue su despertar gay.
—¡Najma!
—¿Puedes culparme? Por Dios, Jamil, pocas veces en tu vida le has demostrado cariño a alguien y te aseguro que al menos el setenta y cinco porciento de esas veces ese cariño fue dirigido hacia Kalim. Él te decía cosas cariñosas de la manera en la que un amigo lo hace, mientras tanto tú lo hacías... Con más pasión ¿Sabes?
Kalim dejó salir una sonora carcajada desde el fondo de su garganta y junto a Najma empezó a reírse.
Jamil negó con la cabeza y soltó un suspiro. Seguían siendo lo mismo.
—Pero no es lo mismo de antes, de todas formas. —Dijo Jamil mientras se dirigía a la cocina para prepararse algo—. Kalim está casado. Y su familia no permite amores como el nuestro.
—Boo. —Se quejó Najma.
Jamil dirijo su mirada hacia Kalim. Su corazón se retorcía en su pecho. Sus manos cosquilleaban. Deseaba tocarlo, sentirlo, sentirlo una última vez. Quería ser egoísta. Quería olvidarse de todo. Quería tenerlo a él, su atención una vez más.
—Ya deberías irte, Kalim. Van a sospechar si no te encuentran.
Kalim suspiró. Se levantó de su asiento y se despidió de Najma.
Cuando se acercó a la puerta, Jamil fue detrás de él y se apoyó en el marco de esta. Vió cómo su blanco cabello era cubierto por el velo que había usado para ocultarlo, acompañado por el ligero tintineo de la joyería en sus muñecas.
Kalim le dedicó una mirada melancólica y lo envolvió entre sus brazos. Jamil no rechistó y lo abrazó. Lo abrazó tanto que le dolió. Se aferró a su ropa, a su cuerpo, como queriendo retenerlo justo ahí y, luego, lo soltó. Su tacto cálido cosquilleando en la palma de sus manos. Sus ojos rojos quemando sobre su piel morena.
—Hasta luego, amigo.
Fecha: No sé con certeza, sólo sé que el año era 2022
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